Concha Caballero.El Pais.13/11/2010.
No sabemos cuántos muertos, heridos, detenidos o deportados ha habido en El Aaiún. Lo peor es que quizá nunca lo sepamos y pasen a formar parte de esa nube mundial de desaparecidos bajo las dictaduras, cuyas sombras claman contra el olvido.
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En la era de Internet y de los móviles donde vivimos en la ficción de que nada escapa a nuestra vista, hay territorios que se desglobalizan cuando interesa a sus regímenes dictatoriales y sus dramas pasan a desenvolverse en un universo pequeño, hostil, absolutamente opaco. Para el uso del tanque y la metralleta, la porra y el líquido incendiario, se apagan las luces, y el lugar se convierte en un Gernika de rostros desencajados, de bebés que lloran y de mujeres que gritan sin voz.
Las guerras no se retransmiten, las represiones no se cuentan ni se permite poner rostro a las víctimas. Se decreta la muerte de la libertad de información y, con ella, de cualquier atisbo de verdad que pueda filtrarse al mundo exterior.
En este espacio dantesco ha sido un rayo de esperanza la presencia en El Aaiún de un equipo de la cadena SER, encabezado por la misma voz que nos contó la muerte de Couso en la guerra de Irak de una forma que nunca olvidaremos. Àngels Barceló y todo su equipo han representado en estos días un testimonio de compromiso con la verdad que nos devuelve cierta esperanza en el papel de una prensa libre y de un derecho a la información que se vulnera siempre que hay en juego intereses económicos. El solo hecho de partir hacia El Aaiún a buscar la verdad en sus calles en los momentos quizá más decisivos para la resolución de la causa saharaui es ya un monumento al viejo periodismo de las fuentes directas frente a la manipulación de las agencias, de los comunicados oficiales y de los periodistas empotrados en los ejércitos vencedores. Por el contrario, su detención y expulsión son un monumento a la tiranía que nos hace temer lo peor en el largo éxodo de los saharauis por su independencia.
Mientras la cadena SER prestaba este servicio a la libertad de expresión, el Gobierno adoptaba un inexplicable silencio y una comprensión infinita hacia el régimen marroquí. Afirmar que los periodistas detenidos y expulsados han sido sólo «retenidos para responder a algunas preguntas» es una declaración ridícula de pleitesía extrema con los que vulneran los derechos humanos más elementales. Incluso las declaraciones posteriores en las que el presidente del Gobierno matiza las palabras de la ministra de Exteriores y afirma que se va a investigar la muerte de un ciudadano español nos enerva por la reducción de un drama colectivo a un contencioso particular de nacionalidad herida.
Mientras el Gobierno central miraba para otro lado, el Parlamento de Andalucía ha cumplido fielmente la función de representar el sentir de la ciudadanía y ha condenado sin paliativos la vulneración de derechos humanos y expresado su solidaridad con las víctimas de los sucesos de El Aaiún así como con el pueblo saharaui. De todas las declaraciones del Parlamento de Andalucía respecto al conflicto del pueblo saharaui con Marruecos, esta es la más dura y también la más desesperanzada. Apela a una mayor implicación del Gobierno central y de la Unión Europea y solicita observadores internacionales que garanticen los derechos humanos de la población saharaui. Desgraciadamente, hasta el momento, la comunidad internacional ha permanecido muda ante la masacre.
Pero Andalucía ha hablado y, aunque no sea suficiente, esa resolución transmitida por las emisoras de televisión y de radio que se escuchan en todos los territorios ocupados dará algo de esperanza a todo un pueblo que se encuentra hoy aterrorizado y disperso por el país vecino. Porque, en estas fechas. El horror y la ignominia contra el ser humano tienen un nombre: El Aaiún.