Raúl Solís Galván
Si hay un recorte infame de todos los que el Gobierno central ha planteado como “necesarios”, sin duda, es el que afecta a la Cooperación al Desarrollo. Que no es otra cosa que el dinero que los Estados industrializados destinan a los países que sufren la brutalidad de un sistema económico que arbitra políticas medioambientales, sociales, económicas y comerciales para beneficio exclusivo y excluyente de una reducida parte del globo terráqueo
Los Presupuestos Generales del Estado que ha presentado el Gobierno de Mariano Rajoy suponen la muerte para la cooperación española. Al brutal recorte del 72%, hay que sumarle el tijeretazo del Ejecutivo de Zapatero en mayo de 2010, la eliminación de facto de las partidas presupuestarias destinadas a la solidaridad internacional en la mayoría de las comunidades autónomas y el bocado que el PP metió a la conciencia en diciembre de 2011, nada más llegar a la Moncloa.
El resultado es que hemos pasado de ser la sexta potencia mundial en Cooperación Internacional a ser casi irrelevantes. Durante los años 2004-2009, nuestra aportación aumentó del 0,24 al 0,46%, mejorando ostensiblemente con respecto a los tristes años de José María Aznar en los que la Ayuda Oficial al Desarrollo era un jarrón chino en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Con el zapaterismo creímos, incluso, que en 2012 podríamos llegar al 0,7% pero fue el mismo Zapatero quien nos alertó de la ingenuidad al reprogramar el objetivo para 2015. Con los PGE de este año, la quimera del 0,7% resulta inalcanzable.
Con el nuevo hachazo dado por el PP, España se vuelve a situar en los niveles de la época de Aznar y no superaremos ni el miserable 0,25%. Esto es que de cada 1.000 euros que el Estado gastará, sólo se dedicarán 2,5 euros a paliar la pobreza extrema que padecen más de 1.000 millones de almas en el mundo, es decir, para garantizar el acceso a agua potable, el derecho a la salud materno-infantil, a la lucha contra el sida, a la inclusión educativa o a proyectos agrícolas para fortalecer los paupérrimos sistemas productivos de los países empobrecidos.
Es más, los presupuestos de no pocos Estados se nutren básicamente de la aportación de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD). Por lo que los ya débiles sistemas educativos, sanitarios e infraestructuras de muchos países se verán abocados a su cierre. Y muchos proyectos en marcha quedarán sin terminar, sin la financiación de los países ricos. Las Organizaciones No Gubernamentales para el Desarrollo (ONGD) no podrán continuar con sus planes de desarrollo en las áreas más subdesarrolladas de África, Asia, Pacífico, Caribe o América Latina.
La reciente crisis humanitaria, causada por una tremebunda sequía que ha matado de hambre a más de 500.000 personas, en el Cuerno de África será una broma para el horizonte que se avecina en el lado del mundo que sufre la consecuencias del capitalismo salvaje que salva bancos pero mata a seres humanos deficitarios. Además, en el último año han accedido a la categoría de famélicos 40 millones de personas que se han convertido en las víctimas inmediatas de la consecuencias de especular con los productos alimenticios mundiales.
Para humanizar los recortes, Intermón Oxfam ha puesto vida a los números. Según los datos aportados por esta ONGD, con 200 millones de euros se paga el sueldo de 100.00 matronas en África; cada matrona salva la vida a 219 mujeres al año. Con estos mismos 200 millones de euros, medio millón de infectados por el VIH puede recibir tratamiento en antiretrovirales y 100 millones de niños son vacunados contra el sarampión.
Una vez más, España reserva la solidaridad a tiempos de bonanza y excluye la responsabilidad ética con los lugares del mundo en los que más se padecen los desajustes del mundo capitalista. Siempre nos quedarán los rastrillos, los tele-maratones y demás eventos ignominiosos para hacer ostentación de la riqueza a costa de “los pobres negritos”.
Con la infamia ejecutada por el Gobierno central, la cooperación española ha recibido un golpe mortal que amenaza los derechos humanos y la supervivencia de los más de 1.300 millones de seres humanos que viven en las esquinas planetarias. Y, desgraciadamente, la presión que puedan ejercer la ONGD no conseguirá ni que la sociedad ni los gestores públicos nos planteemos que no podemos salvar el capitalismo salvaje quedándonos sin conciencia.