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El euro y la izquierda

Euro

Sebastián Antas

En un reciente artículo el líder del partido de La Izquierda en Alemania, Oskar Lafontaine, ha defendido que nuestros males sociales y económicos tienen su origen en la desindustrialización de la mayoría de los países europeos, provocada fundamentalmente por una política monetaria única dirigida desde Alemania. Por ello propone como alternativa descentralizar y diversificar aquella, recreando ese Sistema Monetario Europeo (SME) que, en su día, “a través de revaluaciones y devaluaciones regulares [evitó] una desnivelación de las economías europeas demasiado fuerte”. Y no es Lafontaine el único quien dentro de la izquierda radical europea mantiene posiciones contra el euro. Pero, ¿es lo que plantea Lafontaine un buen proyecto para la izquierda? ¿Hay mejores alternativas?

¿Por qué debe querer la izquierda una Unión Europea?

Más allá del tradicional internacionalismo y de posiciones más o menos románticas e idealistas hay fuertes motivos pragmáticos para que la izquierda sea la principal fuerza tractora del europeísmo: la escala de los problemas a los que nos enfrentamos y la dimensión de la transformación necesaria para superarlos.

Las izquierdas estatales democráticas y autoritarias entraron en crisis con la globalización neoliberal y, a pesar de algunos espejismos en Latinoamérica (dependientes del pasado aumento del precio de las materias primas), la situación sigue siendo fundamentalmente la misma: la economía mundial está determinada por flujos globales de capital frente a los que un estado solo es impotente. Esto no quiere decir que el actual sistema financiero global sea natural e inalterable, pues reside en una infraestructura legal y material dependiente de los Estados, a través de relaciones complejas dentro, entre y a través de ellos. Pero lo cierto es que a día de hoy el capital global cuenta con poder político para imponer sus condiciones y regulaciones contra el sentir mayoritario de una sociedad, y es un sistema que genera enormes riesgos: aún vivimos, ocho años después de la explosión financiera de 2007-2008, en una situación de riesgo. Cambiar dicha infraestructura, e incluso operar en ella con algunas garantías, requiere una acción concertada.

¿Para qué necesita la izquierda el euro?

La de Lafontaine es una propuesta bastante convencional: que cada Estado miembro haga su política económica y mantenga su economía nacional por la vía de ajustes eventuales del tipo de cambio. Se trataría del mismo sistema que fue tumbado por la incapacidad de estados tan poderosos como el Reino Unido e Italia (además de España, Suecia, Portugal, Finlandia, Noruega -que en los 90 participaba en el SME- e Irlanda) para defender sus respectivas monedas. Ocho países, entre los que se encontraban tres de las cinco mayores economías de la UE, fueron incapaces de resistir separada pero simultáneamente a ataques especulativos. Tampoco se puede decir que detuviera el proceso de desindustrialización de muchos de los estados europeos. Lafontaine tendría que explicar qué ha cambiado para reivindicar hoy el SME que rechazó la izquierda unitaria europea.

Hay motivos para criticar el SME. Primero, es pro-mercado. Aspira a encontrar el “precio justo” que equilibre a una economía (con todo lo cuestionable que es esa idea) y que en la práctica se traduce en una competencia vía precios entre países, en lugar de cuestionar la estructura productiva. Segundo, no establece ningún mecanismo para hacer converger a los distintos territorios de la UE, ni justifica un mecanismo redistributivo ya que aspira a un juego de suma cero: corregir monetariamente las diferencias que surjan en la fase “productiva” del proceso económico. Tercero, refuerza a los Estados-nación al devolverles uno de sus instrumentos fundamentales (la moneda) no respondiendo por tanto ni a la posibilidad de aprovechar plenamente las ventajas de operar a escala europea ni a la necesidad de regionalización, esencial para la cohesión y la sostenibilidad de nuestras sociedades. Además, una vez que existe el euro habría que contar con el coste de desmontarlo. Pero, ¿es mejor continuar con él? ¿Qué relación podemos establecer entre la moneda única y la izquierda?

