Concha Caballero. EL PAÍS | En Estados Unidos está de moda ser hispano. En la cuna de la hispanidad está de moda no serlo. En los últimos seis meses, más de 166.000 jóvenes menores de 24 años han dejado de ser población activa. En los primorosos gráficos presentados por la ministra de Empleo, Fátima Báñez, el dato no aparecía porque las desapariciones se han convertido en la letra pequeña de la crisis.
En las redes sociales se divulga que los jóvenes en España tienen ante sí tres salidas: por tierra, mar y aire. Y, en los hogares se conoce con detalle que la primera gran decisión laboral de los jóvenes cuando terminan sus estudios es si permanecer en nuestro país, currículum y teléfono en ristre, perdidos como Dédalo en el laberinto, o emprender una odisea hacia lugares con menos calor humano pero más esperanza.
En el último año el número de alumnos matriculados en las escuelas de idiomas se ha multiplicado y la mitad de la sociedad se ha familiarizado con el metalenguaje de los niveles de dominio de la lengua. B1 o B2, Intermediate o Advanced forman parte ya de nuestro vocabulario familiar y constituyen el nuevo pasaporte al futuro. Cualquier idioma —inglés, alemán, chino, portugués o suajili— es válido para huir del paro y la desesperanza que últimamente se escriben español.
Se marchan de un país en el que se sienten poco apreciados, en el que se despotrica de su formación, se desaprovechan sus conocimientos e incluso se denigran —con el ministro de Educación en cabeza— sus titulaciones universitarias. Al parecer nos sobran ingenieros, científicos, matemáticos, artistas, informáticos y técnicos de todas las materias. Han decidido que nuestra particular salida de la crisis no se afronte potenciando nuevas tecnologías, ni la investigación ni creación; se construirá aumentando la tasa de ganancia de los poderosos y con el descenso generalizado de salarios, un proyecto para el que sobran los conocimientos, la profesionalidad y la creatividad.
Se estima que, desde el inicio de la crisis, han salido de España más de 400.000 jóvenes, la inmensa mayoría con titulación universitaria. En los últimos años, la Unión Europea está siendo sustituida por otros destinos, como Latinoamérica donde se dirigen ya más del 40% de nuestros emigrantes. La vida da tantas vueltas que algunos de los que despotricaban contra la inmigración latina hacia nuestro país, envían hoy a sus hijos a Argentina, Brasil, Colombia…e incluso a Cuba.
Por comunidades la soberana Cataluña, la insular Canarias, la céntrica Madrid baten el récord de jóvenes expulsados de su tierra o, según palabras del Ministerio de Empleo, los que tienen “mayor espíritu aventurero”. Tras ellas se encuentra Andalucía, donde la herida de la emigración masiva todavía no ha acabado de cicatrizar cuando se abre esta nueva sangría del exilio juvenil.
Va a ser verdad que la historia es el relato de un idiota sin sentido. Nunca hubiésemos pensado que volveríamos a ser testigos de la emigración y del exilio; nunca hubiésemos imaginado que “vuelvan pronto los emigrantes” podría ser un lema para el siglo XXI. Trabajamos para el inglés, literalmente. Educamos, formamos e invertimos en la educación de nuestros jóvenes para regalárselos al mundo. Del dolor causado, de la angustia que genera y de la soledad, mejor no hablar. Realmente sólo un idiota cruel puede ser tan insensible ante este fenómeno.Casi medio millón de hogares tienen algún emigrante forzoso. Mientras las televisiones se pueblan de españoles por el mundo con aire de triunfo, felices de pertenecer a un mundo globalizado, sin rastro de dolor o de exilio. Pero un mundo racionalmente globalizado, donde la interconexión de experiencias y conocimientos es fácil y rápida, no necesitaría expulsar a las poblaciones, empobrecer territorios o alimentar nostalgias.
Ahora ya no aparecen en nuestra estadística. No son parados ni activos. Son desaparecidos en el agujero negro de la crisis. Su ausencia es la contabilidad B de nuestro corrupto sistema económico que ha expulsado precisamente a todos aquellos que podrían reiniciarlo.