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El contexto de la Conferencia de Cancún

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Antxón Olabe. El País.09/12/2010.

La profesora Naomi Oreskes, de la Universidad de California, encabezó en 2004 un trabajo de investigación para evaluar el grado de consenso sobre el cambio climático en la comunidad científica internacional. Para ello, tomó una muestra aleatoria estadísticamente significativa, el 10%, de todos los artículos científicos que se habían publicado en los últimos 10 años sobre el cambio climático. Su estudio, publicado en la revista Science, concluía que entre los 928 artículos de la muestra solamente uno cuestionaba el consenso.Tras analizarlo en detalle, se comprobó que, en realidad, más que un trabajo científico era un artículo de opinión publicado en el Boletín de la Asociación Estadounidense de Geólogos del Petróleo por personas vinculadas al sector.

Sin embargo, alrededor del 50% de las noticias y artículos que se publican en la prensa, radio y televisión de ese país recogen opiniones que cuestionan las conclusiones de la ciencia. Transmiten erróneamente la impresión de que todavía hay un debate científico sobre las premisas básicas del cambio climático. Esta posición de los medios de comunicación se encuentra sesgada por la presión de los grupos de interés vinculados al sector de la energía convencional, con Exxon Mobil a la cabeza, y ha tenido un impacto muy negativo en la opinión pública. Así, en una reciente encuesta de opinión realizada por el PEW Center, la mitad de la población norteamericana manifiesta que no cree que exista un problema con el clima, o bien, que no cree que esté causado por el ser humano. En ese caldo de cultivo, el resultado de la política climática norteamericana de las dos últimas décadas ha sido muy decepcionante. Ni siquiera la tímida ley aprobada por el Congreso bajo la Administración de Obama ha salido adelante debido al rechazo del Senado.

Lo que la ciencia más avanzada del clima nos dice, sin embargo -ver Climate Change Science Compendium 2009 de las Naciones Unidas- es que la alteración del clima de la Tierra debido a la acción antropogénica plantea un desafío sin precedentes en la historia de la humanidad. Los impactos derivados de la acumulación de emisiones han alterado ya la geografía física y ecológica del planeta en un proceso de deterioro y degradación que no ha hecho sino comenzar. La progresiva acidificación de los océanos y su negativo impacto en los ecosistemas coralinos, cuna de una enorme biodiversidad marina. El incremento en el nivel del mar, que, incluso con una eliminación total de las emisiones, continuará durante siglos debido a la inercia del calor acumulado. La paulatina pero imparable desaparición de los glaciares de montaña situados en las regiones tropicales y templadas del planeta (los Himalayas, por ejemplo), con su incidencia en los sistemas de vida y cultura de centenares de millones de personas. Los cambios en los ciclos hidrológicos con su impacto en los climas regionales y en susecosistemas asociados, con incidencia especialmente dramática en el caso del África subsahariana. La desaparición de los hielos en el Ártico en la época estival…

Esos procesos ya están ocurriendo y no tienen marcha atrás. La velocidad a la que se están manifestando es superior incluso a la del escenario más pesimista de los contemplados por el Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) en la década de los noventa. Podemos, no obstante, evitar que se agraven y aceleren, impidiendo que se traspasen aquellos umbrales que podrían activar serios efectos de retroalimentación positiva, como el colapso de la Amazonía y la descongelación del permafrost siberiano, y que probablemente llevarían al sistema clima a una situación fuera de control.

La línea roja identificada por la comunidad científica internacional son los dos grados centígrados de incremento sobre la temperatura media de la atmósfera respecto a la época preindustrial, objetivo refrendado en la Cumbre de Copenhague. Ahora bien, la temperatura ya se ha incrementado un 0,7ºC y las emisiones emitidas en el pasado hacen inevitable un mayor incremento en el futuro. El margen de maniobra es pues reducido. Se precisa que para 2020 se alcance el techo de emisiones globales y, a partir de ahí, disminuyan progresivamente hasta reducirse aproximadamente a la mitad en 2050. Sin embargo, informes recientes de la Agencia Ambiental de Holanda (NEAA por sus siglas en inglés) concluyen que las emisiones de gases de efecto invernadero no solo no se contienen, sino que se están acelerando.

En ese contexto se celebra en estos días la cumbre del clima de Cancún. La comunidad internacional trata de avanzar, arrastrando los pies, hacia un tratado que sustituya al Protocolo de Kioto, cuya vigencia expira en 2012. La probabilidad de llegar a esa fecha sin un acuerdo vinculante que implique a los principales países emisores del mundo es desgraciadamente muy alta.

Europa es la única región que en los últimos 20 años ha hecho un esfuerzo honesto por descarbonizar progresivamente su economía, reduciendo sus emisiones de gases de efecto invernadero más allá de lo comprometido en el Protocolo de Kioto -un 14% en lugar del 8% contemplado en el acuerdo internacional-. Vista la evolución de las emisiones, el actual objetivo de reducción del 20% para 2020 carece de fuerza y ambición. Hacer oficial en Cancún el objetivo de mitigación del 30% renovaría el liderazgo y el compromiso de la Unión Europea y ayudaría a poner decididamente la proa de su economía hacia una sociedad baja en carbono.

Antxon Olabe es economista ambiental, socio de Naider.

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