Ulrich Beck acuñó la expresión de “irresponsabilidad organizada” para definir la disposición institucional de las sociedades industriales desarrolladas para con los riegos estructurales que se derivaban de la energía nuclear y de los efectos de la crisis ecológica. Pues esta es la sensación que nos queda cuando vemos que las dos mayores catástrofes ecológicas de la historia, de España, Boliden y el Prestige se saldarán con el mismo resultado: nadie es responsable, nadie es culpable, nadie pagara por ello. El sistema político y jurídico en materia de políticas ambientales está dispuesto para magnificar lo insignificante y minimizar lo realmente importante. Un individuo pude ir varios años a la cárcel por llevar encima varios gramos de canabis pero sale indemne de destruir para los siglos de los siglos ecosistemas enteros.
La sentencia del Prestige es un estímulo fabuloso para que tanto las empresas como los gobernantes sigan asumir cuotas de riesgo temerarias para la seguridad colectiva. Después de Aznalcollar y el Prestige la conclusión es clara: quien contamina gana. ¿ Que señales envía el Estado al mercado con este tipo de sentencias? Asumir los costes de seguridad en las actividades económicas es una conducta irracional pues los costes de seguridad son mucho mayores que los costes que se derivan de la inseguridad que son equivalentes a cero.La fiscalía habla de más de 4500 millones euros que el Estado ha gastado en el Prestige, ¿Quién pagará esto? Nadie o sea todos. ¿Y quién pagara los millones horas de trabajo y lo daños en salud de los centenares de miles de voluntarios que fuimos a limpiar el chapapote? Nadie o sea nosotras y nosotros. ¿Quién pagará los cotes de oportunidad ambiental del daño a la bioproductividad de los ecosistemas afectados que perdurará durante años? Nadie o sea todos incluso los que todavía no han nacido.
Cuando el Estado declina su función de reducir y controlar la entropía social se convierte el mismo en un multiplicador de la entropía. Cuando renuncia a redistribuir la riqueza, multiplica la desigualdad. Y cuando no evita las catástrofes se torna el mismo catastrófico, eso es lo que paso en Aznalcollar y el Prestige y eso es lo que confirma la sentencia que hoy hemos conocido. Esa dimisión del Estado de sus funciones es lo que explica la creciente desconfianza hacia las instituciones públicas. Hemos asumido que vivimos en una sociedad del riesgo pero nos negamos a asumir como normal que vivimos en una sociedad de irresponsables.
La nula responsabilidad del Prestige, dictada ahora en primera instancia, tiene su pestilente precedente en la sentencia del Tribunal Supremo (el del sí a la doctrina Parot) en 2011 eximiendo toda culpa a la multinacional Boliden por el vertido de residuos tóxicos en sus minas de Aznalcóllar en 1998. Claro que, en el caso de “los hilillos de plastilina”, se contó con la ayuda inestimable experiencia del ex ministro de Interior y miembro fundador de FAES, Rodolfo Martín Villa, como Comisionado del gobierno, cargo de donde saltó a la presidencia de Sogecable (Grupo Prisa).
Cuando sucedió el desastre de la rotura de la balsa de Aznalcoyar, del que por escrito se había advertido a la Administración, los políticos de la Junta no renunciaron ni un minuto, ante la catástrofe, a sus actividades lúdicas en la feria de abril sevillana. El mismo Jesús Nieto, en vez de asumir responsabilidades o ser cesado, hoy bajo los auspicios de Susana Ruíz ¡mantiene un cargo de carácter ejecutivo para la autorización medioambiental de la reapertura de las minas de Riotinto! Tampoco la empresa Boliden pagó por la gravísima contaminación con metales pesados junto a Doñana, joya de la naturaleza salvaje única en el mundo.
Como si se repitiese idéntico horror también en el caso del Prestige, se constata que contaminar sale gratis o muy barato en el E. español.
¿Hasta cuándo toleraremos que desaprensivos políticos rastreros, alquilados subrepticiamente a la banca o a la empresa, sigan poniendo en peligro el futuro de las generaciones venideras y nos traten como a una subespecie de indios en Bhopal trasplantados a Europa?
¡Qué se marchen ya esos chupones sinvergüenzas, su ausencia de credibilidad ya ha caído por debajo de su falta de decencia!