David Brunat. Público. 21/02/2011.
Un ramo de jazmines tirado en el suelo de la principal calle comercial de Pekín fue ayer el símbolo de un incipiente movimiento democrático en China. Un mensaje difundido través de internet había convocado en ese lugar, la calle Wangfujing, el inicio de una Revolución del jazmín en el país. Unas cien personas se aglomeraron a la hora indicada sin levantar la voz, expectantes. Tanto, que fue imposible diferenciar a los manifestantes en potencia de los simples curiosos. A su alrededor, decenas de agentes uniformados y de paisano revoloteaban para disolver la muchedumbre. Hubo momentos de tensión, pero todo terminó sin detenidos.
El conato de protestas, en Pekín y otras 12 ciudades chinas, puede deberse a que el aliento de la democracia en China es todavía débil, o a que el régimen no está dispuesto a ceder ni un centímetro a la disidencia. Menos ahora, cuando se multiplican las rebeliones en el mundo árabe. Pekín las censura sin tapujos, porque ve en ellas el vivo reflejo de las revueltas prodemocráticas de Tiananmen de 1989 y teme que se puedan repetir.
Desesperanzados
Hoy ese escenario es muy difícil: el brutal crecimiento económico y la represión anestesian cualquier fervor revolucionario. Sin embargo, cada vez más chinos tuercen el gesto ante el rumbo que está tomando su país. Según una encuesta realizada por la Academia China de Ciencias Sociales (ACCS), el 20% de la población, unos 250 millones de personas, se considera infeliz y no tiene esperanza en que su vida mejore en el futuro.
Eso no significa que la autoridad del Partido Comunista esté en duda, pero confirma que la economía, el gran salvavidas del régimen, tiene una fuga de aire. «La gente aprueba las políticas macroeconómicas, pero cuando se trata del bienestar personal el nivel de insatisfacción se dispara. La inflación, la burbuja inmobiliaria, los salarios bajos y la seguridad social son las principales preocupaciones», confirma a Público Zhang Hui, directora de la encuesta.
Hay universitarios con salarios de miseria: son la tribu de las hormigas’
El futuro no pinta nada tranquilizador: la inflación creció un 4,9% en enero, superando el objetivo del 4%. Y el PIB sigue desbocado, con un crecimiento del 10,3% en 2010, lo que afecta a la inflación y demuestra que el régimen no termina de controlar sus números. Según una encuesta anual del Banco Popular de China, un 73,9% de la población considera que los precios en 2010 fueron «elevados y difíciles de aceptar». Es el porcentaje más alto desde 1999.
Pero lo más preocupante es la brutal disparidad de ingresos entre habitantes rurales y urbanos, uno de los pocos conflictos con capacidad real para hacer tambalear al régimen. En China, el ingreso medio anual en el campo es de 5,153 yuanes (578 euros), mientras en la ciudad es de 17.175 yuanes (1.926 euros). Pero incluso dentro del ámbito rural y del urbano hay grandes diferencias.
El mejor ejemplo es la llamada tribu de las hormigas que habita en las grandes ciudades. Se trata de jóvenes con titulaciones técnicas y estudios universitarios que se ven obligados a trabajar muy duro a cambio de salarios miserables: poco más de 200 euros en Pekín, cuando el sueldo medio en la capital china es el doble. Eso les lleva a residir en viviendas insalubres, con un espacio medio de cinco metros cuadrados en un sótano o un cobertizo agrícola.
Sus críticas al nepotismo son una afrenta a la sociedad «armoniosa» china
El número de hormigas supera ya el millón. La visión de la vida que tienen estos jóvenes es «impactante», según reconoce Lian Si, profesor de la Universidad de Negocios Internacionales y Economía de Pekín, quien ha dirigido un estudio sobre esta tribu. Las hormigas ven a la sociedad china como injusta e insegura y temen por su bienestar personal. El nivel de frustración de estos veinteañeros es además alarmante, ya que han pasado rápidamente de unas expectativas elevadas a una calidad de vida similar a la de un campesino.
Críticas vertidas en la red
Su descontento los hace peligrosos precisamente por su educación. Según el estudio, las hormigas tienen inquietudes sociales y no dudan en expresar sus preocupaciones y críticas a través de las redes sociales en internet. «Albergan sentimientos encontrados hacia los que viven en la segunda generación de ricos [hijos de empresarios de éxito cercanos al poder] y en la segunda generación oficial [hijos de cargos del Gobierno y de militantes del Partido Comunista]. Se sienten a la vez furiosos, tristes y celosos», indica Lian.
«Las hormigas consideran que demasiado a menudo reciben un trato irrazonable y se les mira por encima del hombro», advierte el profesor. Su decepción con la nueva sociedad china y sus críticas al nepotismo y al tráfico de influencias oficializado es una clara afrenta a la «sociedad armoniosa» que promueve Pekín.
El régimen sabe que frenar la creación de bolsas de marginados incapaces de seguir el ritmo voraz de la nueva China es un asunto clave para su supervivencia, y el año pasado lo marcó como una de sus prioridades para el próximo lustro.
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