Francisco Garrido. Si en el buscador de Google tecleamos «vientres de alquiler» no es encontramos en la primera pagina una oferta de buscadores donde se entremezclan «vientres» e » inmobiliarias» ; la sensación nauseabunda de havcre traspaso todos los limites a favor del mercado es insoportable.¿Por qué? Intento explicarlo. Una comunidad no existe sino tiene definido un espacio de lo sagrado. Aquello que no se puede tocar, ni transacionar, ni comprar, ni vender. Lo sagrado es lo socialmente indisponible y pertenece a la condición de posibilidad impolítica de la política, que es el espacio de lo que se puede decidir colectivamente. Porque hay un espacio intocable sobre el que no se puede decidir; es posible la decisión política. Sin sacralidad no hay comunidad. La sacralidad es el producto de la selección cultural que sustituye la herencia genética instintiva en otras especies menos complejas.
En las sociedades pre modernas sobre lo sagrado ni siquiera se podía decir (lo inefable). La modernidad ilustrada trajo al tribunal de la crítica y se pudo y se debió decir y decidir sobre todo El capitalismo dio un salto que no estaba en el guion ilustrado; todo puede ser permutado bajo la forma universal de la mercancía. Sin sacralidad no hay comunidad. De esta forma la economía se torna una ontología total cuya única sustancia es el capital. Todo puede y debe tener un precio y ser traducido en términos de mercado, no hay nada sagrado salvo la misma insacralidad que supone la conversión de todo en mercancía.
¿Pero puede vivir una sociedad de homínidos tan compleja como la humana sobre el eje de la insacralidad que supone la banalidad y volatibilidad insustancial de la mercancía? ¿Podrían subsistir otras especies de homínidos o de mamíferos sin la herencia instintiva? ¿Si la selección natural no ha dotado de formas de selección cultural como podremos subsistir sin estas? ¿La sacralidad de la mercancía fomenta u obstruye la coordinación y la cooperación social? ¿Estamos ante un nuevo estadio de la selección natural; la selección económica? Todas estas interrogantes, nos plantean que la defunción de ,sacralidad que hace la sociedad de mercado no dibuja en realidad ninguna nueva sacralidad, sino la supresión de la misma y una enorme puerta abierta al abismo más insondable.
En el mundo clásico, el romano , había una tripartición de los espacios sociales entre el reino del negocio ( neg-otio, lo que no es ocio); el del ocio (descanso, placer) y el de lo sacrum (Lo intocable que fundamenta y hace posible al ocio y al negocio) La irrupción progresiva de esa gran tempestad, a decir de Shakespeare, que ha sido el capitalismo acabó desdibujando las barreras del ocio y del negocio tras el taylordismo y el consumo de masas, es por eso que la ética hedonista, de raíz libertaria, de mayo del 68 ha sido, fácilmente, convertida en una gran pasarela hacia la mercantilización de la intimidad (sexo, espiritualidad, salud ) y de la vida cotidiana (emociones, convivencia). Por el contrario lo único que resiste es el espacio de lo sagrado, muy debilitado eso si, pero sostenido por medio de las éticas de la austeridad y la autenticidad ecologistas o religiosas: las éticas del cuidado feministas o las memorias bioculturales de las comunidades indígenas. Un espacio que está definido dogmáticamente y que no permite valorización mercantil alguna.
Los límites del mercado no pueden ser utilitaristas (económicos), y menos aún psicológicos (hedoismo), sino normativos (prohibición). Solo la reconstrucción política democrática (social y estatal) de un espacio de sacralidad con muros rígidos y fortísimos, es posible limitar los peligros del desborde, actual, del imperialismo economicista. Para Kant el ámbito de la dignidad (bienes valiosos en si mismos), se oponía al ámbito mercantil (cosas con precios). Hoy sabemos, tras la crisis ecológica, que la no todas las cosas (naturaleza) podían tener precio. Por ello la indignación es el sentimiento político más inmanejable por el mercado; no el disgusto, ni el coste. Nos indignamos cuando consideramos que se ha traspasado la barrera entre el precio y el valor.
El debate sobre los vientres de alquiler, denota este conflicto muy bien. Hay quien considera que el cuerpo de la mujer tiene precio (mercado de útero) , o que depende del gusto ( supuesta prestación altruista) y quien como gran parte el movimiento feminista, que cree que eso está fuera del negocio y del ocio y pertenece al espacio de lo sagrado ( intocable). La controversia de los “vientres de alquiler” tiene muchas más aristas como las provenientes estrictamente del enfoque de género o las concernientes a los límites del principio de autonomía, pero esta no es menor; la vida, el cuerpo de la mujer ( y del hombre en su caso ) no pueden ser una mercancía, ni un don; eso es indigno. Ganando políticamente estas batallas es como se reconstruye democráticamente el nuevo espacio de la sacralidad.