El decanoato de flufenazina es un antipsicótico, indicado en trastornos de esta naturaleza, incluyendo la esquizofrenia, el síndrome maníaco y la enfermedad cerebral orgánica, que se utiliza en inyectables de liberación sostenida en este tipo de enfermos. Está en desabastecimiento, es decir, no se encuentra por ningún lado. Según el farmacéutico del Hospital General de Alicante, manifiesta lo siguiente:
“En nuestro hospital habíamos abierto precisamente una línea de trabajo junto con el Servicio de Psiquiatría para que flufenazina decanoato fuese de primera elección, como tú bien dices debe ser la primera elección en pacientes candidatos a depot (inyectables de liberación sostenida), porque es la alternativa más coste-efectiva. El coste incremental por paciente y año de paliperidona frente a flufenazina es de 4.931 euros”.
Por este extraño desabastecimiento, que obliga a utilizar un medicamento, casualmente mucho más caro, el coste del tratamiento de muchos enfermos con trastornos psicóticos costará, innecesariamente, cinco mil euros- año más.
Las medidas de control del gasto farmacéutico ya no dan más de sí. Cuando los precios de los medicamentos, que se fabrican mayoritariamente fuera de nuestras fronteras, caen por debajo del interés de mercado de quien lo manufactura y hay escasez, se deriva a otro mercado de precio más beneficioso y se obliga al país a utilizar un medicamento mucho más caro.
No sé si esto es exactamente lo que está pasando con el caso de este medicamento, pero podría serlo. Con este y con otros muchos, ya que carecemos de soberanía en esta área. Los medicamentos que utilizamos raramente se fabrican en España, o como en el reciente caso de la aspirina, lo fabrican, o lo terminan de fabricar aquí, empresas extranjeras. Recuerdo en este momento la iniciativa argentina de que el estado se haga cargo de la fabricación de los medicamentos esenciales para su país, proyecto que desconozco si se está llevando a cabo definitivamente, pero que habría que pensar en los programas de salud de la izquierda.
Pero a pesar de esto, seguir empeñados en acortar el gasto farmacéutico es algo que ya no puede dar más frutos y se está volviendo en contra de quienes siguen empeñados, a falta de otras ideas, en seguir por ahí. Las medidas de copago, la expulsión de extranjeros de los sistemas públicos de salud y la fuga de medicamentos, comenzarán a provocar mayor uso de los servicios de urgencia, procedimientos terapéuticos más caros y aumento de bajas y jubilaciones por enfermedades prevenibles.
Hace falta cambiar de política. Como sostiene Francisco Martínez Granados: “hay herramientas que permitirían un uso eficiente del medicamento y que retomaría el concepto «inversión en resultados de salud» frente al concepto «gasto farmacéutico».
Para conseguir esto, simplemente hay que hacer política, pero de la de verdad, la que supone transformar la sociedad. Hay que introducir servicios de optimización de la farmacoterapia, que han demostrado que pueden incrementar los resultados en salud de los medicamentos del 40% actual al 84%. Los ciudadanos deben saber que las muertes en España por eventos indeseables de los medicamentos pueden sextuplicar (sí, sí, multiplicar por seis) la de los accidentes de tráfico. Y también deberían conocer que por cada euro invertido en este tipo de servicios, los sistemas sanitarios que incluyen estos servicios ahorran más de cuatro. Es decir, no hay que poner más dinero, sino ahorrarse tres de cada cuatro euros de los que se están gastando ya en costes sanitarios y sociales que se podrían disminuir.
¿Y quién se va a encargar de eso? Muy fácil. Los farmacéuticos podrían hacerlo en un breve espacio de tiempo. ¿Qué no son parte del sistema sanitario? ¿Qué solo piensan en dinero? ¿Qué no quieren? ¡Hagamos política entonces! ¿O qué es la política si no es transformar la sociedad?
En España hay cuarenta mil farmacéuticos infrautilizados, que nos ha costado un riñón formarlos, mayoritariamente en universidades públicas y que probablemente no cumplen ni sus expectativas ni las nuestras, en materia de medicamentos. Cambiemos, entonces.
¿Cómo? Si se quiere aprovechar el sistema de farmacias, cuya capilaridad es incuestionable y se extiende a cualquier lugar, por más recóndito que sea, cambiemos su modo de remuneración. ¿Por qué tienen que cobrar por vender? Pueden cobrar por las actividades asistenciales que se realizan. Experiencias más que interesantes hay por toda Europa en esta materia. Una profesión también es su remuneración, y cambiando la forma de percibir honorarios, por otra que como sociedad nos interesa mucho más, cambiará ese perfil de farmacéutico al que nos enfrentamos ahora. Las profesiones no son ni malas ni buenas. Hay que aprovecharlas a beneficio de las necesidades de los ciudadanos.
Y si no, créese un cuerpo de profesionales que trabaje en los centros de salud junto al resto de profesionales e intégrense en el sistema. Esta opción es más cercana a la izquierda política, y no excluye que las farmacias cumplan otros servicios de los que hace ahora. Incluso no es incompatible con una política de soberanía en medicamentos, al estilo de la que se quiere realizar en Argentina.
Pero seguir así, incluyendo la queja hacia lo que hay, o el prejuicio hacia cualquier profesión, va a seguir provocando que el sistema sanitario público se desangre, y se le siga dando argumentos a las ideas de la gente de Dolores de Cospedal, que nos sigue diciendo que hay que meter la gestión privada en la sanidad pública. Es decir, el expolio y destrucción del sistema sanitario público, de manos de la iniciativa privada. Y eso sí que será desabastecimiento.