Un taller de formación, de esos por los que transitan muchas criaturas creyendo que será el curso definitivo para obtener un empleo de calidad, es un “workshop”. Cuando ante la falta de oportunidades laborales, uno o una se decide a crear su autoempleo, acepta ganar menos de 1.000 euros, pagar un autónomo de casi 300 euros mensuales, soporta estoicamente el bombardeo de literatura para emprendedores que nunca dicen que la herencia es el 80% del éxito, se busca una oficina compartida donde le dejen poner su mesita y su ordenador.
A las oficinas llenas de trabajadores emopobrecidos con alta cualificación, en su mayoría jóvenes, se les llama “coworking”. Ante la falta de dinero para visitar a futuros clientes fuera de la ciudad de residencia, se hace “networking”. Por supuesto, este engendro de palabro está adornado de literatura que defiende los parabienes de la fórmula de hacer creer a alguien que subiendo su curriculum a Linkedin o visitando una feria de no sé qué expertos conseguirá el trabajo de sus sueños.
De todos modos, el palabro anglosajón más molón del mundo mundial, el que esconde pobres para asfaltar siete pueblos y que consigue que, de no llegar al día quince de cada mes, parezcas un profesional envidiado, bohemio, culto, de mundo, de posición social elevada, y que cuando lo pronuncias parece que vives en una de esas fantásticas casas que aparecen en los programas de ostentación de los súperricos, es “freelance”.
Después de trabajar más de diez horas al día y de lograr, si llegas, a facturar 1.400 euros, resulta que, tras pagar 260 euros de autónomo, 150 euros por tu súpermoderno espacio de coworking, el 21% de IVA, los gastos de teléfono y los 60 euros de la gestoría que te asegura que no te vayas a Panamá, ingresas la elegante, bohemia y freelance cantidad de 696 euros.
Si encimas tienes el vicio de vivir y pagar alquiler, quítale como poco 400 euros a tu sueldazo de freelance de éxito. Te quedan 296 euros para los demás vicios como comer, transporte público, comprar ropa y alguna cervecita de lujo con amigos, el fin de semana que tu estatus de freelance te lo permita.
La crisis ha sido económica pero, sobre todo, este invento de las élites económicas ha sido una estafa que muy inteligentemente han revestido de un lenguaje lleno de palabros anglosajones que esconden obscenamente pobreza, desigualdad y jóvenes sin expectativas de futuro, a pesar de que recorrimos todas las etapas educativas que nos decían que teníamos que transitar para alcanzar el éxito.
Lo que nunca nos dijeron es que el palabro detrás del que se esconde nuestro fracaso es “offshore”, ese eufemismo usado para no decir que quienes tienen su dinero en Panamá, o en cualquier otro paraíso fiscal son, sencilla y llanamente, terroristas fiscales, porque sus prácticas provocan desigualdad, pobreza, precariedad, asalto a la democracia y sociedades fallidas en las que no sales de la pobreza ni trabajando diez horas al día. La crisis ha sido todo un éxito.