Las cosas sirven para lo que son: las casas para vivir, los bares para beber, y las calles para llegar a la casa y al bar. Por eso las casas están hechas de silencio, los bares de tiempo y las calles de tránsito. Ni siquiera a las cosas se les puede pedir que actúen contra natura. El equilibrio se rompe cuando se deja que las cosas sirvan para lo que no son. Y las casas se convierten en calles, los bares en casas y las calles en bar. Entonces toca recuperar el orden perdido. Los poderes públicos suelen solucionar el problema anticipando el horario de cierre comercial. Es decir, acortando la noche. Como si amputando al enfermo se hiciera la enfermedad más pequeña. La misma receta es la que quieren aplicar la derecha (centralista y nacionalista) al estado social y autonómico.
Una de las cosas que han alterado su significado y finalidad tradicional es la palabra soberanía. Su concepto decimonónico unía románticamente al pueblo con el Estado-nación. Hoy no. La soberanía no reside en el pueblo y ni siquiera su reflejo en el propio Estado. Y no tanto por un defecto de representatividad en sus parlamentos, debido a las perversas censuras en los medios de comunicación públicos o a la no menos perversa legislación electoral. La desregularización del capitalismo ha provocado que infinidad de decisiones claves para tu vida y la mía se adopten por organismos internacionales elegidos completamente al margen de la voluntad popular. Incluso al margen de los Estados. El marco institucional económico está compuesto por unas élites de poder que pocos conocen y nadie ha votado. Y si dolorosa es la amputación de la soberanía visible, por delegación en otras estructuras supraestatales (v. gr. Unión Europea) o alterestatales (v. gr. Fondo Monetario Internacional), mucho más grave es la ocasionada por los mercados. La emisión de moneda era un privilegio y un monopolio estatal. Ahora nadie sabe quien lo hace desde las catacumbas de la economía globalizada.
De ahí que asistamos hacia una reconversión del concepto político de soberanía, más cercano a la autonomía que a la independencia. Nadie es libre sino es verdaderamente autónomo. En todos los sentidos. Se necesitan pies para caminar, comida para comer, combustible para el coche y dinero para comprar. De ahí que los Estados, en respuesta a la pérdida hemorrágica de soberanía, comiencen a fomentar la autarquía «nacional» como barricada. Las primeras soberanías afectan a la fuente de alimentación y energía. Esa es la razón de fondo que justifica la decisión argentina de «nacionalizar» YPF. Quien más autonomía energética se garantice, menos dependencia externa y menos soberanía pierde.
El Estado español también está recortando el enfermo con la coartada de la soberanía en estos términos. Pero el modelo es maquiavélico y extraordinariamente perjudicial para Andalucía: la derecha quiere jibarizar el Estado en una mini España centralista con tres comunidades dotadas de un amplio margen de soberanía con la responsabilidad de tirar del carro (Navarra, Cataluña y Euskadi). A ellas se les une formalmente Galicia. Y resulta excluida Andalucía, a pesar de formar parte por derecho propio de las comunidades de primer rango, a diferencia de Navarra. A pesar de su potencialidad, Andalucía carece a efectos prácticos de autonomía alimentaria, energética, financiera y política. En esas tres comunidades ocurre justo lo contrario, debido a su enorme y creciente autonomía auspiciada desde el gobierno central (aunque de puertas afuera se diga lo contrario). Las nuevas placas tectónicas financieras creadas en torno a las fusiones de cajas se hallan en Cataluña, Euskadi y Madrid (el resto del Estado). Los talibanes de la derecha lanzan mensajes agoreros sobre la necesaria desaparición del modelo autonómico para reducir el déficit. La burguesía catalana ya ha manifestado en reiteradas ocasiones la artificialidad de algunas comunidades autónomas, salvo las citadas. Volveremos a una segunda emigración de andaluces hacia esos territorios, a fuerza de perseguir y denigrar al (in)migrante de los últimos años. Se ha roto el equilibrio. Y nos han endosado la noche.
Gracias, Argentina, por la incautación de YPF. Os animamos además, sin ironía alguna, a que expropiéis todas las refinerías y gasolineras de Repsol en la Península y en el mundo. Si han permitido que la Mezquita de Córdoba, Patrimonio de la Humanidad, pasara en el año 2006 -gracias a un amiguete opusino en el Registro de la Propiedad- a ser propiedad de un estado extranjero, el vaticano, podeis requisarlas sin ningún problema. Ah, en el paquete or regalamos la Giralda de Sevilla, antes de que los legionarios de cristo, el opus o cualquier otra secta destructiva, la choricee también impunemente. Entre descerebrados alienados crónicos, sin vergüenza ni dignidad, todo es posible menos sentido común y amor a su tierra…
Un saludo.