Nos dice el autor que con todo lo que “está cayendo”, no se si es o no el mejor momento para recodar aspectos sobre el “Paradigma del Movimiento Verde”; pero yo no quisiera que, por uno u otro motivo, siempre estén en un segundo plano.
Con este artículo que publicamos ganó, en el año 2001, el concurso para jóvenes periodistas “Escribe y Gana”, organizado por la Revista Pharus, especialista en temas sobre Medio Ambiente. Nos parece interesante publicarlo 16 años después en Paralelo 36.
“Si nuestros antepasados levantaran la cabeza y vieran como es la sociedad del siglo XXI, probablemente más de uno querría quedarse a vivir en ella y disfrutar de las comodidades de un mundo mucho más avanzado e industrializado que el que ellos vivieron. Si, por el contrario les contásemos cual es el precio que pagamos por ello, volverían a morirse del susto” (Coronado, 2001)i.
Manuel Cala Rodríguez | Párrafos similares y sumarios parecidos son muy empleados actualmente en los medios de comunicación, a pesar de que la propia Constitución Española de 1978 recoja el “Medio Ambiente” dentro de una serie de directrices encuadradas en los “Principios rectores de la política social y económica”, que viene constitucionalmente impuesto por encima del programa de gobierno de los respectivos partidos en el poder. Así, una vez más, conviene recordar el artículo 45: “1. Todos tienen el derecho a disfrutar de un medio ambiente adecuado para el desarrollo de la persona, así como el deber de conservarlo. 2. Los poderes públicos velarán por la utilización racional de todos los recursos naturales, con el fin de proteger y mejorar la calidad de la vida y defender y restaurar el medio ambiente, apoyándose en la indispensable solidaridad colectiva. 3. Para quienes violen lo dispuesto en el apartado anterior, en los términos que la ley fije se establecerán sanciones penales o, en su caso, administrativas, así como la obligación de reparar el daño causado”.
Si se hiciera una macroencuesta sobre el actual comportamiento del ser humano con su entorno natural, seguramente que los resultados serían de lo más diverso: – Algunos situarían al ser humano en un lugar privilegiado investido del poder más absoluto sobre todos los recursos naturales, a veces incluso sobre sus propios congéneres. – Otros dirían que está disminuyendo la “calidad de vida” a costa de incrementar el “nivel de vida”. – Probablemente habría quienes opinarían que determinados seres racionales merecen estar apartados de la naturaleza, dado que en vez de integrarse e intentar alcanzar un equilibrio estable con ella, la agreden hasta tal punto que todo vale para ellos con tal de conseguir cualquier rentabilidad económica. – Quizás otros propondrían que, también, sería interesante conocer la opinión de la totalidad de los elementos que forman el conjunto del planeta: seres vivos (vegetales, animales irracionales,…), elementos naturales (agua, aire, suelo,…), formas de energía,…
En un intento de ser imparcial en mi juicio, creo que no todo es negro pero tampoco blanco, aunque a veces cuando amplio la mirada al entorno más próximo (suelos, agua, aire contaminados; incendios; paisajes degradados y llenos de residuos no aprovechados; falta de calidad y seguridad alimentaria;…) mi animo se vuelve pesimista y ve colores grises con muchas tonalidades oscuras. No obstante, quiero ser optimista y admitir que la realidad está sembrada de tonos grisáceos más o menos intensos dependiendo de las circunstancias de cada lugar, y que esa oscuridad, fruto de la búsqueda del progreso en el pasado reciente, se irá clarificando en la medida en que se vaya haciendo más sustentable el desarrollo.
Por otro lado, es una realidad que en las primeras páginas de la prensa escrita o en los titulares de las noticias habladas cada vez aparece con mayor frecuencia temas relacionados con el medio ambiente. Hace muy poco tiempo esto no era tan quisiera pensable, ya que a pesar de ser extenso y variado el envío de material ambiental divulgable a los medios de comunicación (por parte de los “ecologistas” normalmente), solo a veces aparecía una pequeña reseña aislada en páginas interiores de alguna revista, a la cual los poderes establecidos, cuando se trataba de agresiones ambientales de su competencia, solían calificarla de “denuncia alarmista”, intentando eludir de esta forma su propia responsabilidad.
