Francisco Garrido.
Cuando gobernaba (¿gobernaba?) ZP la culpa de la crisis era de “los sociatas”; ahora que manda Rajoy, la culpa de la crisis es de “los políticos”. La demagogia siempre dispara por elevación. Pero la crisis va más allá de ZP, de Rajoy y de los políticos. Estamos ante la confluencia, sobre un mismo país, de tres crisis descomunales: la crisis sistémica global de raíz ecológica, la crisis del euro de origen institucional y la crisis diferencial española de base estructural (modelo productivo). La crisis sistémica mostro los gravísimos errores de diseño de la zona Euro que fue incapaz de responder ante las turbulencias financieras internacionales. Las consecuencias de estas respuestas equivocadas del euro ante la crisis, tuvo una incidencia muy negativa inmediata en las economías más periféricas, y débiles, de la Unión Europea (Grecia, Irlanda, Portugal). Todo esto cortó en seco la burbuja especulativa española. El parón en el ladrillo y el crédito nos enseño las enormes debilidades de un modelo productivo como el español, basado exclusivamente en el consumo y el endeudamiento, y muy depredador en materia y energía.
El modelo español hunde sus raíces en el tardo franquismos (los planes de estabilización de finales de los cincuenta de los tecnócratas del Opus) y la política económica desarrollada por el socialismo español a partir de los ochenta. Los gobiernos de Felipe Gonzalez decían haber inaugurado una nueva fase de la socialdemocracia que se denominó “el socialismo liberal”. Eran los años triunfales de Reagen y Tatcher y la derrotada socialdemocracia vio en España una nueva síntesis entre el neoliberalismo triunfal y los compromisos sociales de la izquierda.
De ahí surgió el milagro español. ¿En qué consistió ese milagro? En la construcción de un estado de bienestar básico (sanidad, educación, infraestructuras) con una política económica y fiscal de corte liberal y un nivel de gasto social ínfimo. Tradicionalmente la socialdemocracia europea había financiado el “Estado del bienestar” con impuestos progresivos y un fuerte gasto social que generaba rentas indirectas. Pero el “socialismo liberal” de Felipe Gonzalez había conseguido darle dinero a los pobres y también, mucho más, a los ricos. Un milagro sin lugar: el “perpetuum mobile” de la economia política. Pero lo cierto es que el dinero salió de los fondos europeos, del “efecto riqueza” de la especulación inmobiliaria y de la expansión irracional del crédito. Nuestro “Estado del bienestar” era un» gigante con los pies de barro». La entrada en la zona euro no hizo sino agravar las fallas del “milagro español”. El precio que hubo que pagar por este milagro fue la desarticulación del sistema productivo, el monocultivo industrial del ladrillo y el nivel de endeudamiento privado más alto del mundo, tras Estados Unidos.
Como es obvio este modelo era un modelo productivo altamente extravertido y por tanto muy sensible a cualquier variación o turbulencia exterior. Aquello que según el socialismo liberal” era una virtud (la extraversión) empezó a mostrar la cara menos amable: la debilidad estructural de la dependencia. La economía productiva fue abandonada y despreciada en favor de los servicios, el ladrillo y la especulación. La enorme inversión en educación e investigación que el socialismo liberal desplego no encontró acomodo en un modelo productivo que padecía aversión estructural a la innovación tecnológica. Por eso España es uno de los países con mayor nivel de empleo subcualificado (gente que está empleada en puesto de trabajao cuya cualificación es inferior a su titulación académica) de Europa. En España no sobran graduados falta estructura productiva que los use. Los que hay que cambiar para evitar la emigración de miles de jóvenes graduados no es el sistema educativo (qué ha hecho muy bien su labor) sino cambiar el sistema productivo que ha funcionado como cuello de botella para la innovación. Y un recurso para forzar ese cambio productivo es aprovechar ese capital humano acumulado, y no subemplearlo o arrojarlos a la emigración.
Las claves para la salida a esta situación son de todo menos simple. No pasan des de luego por seguir la senda del “milagro español” rogando que se abra de nuevo el grifo del crédito exterior ( ya sea por la via del BCE o de la emisión de deudas) sino en un giro reflexivo en el modelo productivo. Este “giro reflexivo” requiere deshacer críticamente las ilusiones que contenía el milagroso modelo español: la fe ciega en los automatismos del mercado o en la virtudes de la globalización y la desregulación. Todo lo que haga alimentar de nuevo estas ilusiones es nefasto. Por eso los discursos moralista que centran los problemas en “políticos y banqueros” no hacen sino desviar la atención de la necesidad de ese giro reflexivo y orientar el malestar social en la dirección equivocada de la demagogia y el populismo.