Rafa Rodríguez
1. El conflicto político
1.1. Una etapa de bajo crecimiento
La crisis de 2008 y la que está provocando la pandemia han supuesto un cambio estructural en la fase de globalización y en la era del antropoceno. A la emergencia climática como fenómeno más visible del deterioro ecológico y a la desigualdad entre países y en el interior de cada uno de ellos, hay que añadir que nos adentramos en un contexto de bajo crecimiento en el que la desigualdad aumenta y en el que las dificultades para realizar las inversiones necesarias para avanzar hacia una sociedad sostenible, van a ser mayores.
En este nuevo escenario, solo el poder democrático tiene la capacidad suficiente para, por una parte, liderar las inversiones y, por otra, redistribuir, conectando democracia y transformación, transición ecológica y justicia social, Estados más democráticos y potentes y federaciones y organizaciones internacionales más eficaces.
1.2. Los enemigos
La ideología neoliberal y el proyecto globalizador habían cohesionado a las élites globales, que lograron popularizar un modelo que ofrecía la ilusión de un mundo sin límites en el que el consumo, la imagen y la diversión solo dependían del esfuerzo o la astucia individual, un modelo que estimulaba los deseos más básicos, ante los que era difícil sustraerse.
Ese modelo es el que hoy ha entrado en crisis porque si bien su estela sigue en el imaginario colectivo, la evidencia científica lo contradice de plano. Las élites mundiales son conscientes que la crisis climática es la mayor amenaza a la que se enfrenta la humanidad, tal como puede comprobarse en el reciente “Estudio de Percepción de Riesgos Globales 2022 del Foro Económico Mundial”.
Las élites globales hoy están divididas en cuanto a cómo afrontar la nueva realidad. Una parte ha apostado porque es posible que ellos puedan mantener sus privilegios a costa de lo que sea necesario. Son los que han impulsado la transformación del neoliberalismo en iliberalismo, es decir, en autoritarismo. Quieren debilitar aún más a los Estados aislándolos con el fantasma del enemigo exterior y la ilusión de una soberanía imposible. Ahora mezclan nacionalismo con un sucedáneo de libertad en un coctel que tiene como base el individualismo y un modo de vida competitivo y frágil.
Estas élites van a tratar por todos los medios de mantener sus posiciones de privilegios, aprovechando que existen grandes obstáculos derivados de la todavía escasa implantación de la democracia en el mundo, la fragmentación de los Estados y la complejidad de conseguir un alto consentimiento ciudadano para políticas que van a reducir el consumo de bienes materiales en amplios sectores sociales, sobre todo en los países occidentales.
Otra parte de las élites asumen que la transición es inevitable pero no quieren pagar sus costes o por lo menos quieren pagar lo menos posible. Su estrategia consiste no tanto en debilitar los Estados sino en influir en los gobiernos para obtener posiciones de ventajas en las inversiones, en las relaciones laborales y en las políticas fiscales. Entre ambas opciones hay una delgada línea de separación y muchos intereses comunes.
Frente a ello, el poder debe ser distribuido de una manera mucho más igualitaria. En este sentido Piketty propone que «un solo accionista no debería tener más del 10% de los derechos de voto en una gran empresa» y que «los representantes de los trabajadores deberían tener el 50% de los derechos de voto en el consejo de administración y el 50% de los derechos de voto de los accionistas», porque como él mismo afirma “»El cambio histórico se nutre de relaciones de fuerza”.
1.3. La transición ecosocialista
La disyuntiva está en si avanzamos o no hacia una transición verde y si esta se realiza desde la planificación democrática (con una nuevo reparto de poder, interno y externo, para una distribución de bienes y servicios a escala global con equidad y solidaridad) o, por el contrario, se va gestionando a través de los reajustes de los mercados y de las posiciones de poder de los más privilegiados, lo que generaría más sufrimiento para la mayoría de la humanidad con más desigualdad, menos eficacia, inestabilidad política y conflictividad social, por las dificultades de los gobiernos para satisfacer las necesidades humanas básicas, y con conflictos geoestratégicos por el acceso a los recursos naturales básicos, como el agua potable o los minerales, que podrían derivar en conflictos bélicos en los próximos años en diferentes regiones del planeta.
Pandemia, emergencia climática, desigualdad y bajo crecimiento provocan un entorno de inseguridad e incertidumbre en la opinión pública mientras que la pugna política se intensifica, agudizado por la confrontación que azuza la ultraderecha que no acepta ninguna estrategia de transición.
