La guerra por la conquista del “sentido común”
En esta guerra no declarada que ha provocado la crisis, uno de los objetivos de los mercados financieros (este nuevo parlamento virtual del capitalismo que vota a través de las decisiones de compra – venta de bonos) es determinar el “sentido común” de la gente, es decir, condicionar el marco colectivo de interpretación automática a través del cual le asignamos significado social a los acontecimientos de forma casi refleja.
En este combate específico por dominar el “sentido común” las armas son el lenguaje (las reglas de producción de significados), las metáforas (las analogías) y el relato (el argumento general simplificado).
Al imponer un tipo determinado de “sentido común” se crea el marco propicio para que, por ejemplo, aceptemos los recortes, no pidamos intervenir en las decisiones, discutamos sobre la agenda que a ellos le interesa, recelemos de nuestras propias conquistas (la política, la democracia, lo público, la identidad colectiva, la izquierda, los sindicatos, etc.), nos culpemos a nosotros mismos del paro o del desahucio, aguantemos sin rebelarnos hasta mas allá de lo que el cuerpo aguanta y sobre todo sintamos impotencia y miedo.
Dos metáforas para el conflicto
Entre la gama de metáforas que están utilizando como munición contra la rebeldía popular hay dos que son especialmente peligrosas y que están implícitamente relacionadas.
La primera es que no hay izquierda ni derecha así como sus derivados (todos los políticos son iguales, votar no sirve para nada, etc.). Quieren borrar la fractura entre izquierda y derecha porque es la traslación política de la existencia de una dualidad social: explotadores y explotados, capitalistas y trabajadores, poderosos y dominados, ricos y pobres. La visualización de la diferencia entre la izquierda y la derecha convierte al terreno público en el espacio político en el que se dirime el conflicto de intereses enfrentados que existe en cualquier sociedad (más complejo a medida que la sociedad más se especializa). Ellos quieren hacernos creer que se trata sin embargo de un territorio aséptico, sin intereses sociales contrapuestos, para intentar convencernos de que “sus” medidas son en beneficio de todos y no en beneficio de los poderosos.
Así, hay al menos dos universos de “sentido común” que pugnan por ser aceptados por la mayoría, por ser hegemónicos ya que cualquier fenómeno social se interpreta de forma diferente en función del marco ideológico que ha logrado convertirse en hegemónico. La hegemonía es precisamente el resultado de que un grupo social logre convertir su propio marco interpretativo, afín a sus intereses, en el marco interpretativo común del conjunto de la sociedad.
Si los que tienen el poder económico logran difuminar el conflicto izquierda – derecha, sólo queda un “sentido común”, el que ellos alimentan a diario a través de sus intelectuales, sus medios de comunicación, sus incentivos sociales, pero sobre todo mediante unas condiciones económicas propicias gracias a los dos grandes instrumentos de que ha dispuesto el capitalismo para amortiguar la percepción social de la desigualdad: el crecimiento económico y la división política en Estados. Mediante el primero reparte incentivos en forma de mercancías y “compensa” la explotación, mediante el segundo encapsula la solidaridad espontánea de los sectores populares y fragmenta el poder político en compartimentos estancos. Esta crisis ha convertido en precario precisamente estos dos pilares del sistema.
La segunda metáfora con la que quieren colonizar el “sentido común” es que esta crisis es como las demás, que su naturaleza es transitoria, cíclica, porque no hay ningún factor cualitativo distinto que la convierta no ya en una crisis dentro del capitalismo sino en una crisis del capitalismo. Intentan colarla además con el camuflaje de la neutralidad técnica de la economía dominante. Este mensaje se ha acentuado últimamente, en distintas versiones, una en clave territorial y otra en clave temporal.
Por una parte, desde los organismos financieros internacionales nos repiten que la crisis ya se ha superado y que sus secuelas se circunscriben a Europa o al Mediterráneo. Quieren convertir lo que actualmente es el epicentro de la crisis en la totalidad del territorio de la crisis. El Mediterráneo es el centro de la crisis porque es una fractura cultural, social y política donde convergen con fuerza inusitada los dos grandes elementos cualitativos que hacen de esta crisis una crisis sistémica: la crisis ambiental (convertida en crisis social generalizada en torno al África sahariana) y la crisis financiera de la globalización (convertida en una crisis del Euro y, en particular de paro y deuda en los Estados del sur de Europa). Si queremos buscar aún con mayor precisión el punto de máxima tensión, solo hay que observar lo que está pasando desde hace mucho tiempo en Siria. Una matanza impune de civiles por un régimen dictatorial permitido por el vacío de poder político que existe en el sistema internacional pero que se está desbordando hacia el Líbano y Turquía, y al que Israel está echando leña al fuego con la complicidad de EE.UU.
Por otra, desde el PP nos quieren convencer de que la crisis es coyuntural y que milagrosamente (no explican cómo) se va transmutar en otra época de crecimiento, en un horizonte temporal determinado, para que aceptemos los recortes y las privatizaciones como un sacrificio que a medio plazo va a encontrar su recompensa. El viernes 26 de abril el Gobierno Rajoy reconoció el completo fracaso de las políticas de austeridad y estableció otro “calendario” de crecimiento y empleo: según sus nuevas previsiones en 2014 habrá un crecimiento del 0,5% del PIB y el empleo caerá el 0,4%; en 2015, el crecimiento del PIB será del 0,9% y el empleo aumentará el 0,3% y para 2016 el crecimiento del PIB sería del 1,3% y el empleo crecería un 0,7%.
Estas cifras carecen de credibilidad alguna ya que son inconsistentes entre si, carecen de cualquier factor explicativo que justifiquen el cambio de tendencia y sustituyen al cuadro macroeconómico de los presupuestos generales aprobado por las Cortes Generales hace tan solo cinco meses sin que tampoco medie explicación alguna del por qué del fracaso de las predicciones anteriores.
Su presidente, Jens Weidmann, teme que la bajada de tipos lleve a «combatir las causas de la crisis con menos presión».
sentido común surge cuando más imprescindible parece la acción colectiva, solidaria y comprometida, no regida solo por intereses económicos. De alguna forma, la grave situación en la que nos hallamos nos empuja a confiar de nuevo en el trabajo en equipo, en el apoyo de unas personas en otras y en la cooperación entre entidades, no ya solo para paliar los efectos de la crisis sino también, y sobre todo, para establecer unas bases sociales más solidas de cara al futuro.