Una lectura reciente de Agamben me ha traído a la memoria la relativa reciente desaparición del Limbo dentro de la estratigrafía sagrada católica. El paraíso, el cielo y el infierno son lugares de la geografía sagrada que traza la teología que han servido de referencias morales y políticas en los discursos sociales. O bien son espacios de condena definitiva por impago de deudas divinas (infierno) o lo son de recompensa por los pagos realizados en vida (cielo) o lo son de transición reparadora (purgatorio). El lugar del mercado era el purgatorio, ahí nació todo: el negocio de las indulgencias y el control de los vivos por medio del secuestro provisional de los muertos (las almas del purgatorio). El purgatorio no es sino un infierno provisional cuya duración depende de la acción de los vivos (los pagos) y de las inversiones en “mercados de futuro” que hubiese realizado el difunto en vida a cuenta de los saldos de deuda que tuviera con la divinidad en el momento de morir (misas, ofrendas, donaciones, exvotos).
Porque ya no hay Limbo.
Pero en esta geografía teológica hay un espacio incómodo como pocos para la economía salvífica eclesial: el Limbo. Ese lugar donde residen aquellos que, habiendo muerto antes de llegar al uso de razón y sin bautismo, y por tanto con pecado original pero sólo con él, son privados de la visión de Dios, que es don gratuito y personal, aunque no sean castigados con penas aflictivas, sino que pueden gozar de una felicidad natural». La equivalencia en nuestro imaginario occidental entre la culpa y la deuda es total y tan abarcante que la teoría del pecado original nos dice que todos nacemos ya endeudados porque Adam y Eva vivieron en el paraíso (el equivalente al cielo antes de la deuda) “por encima de sus posibilidades”. Nacemos endeudados pues, y sólo un acto de quita interesada por parte del acreedor sagrado puede saldar transitoriamente la deuda original; a eso la tradición católica lo llama bautismo y se escenifica con agua que limpia la señal ( mancha) de la deuda.
¿Pero qué ocurre con aquellos que no han podido, por motivos involuntarios, saldar la deuda? Condenarlos al infierno sería romper la economía salvífica por una deuda que no es privada y que no se puede pagar. Los acreedores saben que no hay pero deuda para ellos que aquella que no se puede pagar, mejor la “quita” o la “condonación parcial” . Por otro lado, dejarlos transitar hacia el cielo sería como reconocer que no pasa nada si no se pagan las deudas, peor. Y es aquí cuando surge el invento del limbo (que significa límite o borde), un lugar donde se disfruta de una “felicidad natural”.
Mas aquí vuelve a brotar otro problema no menos grave que fundamenta porque el limbo sólo fue, como ha dicho Ratzinger, una “hipótesis teológica”. El problema es el siguiente: si el infierno consiste en la ausencia total de Dios y el cielo en la presencia, no menos total, de éste; ¿cómo es posible una estado de felicidad natural sin la presencia, ni siquiera indirecta o sugerida en el futuro, de Dios? La única salida posible es la ignorancia y la desmemoria inducida, un acto de piedad misericordiosa de la divinidad , mediante el cual Dios se esconde por completo ante la conciencia y la memoria “felizmente natural” de estos justos inocentes. El “estado de naturaleza” sería pues un estado sin Dios, o mejor dicho, sin deudas y sin memoria alguna de la misma: la felicidad residiría en la ausencia total de la misma idea de Dios-Deuda; o sea sin dinero pues esta es la verdadera esencia misteriosa del dinero, un ritual de cosificación fetichista mistificado de la deuda.
Esto explicaría el porque de la debilidad doctrinal de la teología del Limbo, un invento herético (se alude al pelegianismo) y de la piedad popular. Esa misma debilidad doctrinal ha hecho que la hipótesis del limbo, que ciertamente la iglesia nunca entronizó como “dogma de fe”, haya sido rechazada en tiempos de Juan Pablo II y de Ratzinger; el limbo nunca ha existido, han dicho, es un invento popular. Conclusión no existe ningún espacio libre de la deuda. ¿Entonces qué hacen con los que nacen endeudados sin poder saldar la deuda? La doctrina los deja pendientes de la “misericordia divina”. Misericordia que podría saldar ,quizás, la deuda original sin el bautizo. De esta forma las reglas de la economía salvífica siguen vigentes y el poder del acreedor supremo permanece intacto, no hay nadie fuera de su órbita de dominio.
Capitalismo, escatología y economía salvífica.
El capitalismo comparte la misma economía moral que subyace tras la economía salvífica católica, a la par que comparte una concepción de la temporalidad como escatología autoritaria y patriarcal (la presencia y la satisfacción imposible, deuda permanente) del padre autoritario y despótico. En la estratigrafía sagrada de los tres espacios o niveles (infierno, purgatorio y cielo), el estrato política y económicamente relevante es el purgatorio, los otros niveles son mera ideología ilusoria, inimaginable sino por oposición. Esto es lo que hace decir a Santo Tomas de Aquino, en un brote sádico forzado por la necesidad de explicar qué tipo de placeres se darán en un cielo donde ya la deuda con el padre no existe, que el primer placer del cielo será observar el sufrimiento de los condenados en el infierno. Por esto, en la era del neoliberalismo, donde la economía salvífica católica ha alcanzado su mayor nivel de apogeo e interiorización bajo la forma del consumo de masas y la endeudamiento general, el purgatorio ha sido materializado por la monetarización de las relaciones sociales y el crédito. ¿Qué es el dinero? Ya lo sabemos es deuda (culpa). No vivimos el fin de los valores religiosos y espirituales sino todo lo contrario: la encarnación de los mismos en la vida social por medio de la creación de una sociedad de mercado. Nunca como ahora, en que todo valor se encara en monedas fiduciarias, hemos sido más espirituales. ¿Qué es la gracia y el don sino la potencia del acreedor de conceder, graciosamente, la “quita de la deuda”, la condonación?
El Limbo y no el paraíso.
Por ello la sola presencia en nuestra memoria conceptual de esa anomalía teológica que es el limbo, bastaría para definir el conocimiento de nuestra especie de un lugar sin dios y sin deuda, un pueblo de “felicidad natural”. La memoria biocultural de nuestra especie no es sino el recuerdo difuso y mistificado del limbo, y no del paraíso, donde vivimos miles de años antes que la “deuda original” que provocó la aparición de la propiedad privada.
El limbo, y no el paraíso, es el verdadero espacio perdido de la naturalidad y de la animalidad al que sólo han accedido aquellos que habiendo nacidos y solo, y nada más, que nacidos, heredan la deuda pero no pueden heredar la culpa. Son los que nunca fueron libres, como las “inteligencias separadas” que lo fueron en un momento matutino único donde pudieron elegir entre adorar (ángeles) o rebelarse (demonios), ellos no, ellos sólo fueron. Se equivocó Bakunin cuando hizo de Lucifer el primer anticapitalista, no es ése el modelo, no es ése, si no el de los inocentes que viven en la alegría de los que no se saben sin dios porque no tienen ni su nostalgia. A ellos y ellas no les afecta la culpa ni la deuda. Son la patria que no tenemos.
FGP