Pilar González. Cuando terminábamos la EGB, hace 40 años, como de casi todo, el mapa de España que teníamos en clase y el territorio (la geografía y la política) coincidían. España era Cataluña y Cataluña era España. España era Galicia, Murcia, Extremadura, La Rioja, las Baleares…. Y viceversa. Hace 40 años, hasta el País Vasco era España y España era el País Vasco. Con la pérdida de los restos del imperio (1898), desaparecieron las Españas y quedaron los viejos reinos de la Península Ibérica, (excluido Portugal), y las islas. Todos los territorios eran regiones en colores pastel con el mismo estatus político y legal, con una gran y enriquecedora diversidad cultural y con una enorme desigualdad social y económica.
Cuando estábamos en el BUP, nuestras y nuestros mayores recuperaron la libertad y la democracia. En un prodigio de inteligencia colectiva, se involucraron en la transición, y en el pluriempleo para sobrevivir, y se dieron a sí mismos y a nosotros, una Constitución. Como los tiempos eran difíciles, todas y todos hicieron renuncias y pactaron el futuro posible.
Esa Constitución reconocía los fueros viejos del País Vasco y le otorgaba una singularidad fiscal exclusiva. Para reconocer también la singularidad de Cataluña, establecía en su artículo 2, la coexistencia de nacionalidades y regiones. Una clasificación nominal con efectos políticos pero no económicos. Una asimetría entre ricos y pobres, que admitía a Galicia en el vagón de cabeza porque tenía una lengua hermosa y era un pueblo de saudade y diáspora.
El plan estaba bien atado. España sería un reino, un estado asimétrico y una sinécdoque, el todo serían las partes con “unidad indisoluble” (sic). Faltaba un año para que el proyecto de Constitución se sometiera a referéndum.
…..Y Andalucía se puso en pie, se sacudió el fatalismo y la resignación de los pobres y dijo que en dignidad y derechos nadie la superaba. Y aquel 4 de diciembre del 77, el pueblo andaluz parió una “nacionalidad”. Nació la identidad política de la Andalucía contemporánea, todas las demás identidades, ya las llevábamos en los ojos, en las manos y en el paisaje.
Aquel alumbramiento no era nominal, sino real. Tan real como el sufrimiento, la dignidad y la esperanza.
La Constitución se aprobó por la inmensa mayoría social que anhelaba la democracia. Y su artículo 2 se quedó viejo el mismo día del referéndum.
Como en aquel tiempo naciente la ilusión y la inteligencia colectivas obligaban a los acuerdos, se pactó un referéndum en Andalucía para darle carta de naturaleza jurídica a su alumbramiento político. Aquel 28F las y los andaluces de mi generación votaron por primera vez. Y no lo hicieron pensando que Andalucía fuera igual que Murcia, La Rioja o mi Extremadura del alma. No. Votaron para que Andalucía fuera como la que más, no como las demás. Y derogaron por sí mismos el artículo 2. El 28F no hubo café para todos. Andalucía lo eligió solo y expreso.
Cuando llegamos a la Universidad, Andalucía acababa de decidir su futuro. Y, a partir de esa decisión, se labró su patrimonio constitucional porque los Estatutos de Autonomía son formalmente leyes orgánicas, pero su procedimiento es el de las constituciones: consenso en el Parlamento autonómico, pacto con las Cortes Generales y refrendo de la soberanía ciudadana, que es tan soberanía cuando vota en el ámbito autonómico como cuando lo hace en el estatal o en el europeo.
Y cuando terminamos la carrera, el mapa había cambiado, ya no había regiones en tonos pastel: España era Andalucía, pero no a la inversa.
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El tiempo ha pasado intensamente, por nosotros y por la Constitución. Vivimos una época de cambios, otro tiempo naciente y, parece que, también constituyente. En esta ocasión es Cataluña quien quiere decidir. Pero ahora en la sociedad hay desigualdad y desencanto y en los gobiernos no queda ni ilusión ni inteligencia para hacer pactos. Las instituciones de Cataluña plantean un referéndum y en el otro lado, en el gobierno central no hay respuesta. Sólo NO: Catalán, éste no será tu referéndum (la misma visión estratégica de otro gobierno conservador, 40 años después).
