1. Caracterización
Tras la crisis del modelo de crecimiento de los “treinta gloriosos” comienza un cambio que tiene por objeto reorientar las bases para aumentar los rendimientos del capital a pesar de las restricciones existentes al crecimiento y distribuirlo de forma que aumente los beneficios privados del capital y permita la gestión y el aumento del poder de los EEUU y de sus aliados.
La mayor parte de la actividad económica seguía teniendo una dimensión estatal o local, pero su núcleo, el que marca los ritmos y orientaciones de la gran inversión y tiene capacidad para influir sobre los mercados, adquiere una dimensión global, lo que implica capacidad para funcionar como una unidad en un ámbito que abarca todo el planeta, a través de nuevos sistemas de información y redes de transporte.
Este cambio es cualitativo porque, aunque desde sus orígenes el capitalismo es un sistema global que ha tenido al mercado mundial como referente, con la globalización se transforman las relaciones entre los poderes económicos y los Estados: la globalización no es el poder del capital sobre los Estados sino una nueva forma de relación entre Estados y capital con una fuerte simbiosis en el centro del sistema.
Aunque las reglas del juego están dictadas por el sistema FED – Wall Street (el vértice del sistema), se oculta la intervención de EE.UU. (a diferencia del modelo colonial) y se pone en primer plano la presión de los mercados financieros cuyos requerimientos aparecen como fruto de una dinámica impersonal que induce a los Estados (con presiones mas intensas a medida que se desciende tanto en la escala de jerarquía del sistema de Estados como en el grado de alianzas de éstos con EE.UU.) para que compitan entre si con la finalidad de atraer el flujo de capitales, ofreciendo a los mismos “lugares óptimos” con la complicidad a las élites locales.
La globalización consigue insertar en el sistema a agentes y estructuras productivas como una unidad porque existe un sistema financiero internacional (público y privado), apoyado en la revolución tecnológica de las comunicaciones, cuyas conexiones territoriales se basan en el centralismo y la jerarquía, y en la ofensiva de la ideología neoliberal, generando un nuevo circuito de distribución de plusvalías a escala mundial.
Una nueva clase cosmopolita de capitalistas que no depende de la generación de beneficios en lugares concretos y que, por lo tanto, no necesita llegar a consensos con los trabajadores, se instaló en la cúspide de la jerarquía social, acentuando la dualidad entre Estado/territorio versus capital/sin territorio. Cuanto mas alejado está la ganancia de la plusvalía del origen de su generación, menos margen de maniobra existe para el conflicto directo entre capital y trabajo.
El “éxito” a corto plazo del nuevo modelo para activar el crecimiento y el consumo provocaron efectos tan importantes como el hundimiento del bloque de socialismo real incapaz de competir con esos logros, tanto por la desaparición de la URSS como por la integración de China, de facto, en el sistema capitalista globalizado.
Ante el fracaso de la experiencia comunista, personalizada en el terror estalinista y simbolizada en la construcción del muro de Berlín, en las invasiones de los países del Europa del Este por los tanques soviéticos o en los Gulag de Siberia, el capitalismo apareció como un sistema triunfante, sin alternativa ideológica sólida.
2. Crecimiento
El nuevo modelo de valorización de los rendimientos del capital, impulsado mediante la colaboración activa de EE.UU y el capital financiero y apoyado en el avance tecnológico promovido por las estructuras militares, provocó una mayor terciarización de la economía, la ruptura del pacto social, un avance sin precedentes del capital privado sobre el capital público, la concentración de las ganancias de plusvalías en la “clase financiera” (que se han convertido en los grandes acreedores), y una situación de endeudamiento generalizado.
La abolición del sistema monetario internacional nacido de Breton Wood, la supresión de los controles para la circulación del dinero y del capital y la desregulación de actores, productos y transacciones de todo el universo financiero (bancos, mercados, paraísos fiscales, etc.) le han proporcionado un nuevo papel al dinero y a la deuda como motor económico, transformando al propio capitalismo que ya se muestra claramente como lo que es: un sistema económico que produce dinero a partir del dinero.
La expansión de la demanda agregada se basó no ya con los salarios (cambiando por tanto los escenarios previstos por Keynes) sino en las rentas futuras (deudas) a través nuevos mecanismos monetarios (tarjetas de créditos, apuntes contables) y financieros (revolución de los derivados, flexibilización de los créditos), mediante un hiperdesarrollo del sector financiero que proporcionaría un volumen de crédito inaudito, y un cambio cultural, que ha fabricado un imaginario colectivo en el que la felicidad se identifica con “la satisfacción de ensueños” (Campbell) y con “los escenarios en los que la publicidad y los medios sitúan los productos” (Baudrillard), convirtiendo al consumo en un fin en si mismo, lo que ha provocado niveles de deuda en empresas y familias hasta ahora desconocidos y que “los comerciantes de la deuda” de que hablaba Schumpeter adquirieran una posición de dominio les permitía el control global.