Decíamos que los Estados se ven impotentes ante los flujos globales de capital porque los precisan para su funcionamiento y el de las economías nacionales, pero también decíamos que esos flujos dependen de un “ecosistema” financiero creado y sustentado por Estados. La moneda es un elemento fundamental de dicho ecosistema. Contar con una moneda propia no sólo legal sino también fácticamente, como el euro, garantiza más autonomía a las economías europeas al desenvolverse en la economía global al facilitar su capacidad de financiarse, aun sin llegar a los niveles del dólar. Esa autonomía también es poder, al darle más capacidad a la UE de configurar junto a otros la arquitectura financiera global. Que por motivos internos no hagamos uso de ese potencial no significa que no exista.

Pero, ¿por qué es tan positivo el euro para Alemania? Por su papel en el comercio exterior. El euro tiene el valor de la moneda de una gran economía equilibrada en su balanza por cuenta corriente, lo que para la economía alemana es una gran ventaja, ya que un “neomarco” valdría más que el euro para equilibrar su enorme superávit comercial con los otros componentes de la balanza de pagos. Esto les permite ser más competitivos al ser más baratos sus productos y les hace disponer de más capital para mejorar su posición financiera internacional, además de menos paro del que tendrían en otro caso. Como contrapartida el poder adquisitivo de los alemanes es menor, pero se ve compensado por una economía muy productiva dado su fuerte componente industrial, por un Estado del bienestar bastante desarrollado y por el pleno empleo. El reverso de estos beneficios es el desequilibrio en otras economías europeas, como la española o la griega: tenemos más paro, nuestros productos más caros y nuestra posición financiera internacional es peor (aunque el poder adquisitivo es superior al que sería con “neopesetas” o “neodracmas”, y por otra parte podemos financiar la deuda pública y privada a un coste menor). Estos serían resultados teóricos, a los que frecuentemente se refieren Krugman o Stiglitz, pero parciales por tres motivos. Primero, por no contar con la transición, que podría ser desastrosa. Segundo, por otros factores (como las políticas públicas pro-austeridad) que en el caso español y sobre todo griego han neutralizado las “ventajas” del sistema para ellos. Y el motivo más importante: que es el análisis abstracto, no material y sectorial de una economía que depende de unos flujos de materiales, energía y trabajo que serían radicalmente trastocados y no caben en este modelo. Sería interesante por parte de Krugman y cía que advirtieran de esto al hacer sus declaraciones en lugar de quejarse después de la ausencia de “plan B” por un gobierno griego al que ruidosamente animaba a lanzarse al precipicio.

Lo que es necesario es politizar este resultado tan favorable del euro para la economía alemana para que contribuya a un desarrollo aún mayor, y más cohesivo, para Europa en su conjunto. Tradicionalmente se ha optado por una redistribución con fondos europeos parecida a la que se da dentro de un Estado, pero no es suficiente, es ineficiente y genera enormes problemas políticos. Más allá de revisar los distintos fondos europeos y su cuantía es preciso actuar de forma “predistributiva”, es decir, para mejorar la estructura económica de los países. Lo más efectivo es tomar el ejemplo de Airbus: una verdadera industria europea, y desarrollar el modelo en otros sectores industriales con la misma y decisiva participación estatal. Nos beneficiaríamos de una escala europea (no sólo alemana, o francesa, o italiana, o…), y su positivo impacto económico alcanzaría a muchos territorios de un modo imposible de alcanzar por muchos fondos europeos que se utilizaran. Esta es la política industrial que debería asumir la UE en ámbitos como la energía, el transporte, las telecomunicaciones, la gran maquinaria, la recuperación de materiales, el sector biosanitario, la química, etc. Airbus es una historia de éxito para todos que puede generalizarse, y es políticamente más viable que apelar a la moral en la relación entre estados, y económicamente mucho más justo y eficaz que abandonar a cada uno a la suerte de su moneda con un reparto de cartas amañado.