Por eso, hoy la lucha política adquiere una intensidad y complejidad nueva con difíciles decisiones sobre alianzas estratégicas y tácticas y sobre todo con una intensa pugna para trasladar la realidad y ofrecer una perspectiva de futuro a la opinión pública, frente a los intentos de las élites globales de popularizar realidades ficticias que tienen en el negacionismo su plasmación más extrema.
Esta confrontación tiene un trasfondo de sentimientos colectivos en los que se disputan el pesimismo o un horizonte de expectativas de una vida distinta, tal vez con menos consumo, pero con mayores niveles de felicidad, más igualitaria, más sostenible y más solidaria; también entre la negación de la realidad o la capacidad de traducir las evidencias que expone la comunidad científica (necesidades objetivas) sobre la crisis ecológica en apoyos masivos de la ciudadanía a las políticas que se necesitan para hacerle frente; entre el individualismo del “sálvese quien pueda” o la solidaridad colectiva de no dejar a nadie atrás.
1.4. Articular mayorías sociales
Generar un horizonte de expectativas para mayorías sociales con el poder necesario. Es útil todo lo que conduce a más cooperación y es perjudicial lo que la impide. Necesitamos una política que reactive el deseo y se aleje de la superioridad moral, seduciendo y no moralizando. Una política que en sus formas y en sus contenidos, sea trasversal, feminista y plural, capaz de llegar a consensos a pesar del clima de confrontación y polarización impuesto por la ultraderecha, que construya un marco de confianza para favorecer la conexión de las clases medias con el mundo del trabajo, con prácticas profundamente democráticas de diálogo y acuerdos, reestableciendo la complicidad con los sindicatos y las organizaciones sociales.
El horizonte de expectativas que proponemos para una transición ecosocialista tiene cuatro ejes básicos en torno a las relaciones simbióticas entre “democracia y transformación; estado y comunidad; democracia interna y democracia global y transición ecológica y justicia social”.
2. El marco: los cuatro ejes simbióticos
2.1. Democracia y transformación (o reforma y revolución)
En la base de nuestra propuesta política está el concepto de democracia como medio y como fin. La democracia es mucho más que una estructura política, es un código de valores basado en la libertad, la justicia social, la paz, la igualdad, la autonomía personal y colectiva, la solidaridad y la cooperación.
La defensa de la democracia requiere la rehabilitación de la política mediante la participación activa de la ciudadanía en la vida social y política y el fortalecimiento de los poderes públicos, en su cuádruple función de redistribuidor, prestador de servicios públicos, regulador y emprendedor para la transición ecológica, económica y social.
Cuando hablamos de democracia estamos diciendo que el poder público puede ser el motor de cambio para superar la sociedad capitalista, impugnando tres errores que han circulado en la izquierda: que es posible cambiar las cosas sin estar en el poder; que sirve para algo tomar el poder por medios no democráticos o que se puede instaurar el socialismo en un solo país. No hay lugar para héroes ni mártires, ni para asaltar el sistema desde fuera.
Es de justicia citar a Adolfo Sánchez Vázquez, tal vez el más importante teórico de izquierda andaluz junto con Juan Carlos Rodríguez, que escribió “La democracia como parte indisoluble del socialismo en cuanto sociedad emancipada y objetivo de la lucha por esta emancipación es un fin en sí o un valor intrínseco. No es, por tanto, simple medio o instrumento. La democracia instrumental conduce a la negación de la democracia misma.”
Hoy más que nunca, la defensa de la democracia y la dignificación de la política es la base para la transformación. No hay una relación de exclusión entre reforma y revolución. Siguiendo con las tesis de Sánchez Vázquez “La revolución —entendida no como simple conquista del poder sino como proceso de transformación radical de toda la vida social— lejos de excluir las reformas, las supone necesariamente”.
Igualmente, no hay oposición entre lucha política y lucha económica. La única senda de victoria ha sido la lucha por la democracia que ha extendido, en mayor o menor medida, el principio de igualdad a todos los ámbitos civiles, políticos, económicos y sociales. Hoy, además, el aumento del nivel cultural e intelectual de la población hace que la democracia sea un valor hegemónico.
Piketty ha recordado que en Alemania o Suecia los trabajadores cuentan con representación en los consejos de administración de grandes empresas, y en España el artículo 129.2 de la Constitución española establece que: «Los poderes públicos promoverán eficazmente las diversas formas de participación en la empresa y fomentarán, mediante una legislación adecuada, las sociedades cooperativas. También establecerán los medios que faciliten el acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción».
