La actual fase de la crisis se caracteriza por:
a) Una lucha de cada gran área económica por la supervivencia de las empresas, una vez que el estallido de la burbuja financiera ha dejado al descubierto el exceso de capacidad productiva global.
b) El “olvido” de que la mayor especificidad de esta crisis y al mismo tiempo su mayor restricción a la hora de buscar una salida, es la crisis ambiental, concretada en el cambio climático y la escasez de materias primas.
c) La fragmentación internacional entre Estados deudores, muy dependiente de los mercados, y Estados acreedores que están en una posición mucho más favorable ante la crisis.
d) La crisis de EE.UU. como potencia hegemónica no sólo por haberse iniciado la crisis en su interior sino porque ya no funcionan sus mecanismos tradicionales de activación económica: el dólar como moneda universal y su gran déficit público.
En este contexto se ha desatado una guerra por la devaluación de las divisas para apoyar a las empresas de cada Estado con el objeto de abaratar las exportaciones y favorecerlas en la feroz competencia por los mercados internacionales.
La reciente reunión del G-20 en Seúl tenía que haber puesto las bases para alcanzar una solución cooperativa ante este espiral pero, según opinión unánime, la cumbre ha sido un fracaso ya que apenas ha habido decisiones específicas, más allá de establecer un cronograma para encuentros de ministros de Hacienda y una próxima reunión en Francia a finales de 2011.
En todo caso, la falta de acuerdos hay que interpretarlos como una demostración de fuerza de las economías emergentes, en espacial de China, India, Argentina y Brasil; un salvar la cara de EE.UU. que, con carácter previo a la reunión, ya había tomado la decisión estratégica de inundar de dinero al mercado financiero mediante la compra astronómica de deuda propia por la FED, para devaluar el dólar y mantener bajos los tipos de interés, asumiendo que una oleada de capitales se vaya hacia otros destinos, incluyendo las economías emergentes. Pero, sobre todo, se salda con una derrota de la zona euro, carente de representación política como tal.
Alemania, la segunda exportadora del planeta, se ha limitado a expresar su malestar por las devaluaciones competitivas de monedas pero, al mismo tiempo está impidiendo que el BCE amplíe sus objetivos más allá de la estabilidad de los precios y la lucha contra la inflación. Un Euro fuerte significa condenar a la estructura productiva de los Estados “periféricos” de la Zona a una pérdida de competitividad que impedirá la reactivación económica y a una presión sobre los costes salariales, directos e indirectos, que van a provocar mayor conflictividad social al mismo tiempo que una posición muy difícil para los sindicatos. Alemania juega a corto plazo la baza de su posición competitiva estructural y de favorecer la entrada de capitales para refinanciar la deuda de Grecia, España, Irlanda, Portugal y Bélgica. Pero a medio plazo, esta dinámica puede acabar incluso con el propio Euro.
Que las cosas no van nada bien es algo que se encargó de recordar Irlanda. Después de haber sido durante años uno de los Estados de mayor crecimiento en el seno de la Unión Europea, la quiebra virtual de sus entidades financieras se ha convertido en un poderoso lastre que no ha podido ser solucionado. La causa ha sido que la deuda privada bancaria se ha transformado en déficit público. Aunque todavía no hay datos concretos del plan de salvamento, el paquete de ayudas podría oscilar entre los 45.000 y los 90.000 millones de euros. Estos fondos saldrían del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, que tiene una dotación de 440.000 millones, pero requiere del apoyo unánime de los Estados de la zona euro.
Este mismo proceso se está dando en España. Hay que recordar que España es el segundo Estado que tiene la deuda privada más alta del mundo después de EE.UU. y que ha pasado de un superávit público de 20.000 millones en 2007 a un déficit de 117.000 millones en 2009 y por lo tanto de una deuda pública de 380.660 (2007) a 560.580 (2009). Además, tiene la tasa de paro más alta de la UE – 27, con un 20,8% (según los últimos datos de Eurostat) frente a una media de la UE del 9,6%.
La cumbre del G20 tampoco ha abordado la tasa sobre transacciones financieras que debería servir para financiar los objetivos de desarrollo del milenio o la lucha contra el cambio climático. Dentro de dos semanas, entre los días 29 de noviembre y 10 de diciembre próximos, se llevará a cabo la Conferencia de COP 16ª organizada por las Naciones Unidas sobre Cambio Climático en la Cumbre de Cancún, (México), que deberá fijar metas para frenar, al menos, el alarmante ritmo de calentamiento de la Tierra, y las modalidades de financiación de las reducciones de reducción de los gases de efecto invernadero, aunque parece que las posibilidades reales de llegar a un acuerdo son escasas a pesar de que el protocolo termina su vigencia en el año 2012.