Isabel Alba. Diagonal.la infancia se aprende a decir sólo lo que es adecuado y a reprimir lo inadecuado, mientras se fomentan patrones de conducta completamente opuestos, que agudizan las desigualdades y refuerzan el orden establecido. De este modo, se potencia un discurso superficial que oculta de la vista los modelos de conducta reales que son los que determinan el actuar cotidiano. Se educa, pues, en una contradicción que es inconscientemente asumida por la mayoría: se forman ciudadanos que dicen lo correcto y hacen lo incorrecto, aceptado como natural e inevitable.
Uno de los ámbitos en que esto se refleja con más claridad es en la producción de entretenimiento que reciben los más jóvenes a través de las diferentes pantallas. Los programas, las series de televisión o el cine comercial cumplen una eficaz función educativa, repitiendo una y otra vez los mismos personajes y argumentos, con la imposición ideológica que implican: nos preparan para sentirnos cómodos, y por tanto inactivos, no sólo delante de las pantallas sino también en la realidad, injusta, que nos circunda.
Para lograrlo, hacen uso de estereotipos de personajes que mientras reproducen, fomentan y tipifican como normales modelos de conducta, actitudes y estructuras de relación retrogradas, sexistas y/o insolidarias, al mismo tiempo adoptan, superficialmente, características “políticamente correctas” que tienen como objetivo que asumamos con naturalidad realidades que no interesa que nos cuestionemos en ningún momento. Por ejemplo, impartiendo talleres de educación no sexista centrados en el análisis de series televisivas, es habitual ver cómo en sus comienzos las personas jóvenes –entre 15 y 18 años– defienden la igualdad entre hombres y mujeres como la norma en sus relaciones y en su vida cotidiana para, posteriormente, después de un análisis exhaustivo en grupo de sus personajes televisivos favoritos, enzarzarse en discusiones en las que, una y otra vez, vuelven –sin ser conscientes de ello– a ´estereotipos tradicionales de hombre y mujer, así como a defender modelos de conducta femeninos y masculinos reaccionarios y sexistas.
Más aún, si se escarba un poco más y un poco más profundamente, y se les da confianza, acaban manteniendo opiniones abiertamente agresivas tales como que “las mujeres son más trabajadoras e inteligentes que los hombres pero nosotros somos más fuertes” –oída repetidas veces a grupos de chicos entre diecisiete y dieciocho años-.
Los medios de comunicación están en estos momentos en manos de un sistema perverso que los utiliza no sólo para manipularnos a su antojo, creando opinión, sino también para moldear nuestras conductas a su capricho. Mientras tanto, seguimos manteniéndonos pasivos frente a las pantallas, pues no estamos capacitados para leer las imágenes de una manera crítica. ¿Qué hacer? Puesto que nos está vedado el acceso a los contenidos, es esencial que utilicemos las imágenes que nos hacen llegar a través de ellos, y no como hasta ahora en nuestra contra, en el proceso formativo, aprovechándolas como objeto de análisis que nos permita replantearnos la realidad. Es decir, el reto frente al que nos encontramos es ser capaces de ver programas, series de televisión y cine comercial como imágenes –reflejo– del sistema capitalista en el que vivimos y utilizar esa información para desmontar estereotipos y modelos de conducta establecidos, primero en las pantallas, y más adelante en la calle.
Cuando comencemos a sentirnos incómodos delante del televisor, inevitablemente, comenzaremos también a sentirnos incómodos frente a la realidad. Ver y hacer ver de manera crítica las imágenes que nos muestran los medios de comunicación es un primer paso hacia una visión crítica de la realidad que nos permita caminar hacia su verdadera transformación.
Dar la vuelta a los medios
Por ello, es vital que los medios sean objeto de educación. Educar desde la infancia en la imagen debe ser prioritario si queremos formar una ciudadanía crítica. Lógicamente, al sistema educativo capitalista no puede interesarle que desde la niñez se aprenda a leer y hacer imágenes. Puesto que los más jóvenes viven a través de las pantallas lo que conviene es que las asimilen sin saber desvelar su significado. Probablemente a esto se deba que continúe habiendo un vacío a la hora de enseñar a leer imágenes en la mayor parte de las escuelas. Incluso dentro de la universidad, algunos especialistas en el campo audiovisual niegan rotundamente la necesidad de aprender a leer imágenes, y así lo manifiestan en foros y jornadas.
Es prioritario ahora mismo, dar a conocer a los más jóvenes el proceso de creación audiovisual en profundidad. Sólo entiendes la manipulación de las imágenes al hacerlas. Las imágenes transmiten ideas y modelos, pero para descubrir esas ideas, desmontar esos modelos y ver ambas cosas con distancia crítica, hay que zambullirse en el medio audiovisual y no sólo para analizar las imágenes de otros sino también para crear las tuyas propias.
Sería un buen principio, si se quiere educar de verdad y en profundidad, lograr que las personas seamos capaces desde la infancia de pensar lo que vemos en las pantallas y, como resultado, también la realidad, de replantearnos ambas cosas de forma crítica y actuar en consecuencia, es decir, lograr que “lo políticamente correcto” deje de ser un mero parche que oculta la injusticia y las desigualdades reales para convertirse en un primer paso hacia un cambio de verdad.
A partir de los años ‘80 se promovió en Europa y EE UU un discurso que buscaba modificar las conductas de las nuevas generaciones –rompiendo con ideas preconcebidas y prejuicios y favoreciendo la igualdad– que incidía muy especialmente en el uso del lenguaje. Se suponía que el lenguaje no sólo era reflejo de la realidad sino que a su vez la determinaba.
Cambiar la terminología parecía ser un paso para transformar la realidad. El resultado es lo que se ha dado en llamar, de manera más o menos peyorativa, “lo políticamente correcto”, una serie de pequeños cambios lingüísticos y no lingüísticos, meramente superficiales, que no llegan a afectar a la estructura económica y social posibilitando un verdadero cambio. Fácilmente asumible por el sistema, “lo políticamente correcto” es hoy uno de los estandartes del capitalismo y tiene un papel protagónico en el campo de la educación.
Articula un discurso que permite tanto dar una imagen irreprochable del sistema, encubriendo injusticias y desigualdades, como desactivar cualquier conato de transformación real. Lo que no se nombra no existe.