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Dios, Patria, Rey y Toros.

Estamos viviendo, a nivel global, la crisis de un sistema insostenible, injusto e irracional y la impotencia de los poderes públicos para liderar un cambio de modelo. En particular, el Estado Español, el Reino de España como dicen en Bruselas, ha vivido en una burbuja durante los últimos años producto de la coincidencia de la época del desarrollismo con la instauración de la democracia, el estado de las autonomías y el ingreso en la UE y en el Euro. Se han mezclado legitimidades, ideología capitalista, facilidades de crédito, demagogia, ambiciones y mucho oportunismo personal y político. La crisis está mostrando con toda su crudeza la artificialidad de las bases de nuestra economía y de nuestro sistema político. Incluso la UE, durante esta triste presidencia española, está sufriendo su primera gran crisis en la profundidad de sus estructuras al comprobarse la debilidad de la construcción de la zona euro al margen de las instituciones comunitarias.

 

Andalucía, que estalló como un relámpago un histórico 28 de febrero y mostró toda su fuerza para liderar un nuevo proyecto no ya para si misma sino para todo el Estado, se adocenó al confiar en los cantos de sirenas de los partidos del sistema, españolistas, desarrollistas y capitalistas. Renunciamos al liderazgo, optamos por un modelo basado en la construcción y el consumo y nos creímos el cuento de que estábamos en un desarrollo imparable. La crisis no solo ha mostrado lo efímero de nuestro sistema sino que nos ha hundido en la miseria. Hasta ahora estamos cerrando los ojos pero así lo único que conseguiremos será que la situación empeore.

 

Pues bien, en este contexto, surge durante este año, el debate sobre los toros. Una modesta iniciativa popular para que se debata una proposición de ley en el parlamento catalán sobre su prohibición en Cataluña se convierte en un símbolo que divide a la opinión pública, a los partidos y a las instituciones. Es una iniciativa que alcanza un sobresaliente democrático porque lo que se pide es que se debata en el parlamento y se hace además utilizando la vía más participativa de la presentación de firmas ciudadanas.

 

¿Porqué el debate sobre las corridas de toros ha alcanzado esta relevancia cuando lo lógico sería que estuviésemos discutiendo cómo parar el déficit público, cómo reformar el sistema financiero, cómo crear empleo, las inversiones productivas en sectores de futuro, medidas contra el cambio climático, soluciones para el fracaso escolar o la reforma del sistema político y administrativo, enfangado por la corrupción y la ineficacia?. Más aún, para la mayoría de la población las corridas de toro son un elemento marginal en nuestra cotidianidad que ha ido perdiendo adeptos a medida que evolucionaba la sensibilidad contemporánea: el rechazo al maltrato animal ha ido ganando la batalla sobre los aspectos estéticos y rituales de las corridas.

 

 La respuesta está posiblemente en el gran simbolismo que encierran las corridas de toro que la convierten en algo mucho más trascendente que su propia materialidad ya que tienen una naturaleza simbólica global, producto del entrecruzamiento de muchos mensajes implícitos.

 

En primer lugar la noticia mediática surge precisamente cuando es el parlamento catalán quien lo discute. Curiosamente en Canarias de había prohibido hace tiempo y no había pasado nada. Pero en Cataluña están pasando muchas cosas. Cataluña está demostrando su fuerza, la que le da la el apoyo masivo a la vía nacionalista democrática. Para recordar algunas muestras de su fuerza basta citar ejemplos como su liderazgo a la hora de la modificación de los Estatutos de Autonomía; la celebración de referéndum municipales sobre la independencia; la crisis indirecta provocada en el Tribunal Constitucional con motivo de la sentencia sobre el estatut; la ubicación en su territorio de una potentísima infraestructura científica; la iniciativa en el traspaso de competencias estratégicas; la reciente aprobación de la ley de comarcas; la participación en la aerolínea hispanair; los proyectos en telecomunicaciones ya sea de un operador propio ya sea de una red pública de fibra óptica; la opción del presidente del invicto Barcelona por una opción política nacionalista radical, etc.

