Manuela Martínez / El otro día, mientras echaba un vistazo a mi TL en Twitter, tropecé con un conocido periodista que decía que estaba harto de quienes opinaban sobre periodismo sin tener ni idea de lo que era el periodismo ni de lo que ocurría en los medios. Me faltó tiempo para responderle que eso mismo me pasaba a mí con quienes opinaban sobre sindicalismo sin tener ni idea de lo que es un sindicato ni de lo que hacemos los y las sindicalistas.
Una cosa está clara, los titulares de prensa que difunden los medios no tiene nada que ver con lo que hacemos ni con lo que somos; lamentablemente, esos titulares son lo que utilizan los opinadores y tertulianos para tejer la “imagen” que les interesa que quede en el imaginario colectivo sobre nosotros.
Pero de hacer caso a lo que se publica, los sindicatos y los sindicalistas viviríamos en una especie de esquizofrenia paralizante. Me explico.
Nos acusan de no estar a la altura de las circunstancias y de nuestra obligación de liderar los movimientos sociales, al tiempo que nos recomiendan humildad, esconder las banderas, diluir nuestra identidad y abandonar el liderazgo a favor de los movimientos sociales.
Abunda mucho el free-rider que exige que vivamos sólo de nuestras cuotas y que de dinero público no recibamos ni un solo euro porque es un despilfarro, con la misma soltura que nos exige resolver la crisis con nuestros propios medios y hasta los problemas del mundo mundial.
Y muchos de los que plantean que tenemos que abandonar el diálogo social, la concertación, cualquier posibilidad de pacto con el poder político o la patronal, porque supondría, dicen, una traición a la clase trabajadora, son los mismos que utilizan el plural mayestático para exigir que se respeten los derechos laborales y sociales que tanto “nos ha costado conseguir”; curiosamente en esas mesas de diálogo social que tanto critican.
La pregunta es obvia, nos ha costado ¿a quiénes? ¿A los que jamás han arrimado el hombro para sumar, a los que siempre han renegado de los acuerdos alcanzados para conseguir esos derechos o a quienes han convertido el ataque sistemático y la crítica destructiva a los sindicatos de clase en la razón de su existencia? ¿A los que ante cualquier problema laboral suben los hombros y dicen aquello de “eso es cosa de los sindicatos” y esperan que convoquemos una manifestación y nos manifestemos los afiliados mientras ellos, los afectados directamente por el problema, se van con la familia de puente, se quedan a ver la tele o van a jugar al pádel? ¿A quienes jamás han perdido un solo día de salario por ejercer su derecho de huelga pero se han beneficiado de lo conseguido por los compañeros que si han participado en la huelga con todas sus consecuencias? ¿A los que han descubierto el “activismo estático”, desde el sofá, ordenador, tableta o móvil de última generación en mano, pero que jamás han pisado la calle para reivindicar ni uno sólo de los derechos que ahora dicen defender? ¿O a quienes han descubierto con la crisis que las plazas y las calles existen y que son un buen sitio para reivindicar, protestar, proponer … o que las carreteras existen y se puede marchar por ellas para exigir un cambio de política?
Menos mal que tenemos memoria y la cabeza bien amueblada y sabemos quiénes somos, a qué nos hemos dedicado, qué seguimos haciendo y en qué organización estamos. Y luego está ese orgullo de sindicalista, ese que nos hace sentir bien con nosotros mismos porque estamos convencidos de estar realizando la tarea más noble que un trabajador o trabajadora puede desempeñar: defender los derechos y los intereses de sus compañeros y compañeras frente al empresario y frente al poder político y económico. A sabiendas de que nos podemos equivocar, pero convencidos de que nos equivocaríamos mucho más si no actuásemos.
Y es que, como reconocía el reciente manifiesto “En defensa de la actividad sindical y de la UGT”, el progreso social no es posible ni comprensible sin los sindicatos. Han sido fundamentalmente los sindicatos de clase, la lucha constante de sus delegados y delegadas y de sus afiliados y afiliadas, quienes han hecho posible la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de todos los ciudadanos y ciudadanas en nuestro país. Y eso es algo que no podrán ocultar quienes pretenden deslegitimarnos, tampoco los free-riders de turno o los entusiastas del plural mayestático, porque la realidad es tozuda y, se pongan como se pongan, acaba imponiéndose.
El viernes pasado, sin ir más lejos, el sindicalismo de clase fue reconocido en la V edición de los Premios Juan Cuenca que otorga el PSOE de Granada. Lo recogimos los secretarios generales de CCOO y UGT en un acto entrañable, en el teatro José Tamayo del barrio de La Chana, barrio obrero y de gran conciencia ciudadana.
@Manuela_MJ