A pesar de que en la actualidad existe cierta conciencia ambiental, aún prevalecen muchos intereses económicos que se suelen anteponer; no obstante, ya son muchas las personas que comienzan a identificar la conservación del medio natural como una necesidad, no “una moda de cuatro chalaos” como algunos opinaban a la ligera en “reuniones de taberna”; aunque en la reflexión solitaria de su conciencia no compartieran muchos de esos pensamientos.
Es por ello que, a la hora de planificar el futuro, no solo se piensa en más beneficios económicos para unos pocos; sino que, además, también empiezan a valorarse aspectos sociales y el coste ambiental de cualquier actuación que se realice en el presente, ya que, entre otros aspectos, sus consecuencias serán la herencia que reciban en el futuro las generaciones venideras.
Todo ello está provocando que el “hermano chico” del desarrollo económico, el medio ambiente, hasta hace poco tiempo considerado por algunos como “entorpecedor del progreso”, de alguna manera se vea obligado a iniciar su crecimiento, intentando imprimir así la calidad y la seguridad de vida que se ha ido perdiendo de forma preocupante en los últimos años. En opinión de muchos, esto ha sido motivado por el abuso que se ha hecho y se continúa haciendo con la sustentabilidad de los recursos naturales, sobretodo por parte de determinados colectivos humanos poco respetuosos con su entorno.
También ha influido el hecho de que paralelamente a estas agresiones ambientales ha existido una carencia de educación ambiental. Ésta, en la actualidad, aún es considerada como secundaria, quizás por falta de buenos comunicadores, o tal vez por no promocionar aquellos que lo intentan sin medios, dado que muchas de las veces han chocado, y lo continúan haciendo, con intereses económicos bastante poderosos.
Asimismo cada vez escuchamos con más frecuencia, e incluso me atrevería a decir que con cierto interés y atención, los “mensajes verdes”. Sin embargo, éstos ya suelen ir acompañados de muchas opiniones (e incluso a veces denuncias) de profesionales y/o especialistas en temas ambientales que, con hechos y datos constatados (desde la acción ambiental del ecologismo y la investigación de esos expertos), hablan con voz bastante clara desde ópticas y posiciones muy diferentes. Este crecimiento de las pruebas científicas sobre la crisis ecológica está haciendo que aumente la presión política para actuar y, a su vez, incrementando el respaldo social. Igualmente ahora, en un intento de invertir el dinero público de forma acertada con el medio ambiente, además del lógico pragmatismo de cualquier político, en ocasiones suele pedirse la opinión del ecologista que, como anteriormente se ha dicho, hasta hace muy poco tiempo se consideraba poco menos que alarmista o catastrofista.
Ante tales hechos, creo que ha llegado el momento de concienciarnos y considerar al medio ambiente como lo que es, un patrimonio común para la convivencia de toda la naturaleza, incluido el ser humano, que no debe ser dilapidado por poder establecido alguno. No debemos olvidar que en la práctica siguen siendo bastantes administraciones las que aún gestionan el medio ambiente pensando en los intereses de las grandes empresas, en vez de ser un instrumento para controlarlas. Todo esto hace que muchos crean que las cuestiones políticas sobre el medio ambiente pueden llegar a ser más importantes que las económicas, ya que si no se les da respuesta, en última instancia, el análisis económico puede llegar a ser inútil. La fusión optimista del “realismo utópico” de la ecología política podría ser una clave de éxito para avanzar de forma sostenible en el futuro.
A este respecto cabe recordar lo que dice Jacobs (1996)i: “…es una ilusión creer que se pueden llevar a cabo progresos ambientales sustanciales sin la acción de los gobiernos. Los esfuerzos del reciclaje voluntario tienen un gran valor, pero su impacto será escaso hasta que cambien los precios relativos de los materiales vírgenes y los reciclados, o se establezcan controles más estrictos sobre los vertidos de los residuos. Algunos empresarios pueden adoptar prácticas más verdes, pero la mayoría de ellos no lo harán hasta que se les impongan mediante regulación o físcalmente”.
Todo esto me lleva a pensar que el papel desempañado por los partidos políticos verdes en el pasado, de acción ambiental y social, no ha sido valorado adecuadamente por parte de algunos. Que hoy, pasados bastantes años continuados de denuncia y divulgación ambiental, son ya muchas las personas, incluidos políticos y empresarios, quienes empiezan a asumir parte de esos ideales, quizás aún utópicos para algunos pero necesarios para otros y, presumiblemente, paradigmáticos de cara al futuro.
