Fernando Hidalgo.
El País. 21/02/2010.
El agua es fundamental para la vida. Por eso, cuando la buscamos en planetas lejanos nuestra primera meta es encontrar agua. Sabemos que, sin ella, lo que llamamos vida no es posible en ninguna de sus formas conocidas o imaginables. Sin embargo, los seres vivos y los ecosistemas la necesitan en cantidades muy diferentes. Así, la vida fluye con fuerza tanto en los secos desiertos como en las húmedas selvas. Quizás los ecosistemas y los seres vivos más dependientes y exigentes respecto al agua sean las zonas húmedas, su flora y su fauna.
Las marismas de aguas dulces como Doñana muestran una dependencia extrema del ciclo natural del agua. Su estrecha y peculiar relación con el líquido elemento les hace necesitar tanto el agua que la inunda en invierno y primavera, como la sequía extrema del verano mediterráneo que acaba resquebrajando los suelos arcillosos de las marismas y transformando en ardientes planchas las arenas de sus cotos. Sin este ciclo de inundación y sequía no existiría Doñana ni la biodiversidad que alberga; y tampoco sería lo que es sin este tiempo loco que unos años nos hace padecer con sequías extremas y otros, como este, nos hace creer que estemos a las puertas del diluvio.
La cantidad, no basta. Doñana necesita aguas diversas para vivir. Necesita el agua de lluvia y la que recogen sus arroyos y ríos y le aportan los nutrientes necesarios para muchos de sus seres vivos; necesita también del acuífero subterráneo que con sus aportes de agua, variables según la orografía, determina que la vegetación sea una u otra y, cuando la sequía aprieta, repleto de agua descarga en retuertas y arroyos donde se mantienen pequeños pero imprescindibles puntos de agua permanente aún en momentos de sequía extrema; y, también, necesita a su mar, sus aguas salinas mezcladas con las del Guadalquivir llegan a las marismas creando un peculiar medio salino que enriquece su biodiversidad. Pero además, Doñana necesita que unas y otras aguas vengan limpias y sin contaminantes ni excesos de nutrientes. Cuando no es así, el agua empieza a transformarse en una trampa mortal que va deteriorando la vida y los procesos ecológicos que la mantienen.
En estos últimos años hemos alterado el ciclo del agua. Los bombeos excesivos para extraer agua para riego, los abonos y pesticidas usados en los cultivos y las aguas mal depuradas de poblaciones vecinas han hecho que a Doñana llegue menos agua y de peor calidad. La situación no es límite, pero si peligrosa. Afortunadamente, tenemos los suficientes conocimientos científicos para saber cómo corregir la situación y la disposición en las poblaciones del entorno es inmejorable para abordar el problema. Uno de los pasos más significativos dados en el buen camino es el desarrollo de una agricultura ecológica económicamente rentable y competitiva. Por otra parte, la Junta de Andalucía ha planteado un plan que puede corregir la situación. Sin embargo, su aplicación se está demorando en exceso. Una de las acciones más necesarias es acabar con las extracciones ilegales de agua del acuífero. Sin embargo, esto no se debe de hacer, aunque esté envuelta en esta problemática, poniendo en peligro la incipiente agricultura ecológica. Debemos favorecerla y potenciarla, en gran medida, en ella está el futuro de Doñana. De nada nos servirá disminuir las extracciones de agua si no corregimos al tiempo su problema de calidad.
Fernando Hiraldo es director de la Estación Biológica de Doñana (CSIC).