José Luis Garrido.
En el mes de Julio de 1986 se celebró en Sevilla una exposición del pintor sueco Torsten Jovinge, no recuerdo por que medio había tenido noticias de la trágica muerte de éste en el verano de 1936, exposición a la que finalmente no pude asistir. El extraño caso del pintor, posiblemente asesinado por elementos afines a los golpistas, sigue siendo, a día de hoy, una desgraciada muestra más del desinterés, impunidad y, salvo excepciones, falta de investigación y restitución necesarias.
A mediados de Mayo de 1936 Jovinge se estableció en Sevilla, en el Hotel Londres de la calle Alfonso XII, edifico modernista de Anibal González ocupado actualmente por una academia. Este sería el lugar fatídico de su muerte. Las metáforas de una vida suelen ser a veces jugadoras experimentadas, Jovinge había reflejado críticamente en su obra las atrocidades del movimiento nazi en Alemania, de igual forma atraviesa España hasta llegar a Sevilla en el momento más inoportuno, en vísperas del golpe militar. Josvine se adentra en la ciudad para reflejar su situación convulsa.
Escribe Francisco Espinosa (1).
Pese a todo, es difícil resistirse a una hipótesis, Jovinge, con sus lápices y cuadernos, con su mirada inteligente y curiosa, suponía una auténtica provocación para los sublevados en general o para cualquiera de los fascistas que pululaban por el centro de la ciudad en los primeros momentos del golpe. Tan peculiar era lo que estaba haciendo Jovinge que ningún otro testimonio visual o escrito puede suplirlo. En este sentido el trabajo del pintor sueco en Sevilla se encuentra en la estela de Goya, cuya obra conocía sin duda. Sin quizás ser muy consciente estaba practicando periodismo de guerra, creyendo ingenuamente que su condición de extranjero, como si de un corresponsal se tratara, lo situaba al margen del conflicto. El “delator” de sus ultimas anotaciones se trata evidentemente de uno de los voluntarios que aquellos días indicaban a los golpistas a quien debían detener. La noche del 18 de Julio Jovinge escribe en su diario “Delator presente de nuevo. Se interesa él por mí?. Parece evidente». Debió de ser en ese contexto, con motivo de algún encuentro con fascistas en las cercanías del hotel cuando el pintor fue corregido y amenazado. Quien sabe si no fue entonces cuando perdió boina y gafas, sin las que como escribió su hija en el catálogo casi no veía. A consecuencia de ello, imposibilitado, tanto para escribir como pintar, se refugió en el hotel. En algún momento del Domingo 19 fue localizado en el hotel y asesinado con una navaja barbera.
Enterada la Autoridad Militar y consciente del problema diplomático que podría derivarse del suceso, se controló el asunto designando un instructor con el único objetivo de que no surgiera problema alguno y de conseguir el visto bueno del Vice-Consulado. Este, para quien el pintor no era mas que un compatriota problemático y con deudas por toda partes, al que incluso habían propuesto poco antes que embarcara como indigente en un barco con destino suecia, accedió pensando en que dada las circunstancias todo se olvidaría. Pero algo fue mal: la creciente fama del pintor llevó a la familia y a ciertos medios de comunicación a interesarse cada vez con más intensidad sobre la vida de Jovinge y sus últimos días, y en consecuencia las dudas aumentaron. Faltó, eso sí, el Gerald Brenan, el Agustín Penón o el Ian Gibson que como en el caso de Lorca, agotaran todas las posibilidades de investigación. Es posible que a partir de los cincuenta, cuando viajó a España su esposa, una investigación bien orientada y siempre respaldada por otro país, hubiera dado sus resultados.
(1) Francisco Espinosa. La justicia de Queipo. Violencia selectiva y terror fascista en la II División en 1936.
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