Francisco Garrido.
La política es siempre un asunto público, por eso sólo hay política en democracia. Fuera de la democracia no hay política sino poder. La derecha y la izquierda autoritaria abominan de la política pero adoran el poder. Ambas aspiran al “poder político absoluto” por ello reniegan de la político. El hecho de no ser un político es un signo negativo de prestigio social. Los liberales antipolíticos eluden, cada vez que pueden, criticar el poder económico pues los objetivos de sus dardos dialécticos no son el poder sino la democracia, la política.
Max Weber, en unos conocidos trabajos, distinguió entre la política como vocación y la política como profesión. Ambas formas eran en realidad fuertemente antidemocráticas y por tanto autoritarias. La política como vocación era el reino del carisma. Un líder absoluto, ungido de un poder sobrenatural y misterioso, decide por todos y todas. El jurista nazi K.Schmitt tradujo a categorías normativas esta idea carismática: el decisionismo. Debe decidir aquel que tiene el poder fáctico de decidir: el soberano. Pero el soberano, dotado del carisma, no sólo decide cuál es la ley sino cuando se puede suspender la validez de la misma: ”soberano es aquel que decide el estado de excepción”.
El político como profesión de Weber concentra su legitimación en la tecnocracia burocrática: los hechos, las acciones (el “Estado de obras” que decía el estrambótico González de la Mora). La “jaula de hierro” de la burocracia pude llegar a ser tan rígida como el carisma del soberano. La arbitrariedad monótona y la eficacia ciega son las constantes de esta forma de ejercicio del poder. Si el mejor divulgador del “político como vocación” fue K.Schmitt; el retrato, esta vez literario, del “ político como vocación” fue Kafka.
Pero el territorio de la política no puede ser ni l teológico, como en Schmitt, ni el onírico (arbitrariedad monótona) como en Kafka. La irracionalidad del carisma se completa con la irracionalidad del burócrata. Nazi y stalinistas ha representado las versiones más acabadas de esta doble naturaleza del ejercicio del poder político en el siglo XX. La política no es eso…Puede haber un poder teológico o un poder Kafkiano pero no una política teológica o kafkiana.
En la “vocación” (carisma) y en la “profesión” (burocracia) hay un movimiento común de privatización de las decisiones colectivas, un movimiento de concentración del poder y por tanto de expropiación de la irreductible dimensión pública de la política. Hoy ya no hay carisma , ni burocracia hay economía y capital : la política no manda, manda el poder privado que bañado con el carisma del consumo y la eficacia deslumbrante y metálica de la tecnocraciaque privatiza y destruye el espacio público.
Este desplazamiento hacia un nuevo soberano (el mercado capital) está en el origen de todas las formas de corrupción política institucionales. La corrupción consiste en gestionar como privado aquello que es público ¿Y no es eso lo que nos aconsejan siempre en la gestión de los ayuntamientos, los hospitales o la escuelas, gestionar como si fueran empresas?¿No vivimos la invasión de los cuerpo gerenciales en la administración pública?¿Que fue Gil y Gil en Marbella sino la expresión grosera de esta tendencia de aniquilación del ágora pública?
No es de extrañar pues el rechazo y separación entre la gentes y los políticos profesionales. Cuando la política se convierte en una profesión ya hemos entrado en el circuito de la corrupción. Convertir la “cosa pública” (res-pública) en la “cosa nostra” es una de las operaciones más clara de corrupción. La consolidación de una casta de políticos profesionales es un síntoma del declive del espacio público democrático. Al mismo tiempo los empleados públicos (los funcionarios) son desplazados o privatizados. Los políticos profesionales son gestores de la impotencia de la política y por tanto especialista en la mentira y la impostura. Los políticos profesionales son los siervos de los nuevos amos. No hay nada más apolítico que un político profesional. Cuentan que el dictador fascista español dijo a uno de sus ministros: ”Usted haga como yo y no se meta en política”.
En la agenda progresista hay dos objetivos inéditos, urgentes y radicales: la desprofesionalización de la política y la limitación del poder político privado. Solo así será posible recuperar el espacio público. Es por eso que batallas como la del software libre y contra la censura y la privatización de la red son tan importantes. No hay que dejar que las nuevas plazas y caminos públicos no sean también ocupadas por los mercaderes y gendarmes políticos. Hay que impedir que pasemos fatalmente del gobierno republicano (cosa pública) al gobierno de la mafia (cosa nostra)