A pesar de tratar de evitarlo, con la finalidad de tener una mayor amplitud de mira y ser con ello más objetivo, cuando reflexiono sobre todo esto es difícil que mi mente eluda ciertas prácticas productivas insostenibles de antaño, muchas de ellas relacionadas y aún aferradas con intereses económicos, pero fuera ya del contexto futurista. Parece ser que todavía no se han dado cuenta de que la fuente de riqueza venidera (incluida la económica) pasa por la sustitución de los métodos de producción de los últimos años, por otros, también productivistas pero a la vez más respetuosos y proteccionistas con nuestro entorno natural.
Casi con seguridad, aquellos que no disocien la degradación ambiental con el crecimiento económico, que no asuman los postulados de integrar el medio ambiente con el desarrollo, que no inviertan en medidas correctoras para intentar restaurar importantes déficit ambientales y, en general, que no sean capaces de analizar y diagnosticar los problemas ambientales de su entorno y asumir las posibles soluciones como prioritarias, creo que dejarán de ser competitivos en un futuro no muy lejano.
Por otro lado se debe recordar que la introducción de cualquier innovación tecnológica y cultural, estimuladas por nuevos estilos de vida y maneras de consumo, ha sido el revulsivo para que las economías experimentaran importantes cambios estructurales. Consecuentemente, aceptar como objetivo de la política económica ambiental la reestructuración ecológica, podría ser una de las claves del desarrollo sostenible, donde los costes ambientales constituyan el motor de las nuevas tecnologías (menos contaminantes, de eficiencia energética, minimizadoras de residuos,…), estimuladoras del crecimiento económico. A su vez, se crearía un nuevo sector empresarial suministrador de bienes y servicios ambientales.
También Jacobs nos recuerda que: “Del mismo modo que el Estado del Bienestar era una -reestructuración para los trabajadores- que transformó y rejuveneció el sector empresarial, el Desarrollo Sostenible puede considerarse como una -reestructuración del entorno-“.
Todavía, con el inicio del siglo XXI, bastantes medios productivos solo invierten en tecnología limpia cuando corren el riesgo de caer en delito ecológico o cualquier otra infracción de tipo ambiental. Es por ello que algunos gestores del medio natural piensan que se necesita una cierta voluntad política, más o menos firme, para implicar a la mayoría de los sectores en la gestión de su medio ambiente. Incluso hay quienes piensan que gran parte de los recursos naturales son públicos y que al ser bastante restrictivos los medios que se destinan para su gestión por vía presupuestaria no se consigue su conservación. Por ello creo que se hace imprescindible implantar algún tipo de “fiscalidad ambiental”, pensando únicamente en una inversión que proteja y conserve de forma eficaz el medio físico y así poder seguir viviendo de los mares y ríos menos contaminados, del aíre menos polucionado, de los bosques aún no quemados, de…, e intentar tener menos sobresaltos con la salud, la calidad de vida, la seguridad alimentaria, la…
También conviene recordar que impuestos, tales como: descuentos en nóminas de los trabajadores, contribuciones a la seguridad social pagadas por los empresarios, u otros clásicos, influyen de forma importante en el nivel de empleo, toda vez que la creación de puestos de trabajo es más costosa. Por otro lado, la baja presión impositiva sobre el transporte, los residuos, el uso de energía o la contaminación, estimulan el deterioro de nuestro entorno. Todo esto debe hacernos reflexionar a cerca de la sustitución parcial de dichos impuestos por otros de carácter ambiental. Pensar por un momento que se invirtieran los anteriores incentivos (…), podría ocurrir que el sistema fiscal actuaría específicamente para incrementar el empleo y minimizar la degradación ambiental.
No obstante, aunque resulte paradójico y en un principio curioso, cada vez son más numerosos quienes predicen que al final serán las empresas (muchas de aquellas que junto a bastantes políticos en los últimos años del siglo XX nos calificaban de extremistas) quienes venderán la producción sostenible como un valor ético rentable en el mercado.
