A Sebastián Piñera no le ha servido de nada la imagen de hombre cercano y entregado que le valió un respaldo masivo tras el hollywodiense salvamento minero del año 2010. Ni haber sido el presidente que ha reconstruido Chile tras el duro terremoto de hace tres años.Tampoco ha podido hacer valor los buenos datos macroeconómicos del país sudamericano: bajo desempleo, inflación estable y crecimiento económico. Las desigualdad abismal, que hace que una minoría chilena viva con mayor nivel de riqueza que los ricos suizos, ha sido quien ha inclinado la balanza en contra del bloque de centro-derecha del actual presidente Sebastián Piñera.
A favor de la Nueva Mayoría, la sucesora de la extinta Concertación y que aglutina, por primera vez en democracia, al Partido Comunista de Chile, ha jugado un cambio profundo del sentido común propiciado tras las masivas manifestaciones estudiantiles ocurridas en 2011 «contra el lucro en la Educación” que hace imposible que estudien los hijos e hijas de los asalariados más humildes, que casi superan al 50% de la masa trabajadora.
Michele Bachelet, candidata de la Nueva Mayoría, se ha comprometido a una profunda reforma tributaria que permita aumentar los ingresos del Estado para hacer frente a la universalidad y gratuidad de la educación superior y los servicios sanitarios. Pero no solamente, la socialista tiene ante sí el reto de descentralizar un país con profundas desigualdades territoriales.
El bloque de izquierdas deberá cumplir también con el electorado al que le han prometido acabar con un sistema de pensiones neoliberal, que condena a la pobreza a jubilados que no han podido pagar durante su vida laboral un sistema de pensiones privado, y legislar en favor de la negociación colectiva en las relaciones laborales.
Todos los cambios profundos que Chile necesita, y que la ciudadanía masivamente reivindicó en la calle y en las urnas, pasan por una reforma de la actual Constitución, herencia de la dictadura pinochetista y que no fue modificada durante la transición de la dictadura militar a la democracia.
Otra demanda ciudadana es la reforma del sistema electoral binominal que penaliza la representación real de la pluralidad política y permite que haya diputados que, quedando en tercer o cuarto lugar, se hacen con el escaño en detrimento de candidatos más votados. Para todo ello, Bachelet cuenta con una nada habitual mayoría absoluta en el Senado y en el Congreso chilenos.
Este nuevo sentido común, más progresista y con mayor sentido de la justicia social, se simboliza en la promesa de aprobar el matrimonio igualitario y una ley de interrupción voluntaria del embarazo que, aunque de mínimos, permitirá avanzar los derechos sexuales y reproductivos en un país donde es delito hasta el aborto terapéutico.
La Nueva Mayoría de Bachelet, una amalgama electoral en la que participa desde la Democracia Cristiana hasta el Partido Comunista, deberá administrar el nuevo sentido común de los chilenos y romper la actual desafección ciudadana hacia las instituciones y los partidos políticos por parte de unas clases populares que no se pueden subir al ascensor social y de una débil clase media, incapaz de mandar a sus hijos e hijas a la universidad.
El 62,15% de los sufragios da a Bachelet una segunda oportunidad para liderar el nuevo sentido común chileno que, lejos de conformarse con los buenos datos macroeconómicos, quiere que éstos reviertan en la igualdad y en la felicidad diaria de uno de los países más desiguales del mundo. El 40% de abstención vigilará de cerca que Bachelet acabe realmente con la tibieza y pacto centrista de la Concertación, coalición de centro-izquierdas que gobernó Chile desde 1990 hasta 2010.
Ha sido esto, la desigualdad insoportable, lo que ha hecho que Sebastián Piñera abandone el cargo con la popularidad por los suelos. En Europa deberían tomar nota, el nuevo sentido común significa que, en el país donde primero se implantó el neoliberalismo a sangre y fuego, ha colapsado un sistema que concentra la riqueza en pocas manos y esparce insoportablemente la injusticia.