A raíz de la bulla de Pozuelo (algunos lo han bautizado como la “pijo-borroka”) ha vuelto a la palestra el debate sobre qué hacer con los jóvenes. Vagos, infantilizados, violentos, insolidarios, borrachos, nihilistas, autoritarios, consumistas… en fin, un dechado de virtudes.
Puestos a buscar solución al “problema de la juventud” surge un lugar común: restablecer la autoridad de los adultos. En las familias y la escuela. Se critica ahora la sobreprotección del menor frente a sus actos minando la autoridad paterna, y la del propio Estado; o la situación de los colegios, que estarían a punto de convertirse en esos institutos americanos de las películas tipo “rebelión en las aulas”. Podemos seguir dando caña a los jóvenes… o analizar qué sucede.
El PP y la mayoría de los opinadores profesionales han criticado la introducción de educación para la ciudadanía como asignatura, con el argumento de que esto quitaba horas lectivas a los idiomas, las matemáticas… Por su parte el PSOE y la mayoría de los pedagogos creen que es necesaria: la formación específica ayudará a convertir alumnos en ciudadanos. Una evolución de la “educación en valores” de la LOGSE. En el último momento, el PP y algún compañero de viaje como el defensor del pueblo Múgica han dejado esa careta “tecnocrática” y se han sacado de la manga su propia versión de educación para la ciudadanía: convertir al maestro en un agente de la autoridad, devolver el “usted” a las aulas, que los alumnos se levanten para recibir al profesor… Y alguna “upedería” más.
En mi opinión, ambos se equivocan. Ni educación para la ciudadanía ni educación para el vasallaje. La educación está para abrir los mundos del alumno: tanto en su capacidad para entender y cuestionarse el mundo, como de descubrir al “otro” en la sociedad. Brevemente: lo que debe restablecerse no es el respeto a la autoridad, ni institucionalizar el “buenrrollismo”, sino hacer que el conocimiento vuelva a fascinarnos, y romper los grupos de pares homogéneos (por clase social, por género, por etnia….) que tienen una facilidad pasmosa para involucionar en puro autoritarismo.
Siento que me meto en un charco, pero los pedagogos deberían auditarse. Quizás desde la sociología o la antropología, sobre todo desde perspectiva feministas, tengan mucho que aprender. Por ejemplo, en el papel esencial que en el proceso socializador desempeñan los grupos de iguales y los modelos informales (pero no por eso menos brutales potencialmente) de autoridad. En este sentido, recuerdo la incomodidad entre los de “educación para la ciudadanía”, y la befa y bufa entre los de “educación para el vasallaje” que provocó la intervención más original y evocadora en la escuela en los últimos tiempos. Creo que fue en un instituto de Granada, donde la dirección reguló el uso del patio para que los grupos de chicos no siguieran atemorizando a las chicas, que pasaban el recreo en los pasillos. Chapeau a Cándida Martínez por respaldar en su día a los responsables del centro, a los que la prensa puso en la picota. Sin duda fue un proceso tosco, pero el dedo estaba en la llaga. Aunque esto merecería otra discusión, lo cierto es que estos grupos de iguales se han convertido en verdaderas academias de machismo y racismo.
Según avanzamos resulta evidente que la solución no está sólo, ni principalmente, en la escuela y los propios jóvenes, como pretenden ciudadanistas y vasallizadores, ni se arregla a golpe de BOJA. Hay que pensar y actuar globalmente. Por ejemplo, no podemos esperar que chicos y chicas se “fascinen por el conocimiento” si nuestra sociedad lo desprecia. No es sólo el gobierno: son los empresarios (¿recuerdan alguna intervención de la CEA o la CEOE solicitando reformas estructurales para evitar la fuga de cerebros a otros países, o facilitar la incorporación de los procedentes de fuera? ¿O exponiendo qué trabas encuentran para incorporar desarrollos científicos? ¿O movilizándose por un mejor trato fiscal para su inversión en investigación, o el mecenazgo de la ciencia? Reducir impuestos y salarios, y despido libre, esa es la contribución empresarial al desarrollo de nuestra sociedad). También son los creadores culturales: ¿abandonarán ya la salida reaccionaria de la SGAE para recrear la creación cultural? Y los científicos que se sitúan más allá del bien y el mal político: ¿necesitan privilegios para intervenir cívicamente en política? ¿Pueden seguir permitiéndose conocimientos de Stanford y actitudes y aptitudes políticas arrabaleras?
Por último, también hay que abordar socialmente el descubrimiento (y el respeto) del otro. Se critica el nihilismo de los jóvenes, pero más grave me parece el nihilismo viejuno (gracias, Muchachada Nui). ¿Qué proyecto hay en la política tacticista de Zapatero el trilero? ¿Qué ilusión genera la continua apelación al sentido común y a la “gente normal” de Mariano el mediano? El nihilismo se combate con sentido, no con intereses.
Y dicho todo esto, tampoco me parece mucho pedir que los jóvenes no se dejen llevar por la irresponsabilidad colectiva y planteen sus alternativas. Que sean rebeldes, sí, pero con causa. Que no esperen soluciones, sino que se sumen a los esfuerzos para cambiar las cosas, o que se inventen sus propias soluciones. Que no se dejen llevar por la sociedad de mercadillo, buscando excusas para la irresponsabilidad en que el mundo les ha hecho así, o que qué esperábamos con la educación y el ejemplo que les damos.
Seguro que muchos están diciendo y haciendo muchas cosas en esta línea…. pero el ruido de ciudadanistas y vasallizadores no les deja sobresalir. Porque rompen la categoría, son el error estadístico. Lo esencial ahora es buscar cura al nihilismo. Por ejemplo, y rompo el fuego, con el ecologismo. Pocas causas tan profundas, y con tantas implicaciones para “darle un sentido” a la vida. A fin de cuentas… ¡se trata de salvar el mundo!¡Literalmente! Como decía Bowie:
«we can be heroes forever and ever, what do you say?»
Me salió mi lado viejuno.
P.D. El discurso del rey Juan Carlos (algo después de la publicación de este artículo) hace más pertinente si cabe la referencia al vasallaje.