Cierro la última página. Cierro los ojos. Habla el rumor del río Cádiar, la luz de la luna recién nacida ilumina el clon-clon de los cencerros. Al roce de las ovejas la brisa del valle se aroma de romero. Huele a tierra llovida en el corazón de la Alpujarra. «Acabo de leer un libro de viajes» –pienso–, “Entre limones” es el viaje al corazón de un hombre. Chris Stewart escribe como vive; y como siente. Se nota. Sin dobleces, simpático y tímido, nos muestra el mundo a la corta distancia de la ironía inglesa. De su corazón a sus ojos hay un paso. La prosa es directa y sensible, mira en español y escribe como un inglés. Educado y tierno, trata a sus personajes con respeto, incluso a los que son mas interesados; a algunos, como Domingo o “la Antonia” con cariñosa admiración. Ni un solo comentario despectivo, ni un solo juicio moral, cuenta lo que le pasa y cómo le pasa. Al contrario que los conocidos viajeros románticos, y que otros ingleses afincados en las montañas de Andalucía, mira desde abajo, sin arrogancia, y aprende, aprende rápido. Su humanidad es universal, por eso este libro va a ser universal. La Alpujarra en el relato de Chirs es el paisaje de la humanidad, es el Mundo.
“Entre limones” relata las peripecias humanas de alguien que quiso decidir sobre su futuro sin condiciones. En sus primeros días en el valle del río Trevélez, reflexiona a lomos de un jamelgo mientras se siente inferior, extranjero, en el agreste paisaje que le es culturalmente ajeno, “…me di cuenta de que me estaba imaginando a mi mismo en una estación de tren por la mañana temprano bajo una fría llovizna, rodeado por otros cientos de hombres de negocios trajeados mientras esperaba el tren para el viaje diario a la rutina. «Lo que quiera que resulte de esta decisión –pensé– tiene que ser mejor que eso.»”.
Chris es un hombre comprometido, construye su casa, construye un puente con el mundo exterior, ama a su familia y se preocupa por la educación de su hija. Se mezcla con la gente sin importarle si es de acá o de allá. Se busca la vida como puede con sus propias manos, es un emigrante voluntario. Busca sus raíces y las encuentra en un rincón del mundo que es a la vez un paraíso natural, un lugar de promisión, y un medio adverso donde es necesario el esfuerzo permanente. La lucha contra la costumbre es en “el Valero” una necesidad cotidianamente perentoria.
Intuyo que la Alpujarra es ya universal a causa de este inglés alpujarreño, este ganadero-agricultor-esquilador de ovejas y muchas cosas mas que, como a un hombre del renacimiento, le interesa todo, y todo lo descubre mirando alrededor, la naturaleza humana y la naturaleza de la naturaleza. Es ecologista por méritos propios, a golpe de azada, piedra a piedra, sin retórica. En el se sustancian sin daño lo primitivo y lo técnico. Nada de la hipocresía a la que acostumbramos en nuestras ciudades refugio. Me halaga la coincidencia ideológica que mantengo con Chris Stewart. Su moderación, su pragmatismo ante lo material y su relatividad ante lo moral. Cuando el contacto con el medio es una necesidad de subsistencia no caben las medias tintas.
Tal vez este hombre haya nacido para escribir este libro, tal vez la Alpujarra lo haya esperado durante siglos, tal vez “el Valero” lo soñara durante los tristes años de la posguerra, durante los años eufóricos del desarrollo y después, ajeno a las transformaciones económicas y sociales de nuestro fin de siglo. Chirs Stewart es alpujarreño por derecho propio, vive en el corazón de la Alpujarra y es el corazón de la Alpujarra. Domingo el Viejo le dijo un día: «Has sembrado tu semilla aquí, ahora eres uno de nosotros».
La fascinación que muchos sienten todavía por Andalucia es fiel reflejo de un ideal romantico sembrado fundamentalmente por viajeros ingleses en el siglo diecinueve, al cual ya en el siglo pasado escritores como Gerald Brenan, le dieron un matiz más contemporaneo, menos mitico. Aún así sigue ocurrieno, el atractivo andaluz, de territorio en el que aun es posible encontrar un maridaje cuasi perfecto entre la naturaleza y el hombre, provoca el voluntario y, quizas fertil, encuentro entre personas que vienen de una cultura tremendamente competitiva y urbana con una sociedad todavía con elementos agrarios reconfortantes con ese mundo rural que todos de una manera u otra anhelamos. Pero, mi pregunta es ¿cuantos estariamos dispuestos a ello y si no tiene un valor testimonial tal elección sin posibilidad real de intervenir positivamente en ese medio y darle un valor suficiente paraque sea atractivo a los propios habitantes de esos entornos? Por desgracia la desertización de las zonas rurales no ha terminado y ojala no fueran solo utópicos britanicos los que vinieran a vivir en nuestras zonas rurales.