Los resultados de las elecciones griegas suponen una derrota para Syriza y el sueño de una izquierda rebelde y avanzada. Sin embargo, hay razones para la alegría, sobre todo por el amplio apoyo recibido. Gestionarlo será un desafío más difícil de lo que parece.
Nadie lo diría viendo la cara de AlexisTsipras esta noche pero hoy, en Grecia, Syriza ha sufrido una derrota. La derrota de lo que pudo haber sido. La derrota de muchas esperanzas que ya no serán.
Paradójicamente, mientras progresistas de toda Europa sufrían con esta decepción, igual que sufrían muchos votantes ilusionados griegos, el líder de la coalición aparecía todo el tiempo extrañamente contento.
¿Tenía razones para esa aparente alegría? Seguramente sí. Aunque parezca raro en medio de la frustración de los demás él podía tener hasta tres grandes razones para sonreir.
La primera, que por primera vez en Grecia la izquierda de verdad había tenido opciones de ganar. Es cierto que estas elecciones se presentaban como una segunda vuelta tras la fragmentación de resultados en los comicios de mayo. En esas circunstancias la mayoría de griegos sólo se planteaba una opción: o la derecha de Nueva Democracia, o Syriza. El Pasok se había auto excluido del juego: no sólo por el desprestigio de esta socialdemocracia clientelar y priista, sino por su seguidismo de la dictadura económica impuesta desde Alemania.
Syriza ofrecía sobre todo, esperanza. Quienes votaron a Nueva Democracia lo hicieron a menudo tapándose la nariz. La prueba es que por Atenas no se vio esta noche ninguna celebración de sus seguidores. A medianoche la enviada de TVE se las veía para encontrar por la plaza de Sintagma alguien a quién entrevistar y tuvo que conformarse con un viejo friki y borracho envuelto en la bandera griega que sostenía a duras penas su whisky por el chiringuito del partido derechista. Mientras, sin embargo, miles de seguidores aclamaban al derrotado Tsipras frente a la biblioteca nacional. El resultado es histórico para una izquierda capaz de generar entusiasmo con su rebeldía realista.
La segunda razón para la alegría era que esa esperanza había llevado a casi un tercio de los votantes a ignorar las amenazas y el miedo profusamente extendidos a través de los medios de comunicación. Primero lo intentaron con la economía. Desde Europa insistían en que si Syriza ganaba y se empeñaba en renegociar las draconianas condiciones del memorándum con la UE, Europa reaccionaría expulsando al país del euro. Sin ningún pudor, se asustaba a los griegos con el apocalipsis que seguiría a cualquier intento de, siquiera, toserle a Europa. No importaba el hecho de que estas condiciones impuestas por los mercados hayan sumido ya a Grecia en una situación trágica de pobreza generalizada. Cuando este argumento se agotó se pasó al miedo físico. Los medios de comunicación se han volcado esta semana en denunciar la inseguridad ciudadana. Amplios reportajes sobre el farmacéutico asesinado en un atraco, sobre el gran número de armas que circula por el país o sobre el aumento de robos en Atenas buscaban sin duda avisar de los riesgos de una victoria electoral de la izquierda, a la que acusan de tolerancia con la inseguridad.
Si pese a las recomendaciones de tantos gobernantes europeos y a todo este tipo de amenazas aún un tercio de griegos se ha atrevido a votar a Syriza, hay rezones para la alegría. Tanta es el ansia de cambio y la necesidad de buscar alternativas que muchísima gente había superado el miedo y votaron entusiastas por la alternativa.
Junto a todo ello hay quien apunta que Tsipras estaba también contento por una tercera razón, menos confesable: la tranquilidad de poder quedarse en una cómoda oposición sin tener que comprometer su postura. No creo que sea del todo así, pero no hay duda de que en la complicada situación griega no hay victorias alegres. Los resultados electorales muestran un auténtico empate técnico entre las dos principales opciones. Para Nueva Democracia no será un problema gobernar con un tercio de la población en contra, pero es cierto que el cambio general de actitud que defiende Syriza sólo sería posible con un amplio apoyo popular. No es igual quedarse en más de lo mismo que intentar crear un paradigma nuevo. Syriza presidiendo un Gobierno así se habría visto obligada a concesiones importantes.
De hecho a la coalición de izquierdas se le presentan retos difíciles en las próximas semanas. Parece clara, y consecuente, su negativa a entrar en un Gobierno de coalición nacional orientado a ejecutar sin discusión los recortes y las políticas de austeridad impuestas desde Alemania. A la vista de los resultados incluso es posible que no se opte por un Gobierno de ese tipo, visto que ND podría formar Gobierno junto al Pasok o incluso con la mera abstención de los principales partidos.
Sin embargo el panorama será diferente si la UE ofrece una renegociación del memorándum de condiciones a Grecia con la condición de que todos los partidos apoyen el resultado. En ese caso Syriza tendría que elegir entre perder su posición de alternativa fresca y valiente o arriesgarse a cargar con la culpa de una crisis económica aún mayor.
Las tensiones entre los partidos que forman la coalición de izquierdas pueden aflorar en cualquier momento y no son pocos los que piensan que el impresionante apoyo popular a la izquierda es meramente coyuntural. Aunque es cierto que muchos de los votantes de Syriza con los que he hablado desbordaban ilusión la víspera electoral, también he encontrado a muchos otros convencidos de la necesidad de un cambio, pero temerosos de los experimentos, sobre todo de una posible salida del Euro.
La comparecencia de Tsipras la noche electoral no fue muy afortunada. Se mostró rencoroso con todos los que «en Grecia y desde el extranjero» habían intentado evitar la victoria de Syriza. Apareció mucho más orgulloso de su partido que de sus votantes.
En todo caso, ahora tiene ante si el reto de mantener la ilusión. Desde su creación Syriza ha intentado ser una alternativa creíble pero valiente de izquierdas. Moderna y realista, pero cargada de ilusión. Ahora que tiene el crédito de un tercio de votantes mantener esa personalidad es un desafío.
La mayor esperanza es que la noche electoral, en las celebraciones y los discursos en la calle, al lado de Tsipras se presentó Manolis Glezos. El viejo héroe, ejemplo de la honestidad más comprometida, no sonreía tanto.
¡RECORDADLES! ¡IGUAL Q A NUESTROS ANTEPASADOS, MORISCOS O ANDALUSIES, POR EL SACRIFICIO DE UNOS POCOS NOS DIERON A TODOS EL FUTURO, Y SOBREPONIENDONOS A LAS DERROTAS ALCANZAREMOS LA VICTORIA FINAL DE LA LIBERTAD!
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