Dersu Uzala era un hombrecillo redondeado y zambo que en el extremo oriente ruso habitaba la taiga allá por los albores del siglo pasado. Era un cazador de ojos rasgados capaz de acertar a una cuerda en movimiento a treinta metros de distancia con un rifle de la época. Después de vivir muchos inviernos y tras perder a su familia por la viruela, tiene un encuentro en su inhóspita tierra con un grupo de expedicionarios del ejercito ruso dirigidos por el capitán Vladimir Arseniev. La expedición se proponía cartografiar los parajes helados y pantanosos del lago Janka. Su aspecto agreste, sus rudimentarios pertrechos, y la sencillez de sus palabras son causa de la sorna con la que el grupo de soldados, junto al fuego, tratan a Dersu tras su aparición nocturna en el bosque. Solo el capitán, de especialización científica y educación amplia, percibe cierta grandiosidad natural en los comentarios del trampero y le propone ser guía de la expedición.
Ante el asombro de los miembros del grupo, Dersu descifra el lenguaje de la naturaleza con precisión utilitaria. Sus ojillos rasgados proyectan una mirada tan afilada como un bisturí, su olfato ventea pescado asado a distancia con el asombro del que descubre algo importante. Adivinando el pasado y prediciendo el mañana era un maestro de la supervivencia propia. También de la ajena cuando pide al capitán víveres para dejarlos en una cabaña vacía. En palabras del capitán: “Dersu me fascinaba tenía un instinto enormemente desarrollado fruto de su vida en la taiga y un alma grande y limpia, se preocupó por alguien que no conocía y que quizá nunca conocería”. Todo en la naturaleza era para él gente. Cuando un soldado le pregunta si sabe qué es el sol, “el sol es nuestro padre, si se enfada llora”, responde mientras contemplan la lluvia desde el refugio. “El sol es gente, gente muy importante si se muere nosotros también moriremos. La luna es gente. El fuego, el agua y el viento son gente muy fuerte”.
En una escena memorable, cerca del lago Janka, Dersu y el capitán abandonan el grupo en avanzadilla para reconocer el terreno. El cazador percibe el peligro y advierte. El capitán anima a seguir, el cazador responde “tu eres sabio, iré contigo”. Al atardecer en pleno lago helado son sorprendidos por una ventisca. Dersu alerta de que las huellas están siendo borradas. Deciden volver. Pierden la referencia de las pisadas. El capitán saca la brújula, se orientan pero la dirección que toman está atravesada por corrientes de agua. La noche está próxima y Dersu ya sabe que no hay escapatoria, siente el acecho de la muerte y toma la iniciativa. Rodeado de matojos de poca altura insta al capitán a cortarlos y amontonarlos en una actividad desenfrenada, los desfallecimientos del capitán son contrarrestados con gritos de aliento. El capitán pierde el conocimiento cuando la pila de vegetación ya está formada… A la mañana siguiente el sol sale y Dersu desbrozando desde el exterior despierta al capitán. Éste se da cuenta de la maravillosa sencillez y consistencia del refugio y dice: “Dersu me has salvado la vida”. En su cuaderno de notas dibuja la estructura de la cabaña que ha resistido la ventisca helada realizada con unas piedras, una cuerda, los matojos y el trípode del altímetro.
Cae la lluvia y la nieve sobre la tierra, desde nuestra cómoda y urbanizada naturaleza tenemos la sensación, alimentada por la información mediática, grandilocuente, detallada, y temporalmente milimétrica, de presenciar un abismo. La nevada corta las carreteras, aísla lo disperso, atrapa a los conductores e hiela las ramas de los olivos. Nuestros cuatro por cuatro, nuestras autovías, nuestros móviles, son instrumentos exigentes que gritan demandando la atención de las autoridades. Mientras la Guardia Civil se deja materialmente el pellejo en los arcenes helados, los conductores descargan su furia sobre Padre Estado. Mientras las máquinas quitanieves trabajan sin cesar, la nieve cae con despaciosa felicidad ignorante de la fantástica desgracia que produce un espectáculo tan bello. Una nevada revela la locura humana. Olvidamos a diario la insignificancia de nuestra especie, olvidamos a diario que la naturaleza recupera el curso de sus ríos, las tierras inundables, las barranqueras y torrenteras pobladas de edificaciones. Urbanismo desaforado, mayor concentración y virulencia de fenómenos meteorológicos puntuales, manipulación feroz de del territorio con infraestructuras viarias, y deforestación (desertización) son causas palpables del psicodrama.
Dersu Uzala es una obra maestra con la que en 1975 Akira Kurosawa consiguió el oscar a la mejor película extranjera. Dersu fue un personaje real, un cazador al que el eminente explorador ruso Vladimir Arseniev dedicó una novela titulada con su nombre. La naturaleza era su medio de vida, sus acciones eran siempre pragmáticas, era un hombre bueno.
Tan cerca de mi alma, de mi cuerpo, está la figura desperdiciada de mi padre, de mi agüelo, de mis hermanos andaluces, que son y han sido «Dersu Uzala». Desconocidos y abandonados a su suerte por este maligno progreso «democrático», ignorando su sabiduría, su ciencia, su andalucismo y los han enterrado en cemento, para que no siembren la palabra, el conocimiento, lo andaluz y se han perdido con ellos la miel, la papa, el tomate, la habichuela, el melón, la sandía, el nabo, las collejas, los espárragos trigueros…… y algo muy importante el alma solidaria de los «Dersu Uzala» andaluces.
Con ellos he conocido la diferencia entre el aire y el viento, entre el aroma y el perfume, entre el hambre y la opulencia, entre el amor y el odio, entre la alegría y la tristeza y sé que esto es parte de la compra que nunca quisieron ellos vender.Cuando muchos se empeñan en comprar al tierra de mis antepasados preñada de trabajo para hacer carreteras, caminos, cotos, senderos, cementeras, parques solares y eólicos y comeremos lo que ellos siembran y nosotros se lo permitimos.
Gracias Mario. La buscaré.