En una dinámica en la que lo público y la democracia deben tender a ser conceptos coincidentes, la conquista de los derecho sociales y laborales impulsa la democratización de la política y a la acción política le corresponde conquistar más derechos sociales y laborales porque la extensión de la democracia a todos los campos de la vida social es un objetivo irrenunciable y la democracia no puede quedarse a las puertas de las empresas. Si de la igualdad civil se deduce la igualdad política, ¿por qué no también iguales en nuestra posición económica?
2.2. Estado y Comunidad
El Estado democrático, en sentido amplio, incluyendo tanto a las Comunidades Autónomas y las Entidades Locales como a la UE, tiene el deber y la capacidad de satisfacer todas las necesidades básicas de la ciudadanía al margen del mercado, lo que incluye hoy el derecho a la vida amenaza por la crisis ecológica y por las pandemias, como garante de los servicios públicos y agente de cambio y de transformación económica.
Los Estados de naturaleza federal ofrecen múltiples dimensiones institucionales que dan respuesta a las diferentes percepciones comunitarias y, al mismo tiempo, articulan los diversos planos a través de mecanismos de participación.
La Comunidad, donde lo común equilibra los elementos de conflicto y multiplica los lazos de solidaridad transversales a través de los sentimientos ciudadanos de pertenencia a una institución política territorial o a un proyecto de ésta, se refuerza mediante la identidad política.
La identidad política es una construcción colectiva y consciente, siempre inacabada, que va dotando de unidad en el tiempo, de bienes culturales y simbólicos compartidos, y de objetivos políticos y sociales de naturaleza transversal, a las personas que participan de un sistema referencial generalizado, vinculado a una unidad geográfica.
La identidad política está ligada a proyectos políticos hegemónicos y, cuando son de naturaleza democrática, no implican exclusión de otros sentimientos de pertenencia, al contrario, pueden expresarse en múltiples lealtades compartidas.
Estado democrático pluralista y comunidad, en su despliegue pluralista, lejos de ser realidades políticas antagónicas, establecen entre sí una dinámica virtuosa de modo que sin Estado democrático y pluralista no hay comunidad sólida y sin comunidad no hay Estado que pueda funcionar democráticamente.
2.3. Democracia interna y global
Hay una relación indisociable entre el avance de la democracia en el interior de los Estados y el fortalecimiento de las estructuras democráticas e internacionales más allá de los Estados.
La democracia en el interior de los Estados progresa cuando por un lado se extiende a todos los ámbitos sociales para que la ciudadanía tenga el máximo poder y las personas la mayor autonomía y, por otro, cuando se articula federalmente para que los sentimientos comunitarios en el conjunto del Estado encuentren el pleno reconocimiento institucional que permita la convivencia democrática mediante la expresión del pluralismo territorial.
De forma paralela, un proyecto de transformación tiene que impulsar una dinámica federal y multilateral para aumentar la escala del poder público como única forma de avanzar democráticamente hacia una gobernanza que pueda hacer frente a los problemas globales y al poder de las élites económicas transnacionales e ir avanzando en una planificación justa para la distribución de recursos y productos.
La doble dinámica de extensión de la democracia hacia fuera y hacia dentro de los Estados, implica una reconfiguración de las relaciones entre los poderes públicos y privados, superadora de la asimetría actual que está a favor de los poderes económicos globales, reforzados por las grandes tecnológicas multinacionales.
La desigualdad territorial entre los Estados genera también desigualdad social en el interior de estos e impide avances cualitativos en cada uno de ellos para superarla.
Hoy hay una nueva confianza en lo público para que lidere, a través de la planificación, la intervención en la economía o en la gestión de los servicios, en una doble perspectiva, por un lado, proyectar los principios de igualdad, libertad, autonomía y sostenibilidad en todas sus estructuras, mediante la profundización en los derechos civiles, económicos, políticos y medioambientales en el interior de los Estados y, por otro, desbordar sus límites territoriales actuales en donde están encapsulado el poder político. Ambas, la transformación en el interior de los Estados y el fortalecimiento de los poderes públicos democráticos a nivel internacional, son indisociables, de forma que el avance solo puede ser simultáneo.
2.4. Transición ecológica y justicia social
Hay una doble dinámica también en el contenido para un nuevo contrato social en la era del antropoceno. Por un lado, situar la alternativa a la crisis ecológica como el objetivo central y, por otro, poner al empleo y a las condiciones dignas de trabajo como núcleo de ese contrato.
2.5. Conectar a su vez las cuatro ejes simbióticos
A su vez, las simbiosis entre reforma y revolución, estado y comunidad, democracia interna y global y transición ecológica y cambio social, forman una red de interacciones para avanzar hacia la república federal cosmopolita y el ecosocialismo democrático.
(*) La imagen corresponde a «Las nubes algodonosas» de René Magritte