Francisco Garrido. / Miren directa, suave y lentamente esta foto. Yo llevo dos días sin borrarla de mi memoria. La he colgado como imagen de fondo de mi escritorio. La miro y quedo paralizado ante ella. Tiene una extraña y terrible belleza. El foco dibuja un triángulo de compasión, dolor y miedo. En ese triángulo se recoge el manifestante herido (sangre y desmayo), el compañero que lo sostiene en su regazo, la chica (de rodillas) que ayuda y mira hacia atrás asustada. Hay también un hombre que lanza su vista desafiante, no está en el triangulo pero parece protegerlo.
¿Hay alguien más? En la primera mirada no los vemos. Pero están. Los brazos de dos policías parecen trazar nuevos objetivos. Pero al principio no los detectamos, son sólo sombras; no vemos ni esos brazos con guantes negros, ni esos cascos robóticos, sólo el triangulo de dolor. Nuestra mirada, compasiva y justiciera, es ciega a los verdugos y clarividente con las víctimas. La belleza también y nos acerca a la dignidad de aquellos y aquellas que sufren en la batalla contra la injusticia.
Con este tipo de imágenes me ocurre igual que con el agua que brota a borbotones de un manantial, o con las llamas de una hoguera; puedo estar horas mirándola sin que la fatiga me agote , ni el aburrimiento me asalte. Esa foto es la más cruda y hermosa radiografía de lo que está pasando. Del dolor y la impotencia solidaria de todo un pueblo. Esa foto es en realidad, ya lo veo, de la piedad. Algo que el capitalismo no puede siquiera pensar.
Ha tocado usted la tecla señor Garrido, la dignidad siempre es más visible que el honor.