@RaulSolisEU | Son finos, elegantes, gente de éxito, han publicado infinidad de novelas, obras de teatro, películas y sido invitados a cientos de actos con alfombra roja. Son asiduos a las galas más rimbombantes de panorama cultural, social y económico. Militaron en la izquierda al principio de la Transición, celebraron años más tarde las victorias de Felipe González, se hicieron embajadores de la modernidad española en el mundo y dicen que corrieron delante de los grises aunque los que se batieron el cobre por la democracia dicen no haberlos visto nunca.
Con los años, se han ido cabreando con el mundo al que hablaban porque no les hacía ni puñetero caso. Algunos se hicieron correligionarios del UPyD de Rosa Díez porque les ponía el papel de Isabel La Católica que representaba la vasca más española que ha parido madre en tierras cántabras. No vieron venir el 15M y, cuando ya no les quedó más remedio que ver la ola, lo que hicieron fue criticarlo en sus artículos semanales o en sus entrevistas estelares. No criticaron el 15M con la vehemencia de la derecha, sino con el paternalismo de quienes, desde su atalaya, pensaron que tanta chavalería estaba equivocada y que ser de izquierdas se curaría con la juventud. Ellos se curaron.
No se les conoce la firma de un solo manifiesto contra los desahucios, ni a favor de una ley que pare las ejecuciones hipotecarias, ni contra las reformas laborales que tienen a un 47% de españoles ganando menos de 1.000 euros, ni contra la violencia machista que mata cada año alrededor de 60 mujeres, ni contra los recortes en Sanidad, Educación, ni contra la subida al 21% de IVA que está matando a los creadores que no juegan en la Champion cultural o contra las puertas giratorias en las que algunos han dado más de una vuelta.
Nada dijeron cuando el Tribunal Constitucional impugnó el Estatuto de Autononomía de Cataluña que había sido votado en una consulta legal, pactada, con garantías y vinculante. Tampoco nunca salieron a manifestarse sobre las bravuconadas del PP contra Cataluña que ha conseguido la gesta de, en sólo seis años, pasar del 12% de independentistas al casi el 50%.
No dijeron ni pío de la Ley Mordaza que ha multado a casi 40.000 ciudadanos por atreverse a protestar, entre ellos a periodistas por realizar su trabajo, ni de las brutales palizas que la Policía y la Guardia Civil propinaron en Cataluña a los ciudadanos que querían votar en un referéndum sin vinculación jurídica, ni de los despidos en los medios de comunicación en los que escriben contra un país que no entienden, que no quieren entender y que desprecian desde su comodidad de ciudadadanos de identidad cosmopolita.
No dicen nada de la precariedad en la que están los jóvenes creadores que intentan vivir de lo que ellos viven, no dicen nada del paro juvenil que afecta al 50% de los jóvenes españoles, ni de la insoportable desigualdad que tiene a 14 millones de españoles durmiendo en el umbral de la exclusión social sin nadie que salga a rescatarlos o firme un manifiesto por una renta social básica para que, en la cuarta economía de la Eurozona, no haya nadie sin nada.
Muchos de ellos no viven ni en España, pero saben más que nadie del conflicto con Cataluña. Son los abuelos cebolletas de la Transición, encantados de haberse conocido y con una ira inexplicable por las nuevas generaciones de españoles que dicen querer votar una Constitución que sólo han ratificado el 20% de los españoles vivos.
De tanto acudir a ágapes del Instituto Cervantes y otras entidades públicas y privadas de la élite intelectual, han olvidado que la cultura es un artefacto contra la injusticia para promover los cambios y no un instrumento de los poderosos para frenar las ansias de cambio de la ciudadanía. Dicen que son ciudadanos del mundo, aunque no se les conoce declaración en la que aboguen por la unificación del mundo en un ente político unitario. Son los Clinton de provincias, los que eran progres cuando era muy fácil ser pogre con tres proclamas a favor del matrimonio LGTB o por la paridad en los consejos de administración del IBEX-35.
Son nacionalistas españoles y no lo saben, cosmopaletos en acción, que escriben sus columnas en habitaciones de Manhattan o entre vuelo y vuelo internacional, desprecian los cambios y están enfadados con una generación que ya no los considera referencia intelectual. No han tenido empacho en manifestarse al lado de la extremaderecha para perpetuar el régimen del 78 que heredamos de las imposiciones franquistas con el que a ellos les ha ido tan bien. No han firmado un sólo manifiesto para rescatar a las clases populares de la inmundicia en la que vive un 30% de la población española, pero no les ha temblado el pulso para salir a salvarle la vida a la vieja España que se lía a palos contra la España que quiere pasar página definitivamente de las bases franquistas sobre las que se levantó el actual sistema político, que ha sido portada en el mundo entero por estar más cerca de Turquía que de Portugal.
Non se chama comunismo, querida maldita dulzura, chámase autoritarismo, e tamén se lle podería aplicar a arabia saudita, moitos países africanos, usa, mesmo españa en moitas ocasións (p.ex. cos rapeiros encarcerados por rapear ou os políticos encarcerados por organizar unha votación)…e si, tamén en algúns países que se dicían comunistas.
La envidia es negra, es el único sentimiento que no produce placer. Dicen que en aquellos lugares que se quemán libros, se termina por quemar a los hombres. La izquierda paleta y sectaria desde hace tiempo ha decidido quemar cualquier libro que no represente su pobre ideología. El sectarismo, y la propaganda para una juventud, en todo caso iletrada, y tantas veces estúpida.. Desde luego ser anti franquista, no significaba a la vez tener que tragar con ruedas de molino y esa izquierda que habla de un pueblo, que en su mayoría no les vota. Sigan quemando libros, dentro de poco se verán obligados a quemar a los hombres. Ya paso, se llamaba comunismo.
Fantástico artículo, suscribo cada palabra