En consecuencia, parece claro que la sostenibilidad anunciada años atrás por el “movimiento verde”, actualmente ya puede considerarse como emergente, pues así lo están asumiendo los poderes establecidos; pero (…), a la hora de llevarlo a la práctica todavía hay quienes creen que es un “concepto inmaduro” que dista aún bastante de convertirse en una realidad. En relación con ello y como ocurre en cualquier otro país de la Unión Europea, una parte de la normativa ambiental aplicable en España tiene su origen en las normas de carácter comunitario, por lo que han de ser transpuestas a nuestro Ordenamiento Jurídico. Por tanto, estas disposiciones pueden imponer directamente obligaciones y otorgar derechos a los Estados miembros así como, mediante Directivas, obligarlos respecto a los resultados a obtener, si bien dejando a las instancias nacionales la competencia en cuanto a la forma y a los medios de aplicación.
Esto supone que sea más intensa y profunda la integración del medio ambiente en las políticas económico-sociales y, al mismo tiempo, un motivo para la innovación de los sectores económicos, abriendo con ello serias oportunidades a las empresas mentalizadas en generar un volumen igual o superior de productos, empleando menor cantidad de recursos y minimizando la producción de residuos que, a su vez, sean menos tóxicos y/o contaminantes. Sin embargo, y a pesar de que en un principio la legislación vigente de carácter ambiental resulta suficiente para algunos sectores, no lo es tanto su aplicación, dado que en bastantes ocasiones los medios humanos y técnicos no son los adecuados, e incluso a veces dictan mucho de serlo. También ayuda a la ciudadanía y a las partes interesadas a que se involucren más en la labor de protección de su entorno y, consecuentemente, que la sociedad acepte modelos consumistas más sostenibles. Con ello, además, se darán importantes impulsos a las medidas destinadas a solucionar graves y persistentes problemas de antaño, así como también a los nuevos que pudieran aparecer.
La propia Comunidad Europea al definir sus estrategias en materia de medio ambiente (2001)ii, evidencia la necesidad de un enfoque transnacional de la temática ambiental y de la propia naturaleza de los procesos ambientales. Así, anuncia que éstas deben concretarse en programas y normas que permitan cumplir los objetivos medio ambientales que se entienden fundamentales para mantener la prosperidad y la calidad de vida a largo plazo. Los cuales podrían resumirse en los siguientes: – Estabilizar las concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero en un nivel que no provoque variaciones no naturales en el clima terrestre. – Proteger y restaurar el funcionamiento de los sistemas naturales y detener la pérdida de biodiversidad en la U.E. y en el mundo. – Proteger los suelos contra la erosión y la contaminación. – Conseguir un nivel de calidad medioambiental tal que la concentración de contaminantes de origen humano no tenga efectos significativos sobre la salud humana. – Conseguir que el consumo de recursos renovables y no renovables no supere la cantidad de carga del medio ambiente. – Disociar consumo de recursos y crecimiento económico mediante un aumento notable de la eficiencia de los recursos, la desmaterialización de la economía y la prevención de los residuos.
Es por ello que el medio ambiente del nuevo siglo que hemos iniciado está inmerso en las mismas incertidumbres que ha supuesto el proceso de globalización en el conjunto de otros sectores y, además, muchas de las estructuras afianzadas que han operado en tiempos pasados deben ser reconsideradas en la actualidad. De hecho, los países más industrializados creen que sus propias estructuras estatales se manifiestan como sistemas insuficientes, sobrecargados e inoperantes para resolver problemas de incidencia planetaria.
Como afirma Chirosa (2001)iii, en la era de la globalización hay que superar al menos dos retos fundamentales: …“por un lado, la definición de un escenario que garantice un bienestar adecuado a todos los habitantes del planeta incluyendo para ello el uso adecuado de los recursos naturales; por otro, la posibilidad de utilizar mecanismos que hagan posible acortar la potencia de los mercados para que estos no solo sean máquinas ciegas eficaces a los intereses de una minoría, sino realmente un instrumento que opere con los instrumentos incontestables de las nuevas tecnologías, con fines realmente sostenibles desde la perspectiva ambiental y justos desde la óptica social”.
