En estos días ha vuelto a estar de actualidad probablemente uno de los debates más antiguos del mundo: la regularización de la prostitución o, eufemísticamente hablando, los trabajos del sexo. Esta cuestión es verdaderamente compleja y se puede abordar desde varios puntos de vista no carentes de múltiples matices. Confieso que durante años he abordado esta cuestión con mucha cautela, pues se mezclan conceptos polivalentes que en otros ámbitos defiendo a capa y espada, como pueden ser la libertad de decidir o la protección de los derechos individuales y laborales. Creo sinceramente que este debate es una gran trampa del sistema patriarcal y capitalista totalmente imperante. La prostitución nace de una relación de poder y sometimiento del cuerpo de la mujer a los caprichos sexuales del varón. El que exista un precio por ese sometimiento no lo convierte en un trabajo; no se trata de la prestación de un servicio aunque, de tanto decirlo y oírlo, nos lo hemos creído. Es una cuestión de poder del que paga, por lo que el uso del cuerpo humano se convierte en una mercancía.
Es fácil usar el argumento de que las feministas defendemos el derecho a decidir sobre el propio cuerpo como en el caso del aborto y sin embargo no lo amparamos en este caso. Ser o no ser madre es una elección que tiene unas consecuencias importantísimas en la vida de una mujer y no debe ser ni el estado ni mucho menos la sociedad la que vete el derecho a optar. En el caso que nos atañe, está demostrado que uno de los negocios más lucrativos del planeta es la prostitución ligada al tráfico de personas y la trata de mujeres. Es un asunto de explotación y pobreza, de falta de oportunidades sociales: es una cuestión de desigualdad social ligada a la inferioridad ancestral de la mujer. La desigualdad no se puede normalizar ni institucionalizar mediante su regulación. No se trata de cotizar a la seguridad Social, se trata de tener opciones reales de elegir.
Sinceramente, no me vale el argumento pazguato de que la prostitución cumple un fin social porque hay personas que no tienen acceso al sexo. Tener relaciones sexuales no es un derecho, sino un deseo…necesitamos urgentemente una educación sexual adecuada que nos libere de prejuicios y de falsas creencias…frente a la artificiosidad, naturalidad…
En este tema hay tres posturas posibles: mirar para otro lado y favorecer el proxenetismo y la explotación (la situación actual), regularizar y normalizar la desigualdad o adoptar una valiente actitud que decrete su abolición.
Si hablásemos de la esclavitud, por ejemplo,¿ estaríamos de acuerdo con su regulación? O con su abolición?
Respecto de la prostitución, yo también me declaro abolicionista….es una cuestión de ética y libertad real.
Encarnación Páez
Alcaldesa de Villanueva de Tapia (Málaga)