Rafa Rodríguez
Un fanático del poder al servicio de las élites americanas
Desde primer día que Trump tomó posesión en 2016 como el 45 presidente de EEUU, está preparando su reelección en las elecciones en 2020 con la vista puesta en noviembre de este año cuando se renueva la Cámara de Representantes y un tercio del Senado (los republicanos tienen una frágil mayoría de 51 a 49).
Trump desea ser visto como un presidente fuerte que no teme la confrontación y que sale victorioso de los retos que se plantea. El cambio de actitud de Corea del Norte lo está utilizando como una prueba de la eficacia de su modo de actuar. Las encuestas le siguen dando un apoyo mayoritario en la opinión pública de EEUU que se cree que está cumpliendo con eso de American First, porque está exprimiendo las ventajas que le proporciona “el privilegio exorbitante del dólar” que se apoya en cuatro pilares: el poder militar, sobre todo el control aéreo del planeta; el poder tecnológico; la deuda pública externa y la nominación en dólares de los comodities, sobre todo del petróleo y otras materias primas.
La condición del dólar de moneda ancla del sistema mundial sin ningún otro respaldo, a partir de la destrucción del sistema de Bretton Wood, le permite un consumo y una inversión dos veces lo que produce. El resto de Estados que tienen en sus bancos centrales sus reservas en dólares, los grandes inversores que llevan su capital a Wall Srteet y el extravagante mecanismo del “reciclaje” de los petrodólares le permite una financiación cusi ilimitada de los déficits gemelos (fiscal y comercial), que utiliza sobre todo para incrementar el gasto militar que a su vez está en interrelación con la inversión tecnológica: el gasto militar es el mecanismo de tracción de la innovación tecnológica y la innovación tecnológica del gasto militar. Para cerrar el círculo, es el poder militar quien sostiene en última instancia la condición del dólar como moneda común de todo el sistema financiero mundial, lo que le permite el endeudamiento sin inflación.
La estrategia de Trump es la de “hacer caja” invirtiendo las valores que sostienen cualquier modelo de convivencia. La insolidaridad, la violencia, las trampas, la ruptura de los pactos y la negación de los problemas comunes son sus señas de identidad. Hasta ahora le está saliendo las cuentas porque echa su basura en el resto del mundo y la opinión pública interna mira para otra parte y mantiene su apoyo, pero cualquiera sabe deducir que esa estrategia solo va a agudizar los tremendos problemas a los que nos enfrentamos en este siglo porque además carecemos de una distribución de poder global que permita una institucionalidad internacional que pueda ser un mecanismo efectivo para solucionar desde el cambio climático, la desigualdad, los riesgos económicos, la violación de los derechos humanos, o el creciente autoritarismo y el retroceso democrático en muchos Estados.
Trump ve cerca unos buenos resultados en las elecciones parciales de noviembre. Eso hace que esté radicalizando su método y rodeándose cada vez de más lunáticos en la Casa Blanca, mientras mantiene su alianza intacta con las élites del poder del dólar. Los banqueros de Wall Street, los altos cargos militares y las grandes tecnológicas, que están transformándose en un nuevo tipo de poder global ya que controlan tanto a las multinacionales y las cadenas globales de valor como, al mismo tiempo, las infraestructuras que controlan a la opinión pública mundial.
Las características del desorden Trump
a) Trump está destruyendo lo que queda de instituciones internacional, desde la ONU a la OMC. Su unilateralismo no requiere ningún foro multilateral por muy controlado que esté por los propios EE.UU.
b) Está generando un profundo desorden económico. La subida de los tipos de interés y la reforma fiscal a la medida de los grandes capitales y en particular de las grandes tecnológicas, está fortaleciendo el dólar y creando inestabilidad monetaria en los Estados con una moneda débil, ligada al dólar como es el peso argentino. Ello unido a la guerra comercial a gran escala, comenzando con las restricciones a determinadas exportaciones chinas y la subida del precio del petróleo, una de cuyas causas es la ruptura del pacto nuclear con Irán, están anulando los efectos beneficiosos de la masiva intervención de los bancos centrales tras la crisis de hace diez años y dejando al descubierto un panorama económico muy preocupante sobre todo para Estados con una deuda pública tan alta como España que demás tiene que comprar el petróleo en dólares.
c) Está actuando sin reglas. Está destruyendo las relaciones públicas internacionales. Cambia las alianzas, mantiene una extraña relación con Rusia y apoyo incondicionalmente las políticas militaristas y agresivas de Israel y Arabia saudí.
d) Rompe los pactos. Ha roto dos tratados fundamentales: el acuerdo nuclear con Irán y el pacto por el clima. Además genera una crisis de confianza para los nuevos pactos hasta el punto que Philip Stephens le ha dado el calificativo que antes se utilizaba para estados semiterroristas (rogué state).
e) La violación sistemática de los derechos humanos. Ha sido el muro con México, pero también el apoyo a las acciones militares de Israel en Siria y de Arabia saudí en Yemen. Es el apoyo a los Estados autoritarios, desde Turquía a Egipto o Filipinas pero sobre todo hoy es el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel y el traslado de su embajada ha provocado un estallido de indignación en Palestina. El ejército israelí está masacrando a la población palestina causando centenares de muertos y millares de heridos mientras los representantes de EEUU y de algunos Estados gobernados por la extrema derecha entre los que se encuentras también algunos europeos, celebran el 70 aniversario de la fundación del Estado de Israel.
Trump es la respuesta suicida de las élites americanas a la crisis de la globalización. Tratan de potenciar los extremismos para poner a la democracia en estado de excepción. Quiere aumentar al máximo la tensión sobre todo allí donde es más peligroso como en Oriente Medio. Trump sabe que esa manera de defender los privilegios exige la destrucción de los valores para la convivencia.
Se trata pues de hacer justamente lo contrario.