DAJLA

 

Lourdes Couñago. Dajla nos recibe con los brazos abiertos y, sin tiempo para preverlo, inunda todos los sentidos. La vista se llena de inmensidad amarillo-anaranjado cortando un firmamento que, de noche, nos regala brillos celestiales que parecerían imposibles. El oído es aposento del  “zaghareet”, grito con el que las mujeres saharauis muestran su alegría.  El té, sinónimo de encuentro, concordia, charla y esparcimiento colma nuestro gusto. Las manos rozan la henna, acarician la delicadeza de las telas de las melhfas o sufren el ataque sin piedad de la arena que arrastra el implacable siroco. Y el olfato……..sí, el olfato es el recuerdo del olor del pelo ensortijado que adorna la cabeza de la pequeña Munina, nieta de saharaui nacido en el Sahara Occidental, hija de refugiados saharauis, ella misma refugiada saharaui.  Pero hay otro sentido, ese que llaman sexto, entroncado con aquello que intuimos, y que me habla de resistencia, de fortaleza, de entereza, de agradecimiento, de hospitalidad, de humanidad, de dignidad.

Otro Dajla nos mira bañado por el Atlántico. Trae olores y sabores de mar que ya solo recuerdan quienes, en medio del desierto, cuentan a quien les quieran escuchar cómo huyeron dejando atrás casas, familias, amigos, negocios, trabajos, vidas de las que eran dueños y que ahora corren el riesgo de diluirse, también, en la memoria de quienes sólo saben qué se siente al meter los pies en el mar gracias a los programas de Vacaciones de Paz, aquellos que llenaban nuestros pueblos de niños y niñas de piel morena e idioma diferente.

“Tenemos un país y queremos volver”,  nos dice el Presidente de la República Árabe Saharaui Democrática. “Tenemos un país y queremos volver”, nos dice el Gobernador de la wilaya de Dajla. “Tenemos un país y queremos volver”, nos dice el alcalde de la daira de Bit Nzaran. “Tenemos un país y queremos volver”, nos dicen los jóvenes del Frente POLISARIO. “Tenemos un país y queremos volver”, nos dicen los habitantes de la jaimas, de las casas de adobe, quienes cultivan los huertos, los maestros de las escuelas, las mujeres que dirigen el Centro Comunitario, quienes trabajan en el hospital, quien cuida las cabras.

“Tenemos un país y queremos volver”

Yo he vuelto al mío. Sí, a ese al que considero responsable de tanto dolor mantenido durante más de 40 años y que sigue mirando para otro lado, andando de puntillas para no molestar a Marruecos.

Y en esa vuelta me acompaña un sentimiento extraño que no era capaz de identificar. Hasta que ya le he puesto nombre a esa compañera que se ha colado sin avisar: tristeza. Es difícil apartarla porque es aliada de la rabia que me produce sentirme tan pequeñita, pues ¿qué puede hacer una simple concejal de un pueblo si ni la ONU ha movido un dedo más allá de sus buenas intenciones?

Pienso que esto es lo único que puedo hacer. Contar, relatar, hablar, concienciar, motivar, enseñar, haceros partícipes de lo que mis sentidos recibieron como regalo, llevaros con mis palabras al lado de un pueblo con mujeres y hombres que resisten, pediros que os pongáis a su lado. No merecen que esta generación de españolas y españoles les olviden. Nos necesitan. Y yo también os necesito.

Hasta siempre, Dajla.

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