Por último, el euro ha permitido reducir los costes de financiación públicos y privados a casi todos los Estados, sin subírselos a ninguno (tampoco a Alemania). ¿Cómo es posible este resultado, cuando debería haber una contrapartida para alguien, aunque fuera pequeña? Hay que buscar la razón en el papel que la deuda pública juega en una economía de mercado. Tal y como teorizan varios poskeynesianos, a los que se ha sumado recientemente Krugman buscando una explicación a por qué los tipos de interés siguen a cero a pesar de la agresiva expansión monetaria realizada por los principales bancos centrales, la deuda pública tiene un papel financiero único. Se trata de un valor “seguro” en los que depositar sus fondos agentes económicos privados y públicos, empresas y particulares. Si el dinero es un medio para reservar el valor de lo que disponemos, además de un medio de pago y una unidad de cuenta, ¿por qué no quedarnos con el dinero que mejor “reserve” ese valor, que hoy por hoy son los títulos de deuda pública denominados en euros, en lugar de los ineficientes títulos privados? Por ello, y aquí tenemos otro factor para una política de izquierda gracias al euro, podemos limitar, incluso sustituir a la banca privada y el capital global si devolvemos a la política el papel predominante en la creación de dinero.

Por tanto, el euro nos permite tener más autonomía de los flujos de capital global y ser más decisivos en la configuración del “ecosistema” financiero global. El euro permite justificar una mayor solidaridad dentro de la UE e incluso abre las puertas a una política económica dirigida democráticamente. Y por útimo el euro permite reducir el papel de la banca privada y sustituirla incluso en algunos aspectos fundamentales. El euro es una fuente de autonomía, influencia y poder político… para quien mande. Lo que necesitamos es un proyecto político que haga viable democráticamente este proyecto económico.

¿Con quién debe trabajar la izquierda para construir su proyecto?

Lo que distingue a la Unión Europea de otros proyectos de concertación internacional es su vocación democrática que supera el marco del acuerdo entre gobiernos. La dialéctica entre la construcción europea federalista (con el consiguiente desarrollo de instituciones democráticas) o intergubernamental ha marcado su historia. Resulta contradictorio que Lafontaine defienda que la UE será más democrática si es más intergubernamental o si tiene menos poder en un contexto de globalización neoliberal. Los ciudadanos de cada país europeo elegiremos instituciones y participaremos en decisiones con menos influencia en nuestras vidas y por tanto, seguiremos teniendo una democracia insuficiente. Es contradictorio en términos lógicos pero coherente con la historia del Partido de La Izquierda Europea, que participó en el rechazo a la denominada Constitución Europea hace ahora diez años que derrotó decisivamente la vía “federalista” en favor de la intergubernamental.

Un cambio es necesario y este requiere una mayoría. El statu quo de los tratados y las instituciones favorece al proyecto neoliberal. Por eso es absurdo el planteamiento de resistencia que defienden no pocos partidos de izquierda: no necesitamos una minoría de bloqueo de los países del Sur, como aquella a la que apelan Tsipras, Garzón o Iglesias, sino una mayoría de cambio. Y la misma mayoría que exige el desmantelamiento de la moneda única sería la que necesitaríamos para arreglar el euro. Pero, ¿con quiénes?

Lafontaine mira a la vieja izquierda nostálgica del Estado preglobalización neoliberal (y a la nueva vieja izquierda que hace lo mismo apelando a soberanías y patriotas) y supongo que espera que la ingobernabilidad a la que puede llevar el ascenso del populismo derechista termine haciendo del desmontaje pactado del euro una posibilidad aceptable para la actual mayoría europea. A fin de cuentas es la generalización de la solución sugerida por el ministro de finanzas alemán Schäuble al caso griego: una salida del euro sin abandonar la UE, manteniendo el resto de políticas incluso en la monetaria.

Hay que buscar una mayoría alternativa, que no renuncie a una transformación profunda de Europa y de nuestra economía, pero que lo haga haciendo uso de todas las herramientas (entre ellas el euro) y con el apoyo de sectores que no estarían con nosotros si planteamos incompatibles izquierda y euro. A fin de cuentas esa ha sido la justificación de Syriza para aceptar el durísimo memorándum. La prioridad ahora de la izquierda europea es, primero, asumir que lo que necesitamos es una mayoría para cambiar, no una minoría para bloquear. Y por tanto, que necesitamos definir un programa político y económico dentro del euro, para lo que he apuntado varias razones por las que creo que no solamente no “traicionamos” a nuestros valores sino que, al contrario: que para realizar nuestros valores de izquierda necesitamos el euro; el euro es el instrumento político que nos permite llegar donde la política de los estados no alcanza.

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