Artículo de Carlos Carnicero, publicado en su blog
José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba han tardado más de setenta y dos horas en controlar las aguas turbulentas del PSOE. No ha sido fácil porque la decisión había sido considerada inadmisible por muchos dirigentes socialistas. Por primera vez en ocho años, los barones y muchos militantes han estado a punto de sublevarse contra el aparato formado por Zapatero y Rubalcaba.
El caso es que el presidente de Gobierno, sin una reunión formal de su ejecutivo y sin una consulta a los órganos de dirección del partido, presentó en el Congreso de los Diputados su proyecto de reforma de la Constitución para incluir un límite de gasto presupuestario y de déficit ofreciéndole un pacto a tal efecto al principal partido de la oposición.
A la sorpresa en el PSOE siguió la indignación. Algunos dirigentes y cualificados militantes se pronunciaron claramente en contra. El candidato Rubalcaba se tuvo que tragar un sapo que antes había rechazado. Y finalmente, una vez que había hecho el ridículo quedándose en fuera de juego, Alfredo Rubalcaba optó por encabezar la manifestación que había repudiado y se puso a negociar el acuerdo en el que no creía con el PP.
Todo esto ocurre en la época de las tecnologías en la que todo es posible para establecer una comunicación fluida. El secretario general del PSOE podía haber tenido una videoconferencia con todos los miembros de la comisión ejecutiva. Podía haberse dirigido a miles de militantes por Internet. Pero para los actuales dirigentes de los partidos mayoritarios, Internet es sólo un método de transmisión de propaganda: para nada un instrumento de extensión de la participación de los militantes ni de consulta de las decisiones de la dirección.
El PSOE no celebra primarias porque se ordena que no haya varios candidatos; no celebra congreso para cambiar su programa. No eligen nueva dirección después del batacazo electoral de las municipales y autonómicas. Y ni siquiera consulta al partido un cambio constitucional. ¿Alguien da más?
Pregunta: ¿para qué sirven los militantes del PSOE además de para asentir las decisiones de una dirección que es capaz de cambiar de arriba abajo su programa electoral sin una consulta siquiera a los órganos de dirección del partido.
Pero en el fondo, Zapatero y Rubalcaba debieran saber que su conducta no les va a salir gratis. Si creen que los militantes y los electores de izquierda van a consentir en ser manejados como tradicionalmente lo han hecho los partidos de derechas con sus militantes han perdido definitivamente el norte.
Los actuales dirigentes del PSOE parecen empeñados en su particular cruzada para salvar a España sometiendo a los españoles a la dictadura de los mercados hasta en un cambio constitucional. Pero no se han molestado en consultar ni a los ciudadanos ni a sus militantes si los españoles quieren ser salvados al precio que vamos a pagar.
Se trata de un moderno caudillismo en el que ni siquiera se respetan las formas de las consultas que siempre habían sido obligadas en el PSOE. El trágala se hace en base a que los ungidos para decidir por todos se arrogan el conocimiento de la situación que les permite tomar decisiones al margen de los militantes y de los ciudadanos.
La respuesta no se ha hecho esperar: una marea de protestas y de exigencias de un referéndum como condición para modificar la Constitución. Y la confirmación de una disociación entre la militancia la dirección del PSOE que augura una catástrofe electoral en un universo donde la amenaza de la llegada del PP ya no sirve como catalizador de una izquierda en desbandada.
Las tecnologías permiten la comunicación directa entre los militantes y la dirección y esta con ellos. Permite el control de las decisiones de los dirigentes. Y va a exigir una modificación en la forma de entender la representación política.
Se acabo el tiempo en que las oligarquías que manejan los partidos puedan gobernarlos al margen de los militantes con el simple control de las listas electorales y de la adjudicación de puestos institucionales. La rebelión no ha hecho más que comenzar y la resultante es un cambio radical en la democracia interna de los partidos. (Continuará)