 

En segundo lugar, las organizaciones ecologistas defienden con una lógica irreprochable que no puede haber excepciones en la prohibición del maltrato a los animales en los espectáculos públicos. No se trata de que para oponerse a este espectáculo haya que ser un mártir de la cotidianidad, ser vegetariano o hacerse panteísta. Simplemente se trata de aceptar que es lícito elegir democráticamente la opción de que hay una línea que no se debe pasar, ni ética ni estéticamente: el maltrato de animales como espectáculo.

 

Ambos vectores, la libertad de conciencia para identificarse emocional y racionalmente con una comunidad nacional en España y la libertad de conciencia para oponerse al maltrato público y festivo de animales forman parte ya del patrimonio de la izquierda sociológica. Por eso, los sectores más reaccionarios del PP, aquellos que representan sociológicamente la continuidad franquista, ha respondido rápidamente con sendos decretazos para utilizar arteramente figuras administrativas como las declaraciones de interés turístico para realzar el carácter españolista de las corridas de toro frente a la intención “separatista” del parlamento catalán y la subordinación de la conciencia ecologista a la “tradición española”. De esta manera los toros se utilizan como un símbolo arrojadizo frente a la izquierda sociológica que participa de una sensibilidad ecologista y plurinacional. No es casualidad que precisamente haya sido el toro el símbolo que la derecha haya incorporado a la bandera de España en los acontecimientos deportivos, como expresión no del Estado (el escudo constitucional) sino de la “nación española”, aquella que se construyó sobre la violencia para imponer un solo dios, una única patria y un rey.

 

Tampoco es casualidad que precisamente el rey haya roto su tradicional neutralidad defendiendo públicamente los toros y no en cualquier parte de España sino en Andalucía. Escribo este artículo mientras leo que el PP en Andalucía ha registrado en el Parlamento una proposición no de ley para defender, impulsar y divulgar los toros en Andalucía basándose en que el Estatuto promulga “el afianzamiento de la conciencia de identidad y de la cultura andaluza”. No me extraña tanto cinismo. Los mismos que niegan la evidencia de una corrupción que amenaza no ya a ellos mismos sino incluso a la credibilidad de las instituciones democráticas del Estado (¿son válidas las elecciones si se concurren a ellas con financiación ilegal, con trampas?) quieren utilizar a Andalucía contra la pluralidad nacional y contra la conciencia ecológica. Saben que su proyecto autoritario solo se puede imponer sobre la base de una hegemonía españolista y para ello necesitan manipular y neutralizar la conciencia nacionalista andaluza, la única que cuestiona en la práctica con su existencia la existencia de una nación española. El mismo guión que han seguido siempre. Solo falta que la Iglesia en su espiral de intolerancia se sume a la defensa de los toros.

9 Comentarios

  1. ¿Como encajar «la fiesta nacional» en un espacio de izquierdas, verde y andaluz?
    Su fiesta nacional para ellos, que aquí no la queremos.

  2. Extracto de un libro de José Luis Sampedro » La Vieja Sirena»
    …desde el momento en que la naturaleza lo ha creado es natural. La vida no produce monstruos; los producimos nosotros.
    Vamos cayendo en picado, ya no se trata de defender a dios, a la patria o al rey o de no estar de acuerdo, simplemente somos unos monstruos.
    Hemos creado tanta violencia en nuestro entorno, en nuestra cultura, en nuestro arte, que confundimos la sabiduría de vivir dignamente y de dejar vivir, con el arte de generar violencia, destrucción y muerte.
    Cuando acabemos con el agua, con el aire, con los árboles, con los peces, con las aves, con los mamíferos, con…. comeremos, beberemos, respiraremos toros, dios, patria y rey.