Así, las empresas se han ido convirtiéndose en activos financieros en manos de los fondos de inversión, especialmente de los fondos de riesgo que actúan por una lógica estrictamente especulativa. El sector financiero ha difuminado sus fronteras con el sector productivo, asumiendo tareas de gestión externalizadas por las empresas y han obligado en muchos casos a reorientar su producción, facilitando o privando de capital, y a difundir nuevas tecnologías. La producción y los mercados de capital se fueron convirtiendo en líquidos, es decir, los mercados de capital podían “disolver” el capital físico y convertirlo en dinero y luego “reconstituirlo” en un momento y lugar diferente.
Al mismo tiempo, el aumento de la capacidad de consumo de las familias se ha sostenido por la intensificación del trabajo (mas miembros de la familia trabajando más horas) y por un régimen de endeudamiento que ha abarcado a sus principales activos: la vivienda y las pensiones.
3. El agotamiento del “espacio exterior”
El modelo de la globalización provoca una aumento permanente de la velocidad de rotación del capital (tecnología + liberalizaión de las finanzas y del comercio internacional) comprimiendo “el espacio mediante la aceleración del tiempo”, por lo que está agotando con enorme rapidez el “espacio exterior” del sistema capaz de absorber los excedentes de mercancías, capital y trabajo, sobre todo tras la plena incorporación de China y los estados emergentes volcados en la exportación y convertidos en la fábrica del mundo.
La globalización del sistema financiero ha sido el soporte de la configuración de cadenas globales de producción, vertebradas por las multinacionales, y ha acentuado la hiperproducción como característica del sistema, así como un salvaje reajuste del mercado laboral internacional a través de las migraciones forzadas que a su vez han originado guettos de marginación como “las ciudades de llegada” (favelas, banlieues, arrabales, bidonvilles, etc) que son híbridos espaciales, estaciones intermedias, hacia la ciudad – imán.
El agotamiento del “espacio exterior” abre una nueva etapa en la que la expansión territorial o cuantitativa tiende a sustituirse por una expansión territorial cualitativa: una acumulación por desposesión (Harvey) que se caracteriza por:
- La privatización y/o mercantilización de los bienes comunes (desde los océanos al material genético),
- la privatización de los servicios y bienes públicos y el desmantelamiento del estado del bienestar,
- la privatización del conocimiento, mediante las nuevas normas internacionales sobre la propiedad intelectual,
- la mercantilización de los bienes de las familias (pensiones, viviendas, incluso automóviles), mediante el paroxismo de la colonización de todas las esferas de las relaciones sociales y personales, por las lógicas del mercado,
- el uso masivo de fuerza de trabajo barata; la sobreexplotación del trabajo directo; el paro, precarización, el desmantelamiento del trabajo estable, y
- la explotación del “capital humano”, es decir, la pretensión de subsumir realmente el trabajo científico-tecnológico, donde también participa la migración de trabajadores altamente calificados.
4. Deterioro ecológico
La incorporación de la mayoría de los recursos naturales al proceso de valorización de capital, tanto de la litosfera como de la biosfera, a costa del deterioro de los ecosistemas, y la elusión de los costes ambientales, trasgrediendo los limites del sistema metabólico de la tierra, ha provocado que la extracción de recursos fósiles e hidrológicos (stock de la corteza terrestre) supere a los productos derivados de la fotosíntesis y que los residuos multipliquen por diez el tonelaje de minerales metálicos comercializables, causando un deterioro vertiginoso de los ecosistemas biofísicos (a los que está modificando en sus estructuras profundas), el agotamiento de los recursos no renovables (y la privatización del uso de los renovables) y un aumento sin precedentes de la contaminación y del cambio climático.
5. Factor cultural
La globalización se corresponde con un paradigma cultural, “la postmodernidad”, entendida como un período (lógica cultural) dentro del capitalismo (Jameson), caracterizado por la generalización de los valores individualistas y consumistas; la destrucción de identidades colectivas y de las estructuras comunitarias; la mercantilización de la cultura, la historia y la creatividad intelectual; la homogenización cultural y la desarticulación entre territorio, economía y cultura.
6. Desigualdad y resistencia
La percepción de su desigualdad social estructural ha sido la causa fundamental en la confrontación contra capitalismo. La globalización ha incrementado la desigualdad estructural, sobre todo en el interior de los estados, tanto en términos relativos cómo por situación estructural de endeudamiento al que ha sometido a familias, empresas y estado, pero ha logrado en parte ocultarlo por el aumento del consumo y la disminución de la desigualdad entre estados (entre 1900 y 1980 Europa y América concentraron entre el 70 y el 80% de la producción mundial. Este porcentaje ha disminuido con regularidad y llegó al 50% a principio de la década de 2010. La participación de los Estados ricos en el ingreso mundial disminuye desde la década de los años 70) al mismo tiempo que amortiguaba la confrontación por el fracaso de la alternativa de construcción socialista y la hegemonía de las ideas neoliberales.
Sin embargo, en este periodo hemos asistido a la dura resistencia del movimiento sindical contra las privatizaciones, al auge del movimiento ecologista y de los partidos verdes (que introducen nuevas reivindicaciones en la esfera de la producción), al nacimiento del movimiento antiglobalización, nuevas formas de organización de los movimientos sociales en las que han cumplido un papel importante las tecnologías de la información y de la comunicación, las luchas feministas, la defensa de la identidad cultural de las comunidades y a la generalización de las reivindicaciones democráticas y de los derechos civiles.