Parece que se impedirá la celebración del referéndum, pero eso ni cierra ni resuelve en absoluto el debate y la tensión territorial. Es posible que el gobierno de Cataluña fracase en este intento. Pero es seguro que el NO del gobierno central es un fracaso. A la democracia no se le pueden cerrar las puertas argumentando la ley, porque la ley es contingente. La democracia no lo es. La ley se puede modificar y derogar, el Fuero de los Españoles era la ley, la amnistía fiscal es la ley, la ley mordaza es la ley…. La democracia se puede mejorar, pero no se puede derogar salvo por involuciones golpistas.
Vivimos tiempos de interdependencia, de cooperación, de soberanías compartidas. Todo esto debiera formar parte de la política. No verlo es seguir viviendo en los tiempos de nuestra EGB. Es no haber entendido que, a partir de 1978, España es Cataluña, pero no a la inversa. La política es el arte de la inteligencia. Y a un discurso democrático se responde con otro discurso democrático. El NO conduce a la nada, al vacío de la inteligencia, a la sinrazón.
Saber cómo hemos llegado hasta aquí en el caso de Cataluña es relativamente fácil. Lo difícil es parar y encontrar la salida. Son imprescindibles la inteligencia, la imaginación y la responsabilidad, porque en tiempos constituyentes la tarea no es huir hacia adelante sino diseñar el futuro para quienes ahora están en Primaria.
La tensión social y política en Cataluña es preocupante. La cerrazón del gobierno central es estéril y, además, inútil, porque contribuye a incrementar el número de independentistas, añade tensión y suma agravios. No sé si el PP gobernará alguna vez en Andalucía, pero en Cataluña probablemente no lo consiga, al menos en 40 años.
Y en este contexto es especialmente preocupante que Andalucía no tenga presencia ni discurso, que esté desaparecida o, lo que es peor, que el discurso sea el enfrentamiento con Cataluña. El gobierno de Andalucía tiene el discurso del PSOE andaluz: al sur de Despeñaperros todo es España, todo es igualdad, viva el café para todos. Lo malo no es sólo que hayan perdido la memoria sobre el café que reclamaron los andaluces, lo malo no es que el PSOE andaluz no entienda lo que su dirección federal define como plurinacionalidad, lo peor es que hace tiempo que se acabó el café y no parece que volver a los mapas de la EGB con regiones pintadas en tonos pastel sea la solución.
Esta Andalucía leve del poder socialista no es aquella otra Andalucía honda que cambió la historia por sí misma. Me pregunto si todavía existe, más allá de la memoria. Y, sin embargo, por razones históricas, demográficas y políticas tiene una posición clave en el debate territorial. Y tiene claves que, en su día, sintonizaron el principio de democracia y el principio de legalidad.
Andalucía no sólo tiene claves, sino que es clave en cualquier momento constituyente o proceso político que quiera abordarse con mínimas garantías de éxito. Más vale que no lo olviden los dirigentes. Más vale que no lo olvidemos las y los andaluces. Porque los pueblos que olvidan sus victorias terminan por perderlas.
En mi molesta opinión los grupos andalucistas están haciendo una seria dejadez de funciones al no defender los intereses de Andalucía frente a las apetencias catalanistas. Eluden una y otra vez afrontar el hecho de que el programa catalanista, en el aspecto económico, es claramente lesivo para los andaluces y los distintos grupos andalucistas no se quieren enterar. Por mí, que «visca Catalunya» lo que quiera, pero el tejido industrial de Cataluña también es nuestro porque lo hemos pagado todos los andaluces y todos los españoles durante generaciones, ya que el centralista gobierno de Madrid nos obligaba a todos los españoles a comprar lo que allí se fabricaba aunque fuera más caro y de peor calidad que lo que vanía de fuera. Y eso durante generaciones. Y ahora llegan unos listillos y dicen que «lo mío, mío, y demás ya veremos como se reparte». No, hombre, no. Lo que tú dices tuyo también es de los demás por las razones que ya he dicho. Me duele el silencio del andalucismo y de la izquierda frente a estas pretensiones, pues el silencio de estas fuerzas legitima dichas impresentables pretensiones.