EL grito más coreado por miles de voces, femeninas y masculinas, en la manifestación del 7N en Madrid fue ¡Basta Ya!, que es el grito del movimiento feminista desde hace muchos años, como lo fue cuando el terrorismo de ETA asesinaba en España, porque no se puede olvidar que la violencia contra las mujeres es terrorismo machista. La RAE define el terrorismo como «una sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror», que es lo que hacen con las mujeres víctimas de violencia.
Hemos sabido siempre que el machismo mata, que así no se puede seguir, pero parece que clamamos en el desierto. La reacción social a esa violencia machista es débil, dura un minuto en los informativos y pocos más en el lugar en el que se produce el asesinato machista. Suplicamos una reacción social acorde con la tragedia que estamos viviendo en España y en el mundo. No es sólo un problema español, es global, porque lo es su causa: la sociedad patriarcal que tenemos, de ahí que sea un problema estructural de muy difícil solución, sino se ataja la causa que lo provoca, el machismo imperante.
El asesinato de las mujeres, sólo por el hecho de serlo, es el final de una vida repleta de acosos, violaciones, malos tratos, vejaciones de toda índole, que se producen a lo largo de su vida, y de la de otras muchas que no llegan a ser asesinadas, pero viven en permanente terror. Se trata además de una violencia invisible, que según la única encuesta sobre violencia de género hecha por la UE afecta al 22% de las mujeres europeas que han sufrido, en silencio, violencia física o psíquica. Una de cada tres mujeres.
El machismo mata y sojuzga, y por eso hay que acabar con el androcentrismo de esta sociedad que ha hecho girar la vida de las mujeres sobre los valores de un patriarcado que crearon para asegurarse placer y la reproducción de la especie, pero sometiendo a las mujeres; la que intenta escapar a sus reglas es ajusticiada por quien se cree su dueño; así ha sido y así sigue siendo. Como tan lucidamente ha expresado Eduardo Galeano: «El miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del hombre a la mujer sin miedo», a la mujer libre.
Las mujeres maltratadas llegan a creer que son culpables cuando las vejan de mil maneras. Miguel Lorente cuenta una anécdota reveladora: Al término de una de sus conferencias, se le acerca una mujer para felicitarle, interesada, puesto que había ido a oírle, y termina haciendo esta reflexión: «yo he tenido mucha suerte, a mí nunca me ha pegado mi marido, aunque es verdad que yo no le he dado motivo». Increíble, pero cierto. Igual que cuando se decía, «mi marido me pega lo normal». Y es que sigue siendo normal que los hombres maltraten a las mujeres, y más si son suyas, que las sometan, que las marginen, que les paguen menos salario por igual trabajo, que las releguen a las tareas domésticas, que no tengan poder, y mucho menos económico o financiero, en fin, que sigan viviendo en la desigualdad que produce el machismo; la violencia de género no es más que la cara más dura de la desigualdad. Los avances que hemos ganado, muchos y muy importantes, han sido siempre gracias al esfuerzo agotador de miles de mujeres que durante siglos no se han resignado y han plantado cara al machismo. El patriarcado nunca entendió que sin libertad no hay igualdad y que cuando las desigualdades crecen, como ocurre en estos años de crisis, las injusticias también aumentan y las sufren los grupos humanos más vulnerables, y el mayor es el de las mujeres.
El movimiento feminista, plural y diverso, sólo tiene como objetivo que se haga justicia con las mujeres, y gracias a él fue posible la manifestación multitudinaria del 7N en Madrid, en la que se gritaban muchas cosas, pero de las que destaco dos: que se trataba de «una cuestión de Estado» y que «la lucha será feminista o no será». Coreada esta frase por miles de gargantas me produce una emoción indescriptible, por tantas mujeres que llevamos siglos afirmando que el feminismo es el movimiento de liberación de la mujer y que cuando nos unimos, como se hizo el 7N, 400 colectivos feministas fueron los convocantes, conseguiremos que entiendan que, efectivamente, se trata de una cuestión de Estado.
Como escribe Mar Esquembre: «Ya no podrán ignorarnos porque nos sabemos fuertes en esa unión y estamos por todas partes. En las escuelas, institutos y universidades, en los hospitales y centros de salud, en los comercios, en los medios de comunicación, en las empresas…y en los partidos políticos». Aunque, terriblemente, las sigan asesinando. Vamos a votar pronto y tenemos memoria. Que nadie se olvide. No se trata de mandar a una representante para «cumplir». Es una cuestión de Estado.
Publicado el 17 de diciembre de 2015 en las cabeceras del Joly en Andalucía