Sin embargo, son muchos los organismos públicos que aún no libran partidas presupuestas suficientes para ello, ya no solo para preservar y/o conservar su medio ambiente sino lo que es más preocupante desde mi punto de vista, para corregir aquellas agresiones graves que se han producido en su entorno y son de su competencia. A estas instituciones habría que recordarles que la reforma ecológica local y planetaria tiene una componente cultural importante (y como hemos visto también económica) y que el medio ambiente está estrechamente relacionado con nuestras demandas sociales, maneras de consumir, decisiones cotidianas, modelo económico,…, y no deben seguir pensando en él como algo pasivo que simplemente consumimos (con cierto derecho a contaminar y/o agredir), separado y con una realidad diferente a la economía o a las formas de participación u organización sociales.
Tampoco debemos olvidar que, a pesar de los innumerables servicios gratuitos e invisibles que nos reporta, se trata de una lógica consecuencia de nuestra propia forma de actuar y, obviamente, su salud dependerá de los cuidados que tengamos con el medio ambiente. Además, queramos o no, su destino es nuestro propio destino y también el de nuestras generaciones venideras.
Asimismo creo que la reflexión de algunos administradores sobre estos temas ha sido cuanto menos insuficientes, sobre todo aquellos empresarios, gestores y/o políticos que aún siguen pensando que la calidad ambiental es un lujo o algo secundario. A este respecto habría que decirles que la gran mayoría de los indicadores o vectores utilizados apuntan a que los factores ambientales son un auténtico motor estratégico de desarrollo (sostenible) de futuro, e incluso ya no solo desde el necesario e imprescindible punto de vista ecológico y/o social sino también desde el económico.
Así, la calidad, seguridad y soberanía alimentaria es una consecuencia bastante clara de todo esto, solo es necesario situarnos en el presente y recordar los incidentes que se están gestando o los sucedidos en este mismo año, tales como: “peste porcina”, “mal de las vacas locas”, “benzopireno”, “fiebre aftosa, u otros hechos no menos importantes que no han salido a luz pública pero (…), han tenido y siguen teniendo una repercusión social,… y económica muy negativa para los sectores directa o indirectamente implicados, sin olvidarnos de nuestra propia salud. Básicamente todos ellos han tenido y tienen en común que, a la hora de generar esos productos solo se ha tenido en cuenta la rentabilidad económica, y a cualquier precio; pero los aspectos ambientales, sanitarios, sociales,… simplemente se han obviado. Y, lo que posiblemente sea más grave de cara al futuro, en algunas ocasiones se han permitido haciendo caso omiso a la normativa legal vigente en la materia.
Los resultados siempre suelen ser los mismos, es la ciudadanía de a pié, sea o no culpable de dichas agresiones, la que con sus impuestos “maquilla” la problemática y, con el tiempo, “aquí no ha pasado nada”. Pero por encima de todo, nunca debemos olvidar que los excesos cometidos contra la naturaleza y sus recursos naturales (al igual que ocurre con el cuerpo humano), tarde o temprano suelen pasar factura.
Para terminar quisiera hacerlo con las palabras finales del último epígrafe (Un nuevo contrato social: el pacto por la vida) que hace Garrido (1996)iv en una de sus publicaciones -La ecología política como política del tiempo-: “…Y, del mismo modo que están presentes los que murieron y los que aún no nacieron, también los seres sin voz. El contrato vital deberá tener grabado en sus banderas la consigna: “Todo el poder para nadie”.
Manuel Cala Rodríguez
Granada, 2001
i JACOBS, M. (1996). La Economía Verde: Medio Ambiente, Desarrollo Sostenible y la Política del Futuro. Icaria: Fuhem, D.L., Barcelona.
ii CCE (2001). Medio Ambiente 2001: El Futuro Está en Nuestras Manos. VI Programa de Acción de la Comunidad Europea en Materia de Medio Ambiente. Comisión de las Comunidades Europeas.
iii CHIROSA, M. (2001). ¿Qué Hacer con el Medio Ambiente?. Diario “Ideal” de Granada, 24/06/2001.
iv GARRIDO, F. (1996). La Ecología Política como Política del Tiempo. Editorial Comares, Peligros, Granada.
i CORONADO, N. (2001). Dossier: Ecoprogreso ¿Es Posible Conciliar el Progreso con el Respeto al Medio Ambiente?. Revista “Pharus” Nº 20, Altamira, S.A., Madrid.