Desde los primeros trabajos seminales de P36 Andalucía hemos defendido que esta crisis era diferente. Prestigiosos economistas internacionales avalan, ahora, esta afirmación (ver, por ejemplo, Carmen Reinhart y Kenneth Rogott “This time is diferent”). Hemos argumentado que se trataba de una crisis sistémica del capitalismo (la economía se enfrentaba a su propio límite interno) y metabólica (habíamos traspasado el límite externo). Esta diferencia se puede describir en las propias especificidades de cómo se ha transgredido el límite interno y el externo, pero sobre todo en la interacción entre ambas transgresiones. Hemos escrito sobre la incompatibilidad entre este tipo de desarrollo y el metabolismo del planeta que está rompiendo el consenso fundamental sobre el que se había sustentado el capitalismo sobre todo después de la segunda guerra mundial, pero bastante menos sobre la crisis interna del capitalismo.
El capitalismo es un sistema extremadamente competitivo porque se mueve entre dos tendencias opuestas. Por una parte tiende a una expansión ilimitada de la oferta y por otra al equilibrio entre la oferta y la demanda a través del mecanismo de los precios. Normalmente los economistas “del sistema” ponen el énfasis en el equilibrio e intentan obviar la tendencia a la expansión de la oferta. Sin embargo es esta dualidad la que lo convierte en un sistema sumamente inestable, sometido a una compleja cadena evolutiva.
Hay al menos tres dicotomías que interactúan de forma decisiva: la existencia de mercados internos (dentro de las estructuras estatales y paraestatales) y de ámbito internacional, muy interdependiente y desregulados como consecuencia del proceso de globalización; el ámbito de la empresa y el macroeconómico, con la intervención decisiva de los Estados y la existencia de una economía productiva y paraproductiva frente a una economía financiera, cada vez mas desconectada de aquella sobre todo desde que en 1973 se renunció al sistema de Bretton Woods y se inició el proceso de desregulación financiera.
Esta crisis se caracteriza por un proceso extremo de exceso de capacidad productiva, lo que ha provocado una caída de la tasa media de beneficio de las empresas industriales, la huida de los capitales al sector financiero por su mayor rentabilidad, la hipertrofia de este sector alimentado por una opaca e ilimitada capacidad global de generación de crédito y su novedosa forma de conectarse con el sector inmobiliario a través de una manipulación sin precedente del mercado hipotecario.
En uno de los primeros trabajos publicados en P36 (“El gran aviso” de octubre de 2008), citaba un artículo André Gorz publicado en septiembre de 2007, poco antes de su muerte, titulado “La salida del capitalismo ya ha empezado” En este artículo André Gorz explicaba con precisión cómo se comportaba el capital financiero en este escenario: “El dinero mismo es la única mercancía que produce la industria financiera a través de operaciones cada vez más arriesgadas y cada vez menos controlables en los mercados financieros. La masa de capital que la industria financiera drena y gestiona supera desde luego la masa de capital que valoriza la economía real (el total de los activos financieros representa 160.000 millones de millones de dólares, es decir de tres a cuatro veces el PIB mundial). El “valor” de este capital es puramente ficticio, descansa en gran parte sobre el endeudamiento y el “good will”, es decir sobre anticipaciones: la Bolsa capitaliza el crecimiento futuro, los beneficios futuros de las empresas, el futuro alza de los precios inmobiliarios, las ganancias que podrán aportar las reestructuraciones, fusiones, concentraciones, etc. Las cotizaciones de la Bolsa se hinchan de capitales y de sus plusvalías futuras : los bancos incitan a las familias a comprar (entre otras cosas) acciones y certificados de inversión inmobiliaria, a acelerar así el alza de las cotizaciones, a pedir prestado a sus bancos importes crecientes en la medida que aumenta su capital ficticio bursátil.
