@RaulSolisEU | Detrás del engorde de los curriculums de muchos políticos, hay un fuerte clasismo. Odio a los pobres o racismo de clase, si te gusta más. Durante muchos años se ha ido extendiendo la idea de que un carpintero, fontanero, mecánico, limpiadora de oficinas o peluquera no podía ser político, porque para representar al pueblo hay que alejarse de él y estar más cerca de la élite que de las aceras. Esto ha llevado a que haya políticos sin estudios superiores que hayan ocultado sus raíces sencillas en eufemismos que buscaban y buscan esconder su clase social, la de pobre, porque en este país, no lo olvidemos, sólo un tercio de los titulados superiores provienen de familias en las que ni la madre y el padre poseen títulos universitarios. El mito de que los pobres hemos copado las universidades es incierto.
Ser universitario en España sigue siendo una cuestión de clase. La universidad no es el sitio de los pobres. Ser hijo de un padre y un madre con estudios universitarios multiplica las probabilidades de que tú también seas titulado superior; mientras que si tu padre o tu madre no han ido a la universidad, tu posibilidades de ir a la universidad están setenta veces por debajo de tu compañero de una familia en la que los dos progenitores son universitarios. Hay gente que empezó a estudiar Sociología, digamos, y que la dejó en el primer curso que en su curriculum de político pasa ser una persona «con estudios en Sociología», aunque seguramente no aprobara ni una sola asignatura.
Y no pasa nada, ir a la universidad no es sinónimo de ser una persona culta y sensible como tampoco significa que no tener estudios universitario te haga un bárbaro e inculto. Yo, que he tenido la fortuna de ir a la universidad, no he conocido más analfabetos funcionales que en la universidad. Te propongo un ejercicio muy sencillo: entra en la página del Congreso de los Diputados y mira los curriculums de los políticos. El grupo parlamentario que menos albañiles, carpinteros, taxistas, auxiliares de ayuda a domicilio, camareros, cajeras o limpiadoras tenga entre sus filas, será aquel que más interesado está en gobernar para la élite y en excluir a la gente sencilla del paraíso que debería ser la democracia.
No viviremos una verdadera democracia mientras la gente sencilla, las que han tenido menos oportunidades y más se han esforzado en la vida por sobrevivir con trabajos duros y situaciones de desigualdad que muerden, no estén representadas en el Congreso de los Diputados. Mientras que más de la mitad de la población se dedica a trabajos manuales, en el Congreso de los Diputados este sector de la población no existe, salvo algunas excepciones anecdóticas como el diputado de Podemos por Las Palmas de Gran Canaria Alberto Rodríguez, sin que a nadie le parezca una discriminación, tan grave como la ausencia de paridad de género, la ausencia de los pobres entre los legisladores de un país. Ahora te propongo otro ejercicio simple: ve a la base de los partidos, a sus círculos, agrupaciones o sedes locales, y te darás cuenta que la gente sencilla, la que se dedica a profesiones normales y manuales, son la gran mayoría, al menos en los partidos progresistas. Luego, mira las listas electorales de los partidos y te darás cuenta que la gente sencilla ha desaparecido de sus listas.
Hasta que ser carpintero, mecánico, cajera de supermercado o peluquera no sean profesiones tan dignas como las de abogado, profesores de universidad, periodista o economista, y en consecuencia estén en el Congreso peluqueras, cajeras, carpinteros y mecánicos sentados en sus escaños, este país no empezará a ser igualitario y a escuchar en la tribuna del Congreso el verdadero país que somos y no el imaginario que se inventan los mismos que falsifican firmas, másteres, carreras o cursos de posgrados que nunca han realizado.