Rafa Rodríguez
1. Un final épico para una victoria completa (la de Pedro Sánchez frente a Rajoy)
Ayer, en el XIX Congreso del PP, se consumó la victoria completa de Pedro Sánchez sobre Mariano Rajoy. Nadie hubiera sido capaz de escribir este relato épico donde un aislado Pedro Sánchez, fuera y dentro de su partido, resiste y lucha contra el Presidente de Gobierno, Mariano Rajoy, con solo una consigna, no es no, una obviedad que sin embargo evoca una estrategia necesaria: para reconstruir una alternativa de gobierno desde la izquierda no se puede contribuir a darle la investidura al candidato de la derecha.
La victoria de Pedro Sánchez ha tenido tres capítulos: en el primero derrota a Susana Díaz y recobra la secretaria general del PSOE; en el segundo consigue sacar adelante una improbable moción de censura y es investido Presidente de Gobierno; en el tercero, Mariano Rajoy dimite como presidente del PP y la candidata que defiende su legado y la continuidad de su política es derrotada frente a un candidato que pone el foco en la herencia de Aznar (vuelve el PP).
2. Un presidente para apuntalar el derrumbe (Pablo Casado)
El congreso del PP ha sido la crónica de una renovación fallida que comenzaba con más democracia, el sistema de primarias en comparación con el dedazo, pero que ha terminado con un presidente elegido después de haber sido derrotado en esas primarias y que evoca un pasado del que la mayoría de la sociedad quiere pasar página para siempre.
El horizonte post-Rajoy no podía ser desandar el camino para recobrar el PP de Aznar. Desde entonces la sociedad española y su representación política ha evolucionado con una enorme rapidez. Enarbolar la bandera antifeminista, la vuelta al nacional catolicismo, la restricción democrática o la precarización del Estado social carece de sentido a no ser que el PP esté en proceso de disolución y se quiera apuntalar con las esencias de una derecha en clave sociológica franquista. La corrupción, el vértigo por la derrota exprés de Rajoy y la falta de experiencia ante un competidor en su mismo espacio como Ciudadanos, están siendo demasiado para que lo asimile un partido acostumbrado en la última década a detentar el poder a todos los niveles.
Han querido disfrazar de cambio generacional lo que es una vuelta al pasado imposible porque ahora su realidad está plagada de futuras sentencias judiciales contra la corrupción (el mismo Pablo Casado está pendiente de la investigación sobre posibles plagios académicos y es de los políticos peor valorados en las encuestas); el espacio de la derecha se ha fragmentado y gobierna un PSOE renovado que mantiene la iniciativa política ante una oposición desconcertada.
Por eso, el nuevo Presidente del PP es un remedio transitorio para un partido que amenaza derrumbe.
3. Con Pablo Casado la derecha no es alternativa
Están dándole tiempo a la derecha económica para que articule una nueva alternativa que en todo caso necesita la reconducción del PP y a Ciudadanos para que los poderes económicos puedan volver a mandar en el Estado.
Tal vez hayan pensado en que Pablo Casado conecta con la corriente neofascista que recorre gran parte del planeta alentada por Trump pero España en esto sí que es diferente. La pluralidad territorial, el feminismo, la solidaridad, la defensa del Estado social, la libertad religiosa y la necesidad de alcanzar consensos mínimos, son valores que, en mayor o menor, medida forman parte de nuestro patrimonio político común. Alentar un discurso basado en la oposición frontal a estos valores puede servir para contener el desaliento de los suyos pero no para ser alternativa de gobierno, y eso a corto plazo favorece a la izquierda, también en fase de encontrar una nueva identidad para el siglo XXI, pero a medio plazo representa un problema para la gobernabilidad del Estado, lo que en España tiene la dificultad añadida de necesitar consensos poliédricos: sociales, territoriales, de género y también intergeneracionales.
(*) Fotografía de Raoul Hausmann