La inconciencia infantil demuestra la naturaleza depredadora del ser humano. La mía, al menos. Y muy a mi pesar. En verano jugaba en las escaleras que conducían a la azotea de mis abuelos. A las canicas. A componer universos paralelos con vasos de cristal y chapas de Cinzano. A poner rostro a los héroes de mis primeras novelas. En el rincón derecho del penúltimo peldaño había una rendija por la que manaban hormigas sin parar. De una en una. Disciplinadamente. Como un venero inagotable de lágrimas negras. Buscaban alimento en la basura. Y yo perdía las horas calculando la sucesión matemática de las hileras que formaban vacías de ida y cargadas de vuelta. Para facilitar la operación (o por puro capricho cesarista), decidí computarlas por tramos colocando un vaso boca abajo en mitad de la fila. El orden marcial se descomponía entonces en un caos parecido al de muchas manifestaciones pacíficas reducidas a escombros por los palos policiales. Resulta paradójico que los profesionales del orden estén adiestrados para romperlo. Cumpliendo órdenes, por supuesto, de políticos que no entienden que el caos que no daña a nadie es el orden natural de las cosas.
A diferencia de los seres humanos, las hormigas libres retoman la fila casi de inmediato. Su solidaridad instintiva les empuja a prescindir de la minoría por el bien de las demás. Ninguna permanece alrededor del vaso para intentar derribarlo, para rendir homenaje a las víctimas, para disfrutar del espectáculo de sus muertes lentas, ni por amor, ni por pena, ni por morbo, ni por nada. Sin embargo, las que se quedan dentro no aceptan su trágico destino y tratan de escapar por todos los medios. Lo que demuestra que el animal encerrado, por diminuto e irracional que sea, es el más humano. Un niño no lo entiende así. Ni ve crueldad en su acción, ni lógica en la conducta de las hormigas envasadas. Por qué quieren huir si lo tienen todo, se pregunta. Comida. Techo. Descanso. Y sin pensarlo un instante, el mismo impulso que lo llevó a colocar el vaso, lo empuja a quitarlo, darle la vuelta, y machacarlas. Así funciona la sinrazón humana que nos une y nos separa del resto de los seres vivos: nuestra capacidad innata de matar por matar.
La sociedad postmoderna se alimenta de este rasgo animal. Por eso es psicológicamente tan infantil. Y actúa como hormigas. La democracia formal, más que una garantía, es un vaso de cristal que encierra a las minorías disidentes. Las más débiles. Las más humildes. Como decía Plauto, la ley no da los mismos derechos al pobre que al rico. Y aunque no aclara a quien da más, seguro que a ninguno le ha traicionado el subconsciente. El resto de la sociedad pasa de ellas. No por corporativismo con la masa informe a la que pertenecen, sino por puro egoísmo y desidia individuales. Hasta el extremo de dirigir quejas al Defensor del Pueblo cuando entienden dañados sus intereses particulares. Como dice mi buen amigo Martín, un pueblo que necesita a alguien que lo defienda es porque dejó de ser pueblo para convertirse en un hormiguero humano.
Aparquemos el pesimismo.La segunda modernización de Andalucia,comienza a dar sus frutos.Laboratorios y científicos tutelados por la Junta creen que para antes de las próximas elecciones propias-o sea-,se dispensará a todos los andaluces en edad de votar la nueva vacuna contra la desidia nacional andaluza,las últimas pruebas clínicas efectuados a varios andalucistas quemados han dado unos resultados espectaculares,la metamorfosis ocasionadas dejan atónitos a la extensa comunidad científica.El andaluz ápatico,indolente,dará paso al Militante Acivo por Andalucía,tanto en el terreno de la militancia individual como colectiva.Es sorprendente el comportamiento y la actitud de los inoculados esperimentales,destaca sobremanera;ún hablar poco,el minimo concenso-lo susinto-y un querer hacer mucho contra el tradicional idiosincrático andaluz del,.- Hablar mucho y hacer poco.Sentimientos de pertenencia y hermadad nacional más la suma de otros valores con criterios de humanidad y solidaridad,serán los efectos más sobresalientes.
La pandemia de desidia que lleva 500 años(con algunas mejorías puntuales)sufriendo el pueblo andaluz,pasarán a los libros de historias.