  3. He nacido en la Alameda de Hércules, me he criado en la bolera de la calle Parra ( la de Isidro maestro de apoderados), He visto, siendo muy pequeño a Juan Belmonte sentado en la Punta del Diamante. He conocido a las dinastías toreras de mi barrio (los gallos, los chicuelos, los Luque Gago). Estuve con diez años el día del corpus que Curro Romero se encerró con seis toros en la Maestranza. He leído de toros desde el Cossio a Chaves o Bergamín. Soy de los que saben todavía lo que es un Kíkirikí. Y a mi ningún modernito snob, ningún metafísico de otoño-invierno, ningún tonto académico francés , ningún payaso sangriento a lo Boadella (¡Ojo¡, lo malo es lo de sangriento, no lo de payaso); me van a dar lecciones sobre lo que es la tauromaquia Y cuanto más conozco a la tauromaquia más claro tengo que es una fiesta sangrienta, cruel y deplorable que no debe tener otro fin que su abolición. Y lo digo como persona racional, como sevillano y como andaluz soy ,

  4. Cuando era pequeño mi abuelo me recogía, me cogía la mano y me llevaba a los toros. En cierta ocasión el picador erró y la garrocha abrió una gran brecha en el lomo del animal, la inmensa y sangrante herida abierta me enseñó todo lo que quiero aprender de las corridas de toros. Así que no tengo tiempo ni ganas.

  5. Salud y República

    La corrida no es del pasado, ni la España negra, ni el franquismo. La corrida no es el folclorismo racial y anacrónico como París tampoco es Pigalle. Hay una intelectualidad reacia que se atrinchera en el malentendido y el desconocimiento.
    En el modelo de sociedad vigente, la muerte se ha convertido en algo vergonzoso. Por eso la negamos, la escondemos y nos decantamos por modelos asépticos. No existe el duelo. Predomina la apología de la juventud eterna. Aceptamos la muerte del animal y de nuestros congéneres siempre que no la veamos. Mucha gente no entiende ya la ceremonia de la muerte. De ahí proviene la distancia con la corrida. La corrida mezcla la fiesta de la vida con la tragedia de la muerte. Es un pasaje ceremonial hacia la muerte. En la corrida el toro muere y el torero puede morir. La vida no es un estado, es un acto, un acto contra la posibilidad misma de la muerte

  6. ¿Qué os duele de la Fiesta Nacional, si toda ella está revestida de arte, cuido, mimo, belleza y —es bueno recordarlo— la oportunidad del toro para salvarse y aun para matar? No se deja al toro ahí, sin salida, a merced de actitudes sanguinarias; el toro tiene su oportunidad, y ahí radica la grandeza del toreo, en que el hombre no siempre tiene la última palabra. Quiero decirte que para pedir que acabe la Fiesta Nacional, lo primero que hace falta es conocerla en toda su extensión, que es mucha. Así que primero, aprendedla. Y después hablamos.

  7. Muchas gracias a Rafa Rodríguez, magnífico artículo.

  8. La tortura no es arte ni es cultura.
    En una sociedad como en la que vivimos no hay cabida para este tipo de espectáculos crueles. Por tradición se han hecho muchas barbaridades a lo largo de los siglos, la tauromaquia tiene que terminar ya.
    Es vergonzoso que personajes tan públicos e importantes como el rey, se mojen a defender una «fiesta» en la que queda claro que hay un maltrato hacia el animal.
    Os invito a ver este video donde se ve claramente como el toro sufre: http://www.facebook.com/video/video.php?v=1308058433779&ref=share

  9. «Por Dios,la patria y el rey,pelearon nuestros padres». Ahora resulta que también por los toros.Mejor dicho,por la muerte sádico-festiva de los toros,que no es lo mismo.Por cierto,si la Iglesia se suma a la fiesta,podrían incluir la pederastia entre las tradiciones de la España inmortal.¡País!

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