La capitalización de las anticipaciones de beneficios y crecimiento mantiene un endeudamiento creciente, alimenta la economía en liquidez, debidos al reciclaje bancario de plusvalías ficticias, y permite a los Estados-Unidos un “crecimiento económico” que, basado en el endeudamiento interno y externo, es claramente el motor principal del crecimiento mundial (incluso del crecimiento chino). La economía real se convierte en un apéndice de las burbujas especulativas sustentadas por la industria financiera. Hasta el inevitable momento en que las burbujas estallan, arrastran a los bancos hacia bancarrotas en cadena que amenazan de colapsar el sistema mundial de crédito, y que amenazan a la economía real de una depresión severa y prolongada.”
Pero la crisis financiera, descrita con esta lucidez anticipatoria, es una consecuencia de la huida del capital productivo hacia el financiero porque como decía Gort en ese mismo artículo: “El sistema evoluciona hacia un límite interno en el que la producción y la inversión dejan de ser lo suficientemente rentables”. Esto es precisamente lo que significa el límite interno del capitalismo.
El origen de la crisis sistémica está en la caída de la tasa media de beneficios, sobre todo en EE.UU, lo explica algo que hasta ahora no se había abordado: el porqué del estallido de la burbuja inmobiliaria. Que yo sepa solo Juan Ignacio Crespo, director europeo de Thomson Reuters, una de las principales empresas mundiales de información financiera, en un artículo publicado en El País el 5 de septiembre de este año (“El origen de la crisis y su perpetuación”) se ha referido a este extremo: “Lo habitual es pensar que las empresas pierdan rentabilidad cuando ha empezado una recesión económica. Sin embargo, esa pérdida de rentabilidad resulta haber comenzado de manera previa a la crisis. Podría decirse, estilizando al máximo la argumentación, que es la caída de la rentabilidad de las empresas lo que provoca las crisis económicas… La crisis actual se vio anunciada por la caída de beneficio unitario de las empresas estadounidenses en el verano de 2006. es decir, 15 meses antes de que la recesión comenzara y dos años antes de la caída de Lehmen Brothers.”
La caída de la tasa media de beneficios de las empresas industriales no financieras provoca consecuencias en el ámbito interno y en el global. En el ámbito interno se desencadena una enorme presión para reducir los costes y aplazar la necesidad ineludible de renovación del capital fijo sobre todo presionando a la baja los salarios, debilitando como requisito previo a los sindicatos, y sobre la reducción de gastos sociales para impedir que aumente la presión fiscal (reduciendo las pensiones, por ejemplo).
En el ámbito externo se desencadena igualmente una lucha feroz por conseguir cuotas significativas de la demanda internacional (lo que a su vez multiplica el exceso de oferta), presionando a las respectivas políticas monetarias hacia la devaluación para alcanzar mayor competitividad; por atraer inversiones de capital no especulativo y por frenar la inmigración de mano de obra no cualificada.
Este lucha agónica, en el contexto de hipercompetividad y de incremento de poder de las multinacionales que ha generado la globalización, está provocando por un lado la acentuación de la anarquía internacional y la disolución de los escasos mecanismos cooperativos internacionales y por otro una nueva distribución del poder internacional hasta el punto de que EE.UU. está traspasando a China su posición de “último recurso de la economía mundial”. Hoy mismo hemos conocido que China, el mayor tenedor de divisas del mundo, ha experimentado un nuevo récord en su volumen de reservas, que alcanzaron los 2,65 billones de dólares, al mismo tiempo que EE.UU. tiene graves problemas por su déficit ya que el dólar, como moneda internacional, se debilita frente la mayor fortaleza del euro y el yen japonés.
Pero la diferencia de esta crisis no está solo en la profundidad de las transgresiones de los limites internos y externos del sistema, sino en sus interrelaciones que provocan un círculo vicioso: la hiperproductividad acentúa la huella ecológica y ésta se proyecta tanto en el cambio climático (emisiones) como en el encarecimiento de loas materias primas. A su vez la huella ecológica evidencia la ineficiencia del sistema de precios que no incorpora los impactos ni la reposición de los recursos no apropiables ni los costes de las emisiones contaminantes; eleva los costes de las materias primas, reduciendo la tasa media de beneficio, acelera la obsolescencia del capital fijo y tecnológico y sobre todo impide el crecimiento ilimitado de la demanda porque extendería la huella ecológica hasta la destrucción de la vida humana en el planeta.