@RaulSolisEU | Hubiera sido un escándalo que un juez hubiese publicado un poema vejatorio y humillante sobre una víctima de ETA con el lenguaje de los terroristas. España entera estaría pidiendo su expulsión de la carrera judicial; los políticos de todos los partidos convocarían a la prensa para pedir su alejamiento de las salas judiciales; los periodistas habrían preguntado al presidente del Gobierno qué opinión le merecería la publicación de un poema sin gracia y ofensivo contra una víctima de ETA por parte de uno de los integrantes de una de las patas más fundamentales del sistema democrático: el poder judicial.
Las asociaciones de víctimas del terrorismo habrían pedido que se hiciera público el nombre del juez cobarde que se atrevió a publicar un poema de odio contra una víctima de ETA, bajo seudónimo, un tipo cobarde que pertenece a una asociación de jueces vinculada con el PP y con esos ademanes de alta sociedad que tanto le gustan a los jueces de apellidos largos que pudieron estudiar la carrera judicial no porque fueran más listos que otros, sino porque tuvieron más oportunidades que el resto para tirarse ocho años de sus vidas estudiando sin la preocupación de pagar el alquiler o traer un sueldo a casa para hacer la compra semanal en el supermercado.
Las redes sociales estarían echando fuego, queriendo saber quién es el energúmeno que es capaz de escribir un poema insultante, denigrante y que ultraja a las víctimas de ETA. España sería un clamor pidiendo firmeza para el encargado de aplicar la justicia. ¿Con qué garantías puede un juez impartir justicia si se atreve a reírse en público de una de las víctimas a las que tiene que proteger?
Ahora piensa que este juez ha escrito un tuit sobre Irene Montero, diputada de Unidos Podemos, integrante de un género, el femenino, que cada año entierra alrededor de 60 mujeres por asesinatos a manos de terroristas machistas que alimentan su ideología de los silencios y de jueces que escriben poemas ignominiosos sobre las mujeres, que consideran que una mujer se enamora de un hombre, no por amor, sino para alcanzar la cúspide del éxito social.
Sin embargo, todo es silencio. Las redes sociales no echan fuego. Los informativos no abren con el escándalo. España no pide la dimisión del juez infame. Los políticos no han convocado una rueda de prensa para pedir su expulsión de la carrera judicial. Los periodistas no han preguntado al presidente del Gobierno qué opinión le merece saber que en el sistema judicial español existen miembros que maltratan a las víctimas a las que tendría que proteger.
El gran drama de la violencia contra las mujeres no son los casi 60 asesinatos que se producen cada año, que lo es, sino que se considera que el terrorismo machista es un accidente meteorológico y no una ideología que se nutre de una macroestructura que lanza mensajes que despoja a las mujeres de su entidad de seres humanos.
Y claro, como las mujeres no son personas sino cosas, está permitido que veamos como normal que un alto funcionario de la administración encargada de impartir justicia se ría, deshonre y ultraje a una mujer, que encima es feminista y señala a unas élites que antes rapaban y violaban a las criadas con la misma impunidad que ahora fomentan la violencia de género bajo la excusa del sentidor del humor. El odio a las mujeres de un juez no tiene ni puñetera gracia.