Paul Krugman.El País.24/02/2012.Parece que de lo único que habla la derecha intelectual (o pseudointelectual) es del libro de Charles Murray Coming Apart: The State of White America [Desmoronamiento: la situación del Estados Unidos Blanco], que afirma que el problema con los trabajadores manuales blancos es… la pérdida de los valores familiares.
David Frum, quien verdaderamente podría ser el último conservador sincero, publicaba recientemente una excelente repulsa en The Daily Beast. Frum escribía: «Para entender lo que hace Murray en Coming Apart, imaginemos esta analogía: un sociólogo visita un pueblo de la costa del Golfo. Se fija en que todas las casas que están cerca del agua han sido demolidas y reducidas a escombros. Sus exocupantes viven ahora en tiendas de campaña y remolques. El sociólogo redacta un informe:
‘Las pruebas demuestran fehacientemente que vivir en casas es mejor para los niños y para las familias que vivir en tiendas de campaña y remolques. La gente de la zona ribereña somete irresponsablemente a sus hijos a unas condiciones inaceptables’.
«Cuando publica el informe, alguien le indica: ‘Sabe usted, hace una semana hubo un huracán aquí’. El sociólogo quita importancia a la crítica y responde: ‘Estoy escribiendo sobre la vivienda, no sobre el clima».
Y Alec MacGillis, analista de The New Republic, señalaba en una publicación en Internet el 6 de febrero que el propio Murray se crió en un pueblo fabril donde Maytag proporcionaba buenos trabajos a los obreros hasta que cerró la planta y trasladó sus operaciones a México.
«A juicio de Murray», escribía MacGillis, «la clase obrera se ha visto menos afectada por los cambios económicos que han hecho que a sus miembros – especialmente los hombres – les resulte difícil ganarse bien la vida que por el lamentable declive de la dedicación y de los valores sociales que las agitaciones de la década de 1960 han provocado».
MacGillis proseguía: «Por tanto, la pregunta para Murray y los que están usando sus teorías para explicar la desigualdad se puede plantear muy concisamente: ¿de verdad que la comunidad en la que disfrutó su infancia en Newton (Iowa) desapareció porque sus vecinos de clase obrera perdieron misteriosamente su iniciativa? A lo mejor fue algo más sencillo».
Desde un punto de vista analítico, este parece un momento muy raro para centrarse en el supuesto declive moral de las clases bajas. En la década de 1960, era al menos un tanto razonable preguntarse por qué aumentaban los males sociales pese a que la próspera economía generaba ganancias ampliamente compartidas (aunque, como señalaba el sociólogo William Julius Wilson en su libro When Work Disappears: The World of the New Urban Poor [Cuando el trabajo desaparece: el mundo del nuevo pobre de ciudad], los puestos de trabajo estaban desapareciendo en las ciudades del interior, y esto ayudaba a explicar el aumento de los problemas sociales entre los que estaban atrapados en esas ciudades del interior).
Pero ahora tenemos una economía que ha dejado atrás a los trabajadores manuales: ¿por qué invocar los valores sociales para explicar su precaria situación?
Y en la medida en que el deterioro social es una realidad entre, digamos, el tercio con las rentas más bajas entre los blancos, ¿no dice esto que Wilson estaba en lo cierto, que la falta de oportunidades económicas es lo que provoca la agitación social?
Naturalmente, el repentino alboroto acerca de los valores tiene mucho sentido desde un punto de vista político, para distraernos del tema del aumento de los ingresos en lo más alto de la escala.
Una forma rara de desplome social
Al leer el libro de Murray y todos los comentarios sobre los orígenes del hundimiento moral entre los blancos de la clase obrera, no para de incordiarme una pregunta: ¿realmente está todo así de mal?
Lo que quiero decir es que, sí, la tasa de matrimonios ha caído en picado y la participación en la fuerza laboral ha descendido entre los hombres en edad de trabajar (aunque no tanto como insinúa parte de la retórica), pero la consecuencia que por lo general se extrae de esto es que estas tendencias deben estar provocando males sociales enormes. ¿Lo están?
Bueno, algo que curiosamente brilla por su ausencia en la obra de Murray es cualquier mención del indicador tradicional de desintegración social: el embarazo en adolescentes. ¿Por qué? Porque de hecho ha estado cayendo como una losa, según datos del sistema nacional de Estadísticas Vitales.
¿Y qué hay de la delincuencia? Está por las nubes, ¿no es cierto? Falso, según datos del Departamento de Justicia.
Así que esto es lo que yo pienso: es posible que los valores sociales tradicionales se estén deteriorando entre la clase trabajadora blanca, pero a lo mejor esos valores sociales tradicionales no son tan esenciales para una buena sociedad como les gusta suponer a los conservadores
En este artículo de Krugman se plantea un dilema curioso. ¿Es más verdad la «realidad oficial», la que refleja el sociólogo o la que sufre el objeto reflejado en su análisis? Al metamorfosear los seres humanos en categorías corremos ese peligro, por eso en Platón los corifeos del totalitarismo han encontrado siempre fecunda inspiración. Su discípulo Aristóteles llegó incluso a afirmar que unos hombres nacen para la libertad y otros predeterminados a la esclavitud.
Las fronteras del clasismo y el racismo por ello se vuelven, en una sociedad piramidal timocrática, abocadas más tarde o más tempramo al fascismo, rojo o pardo. Naturalmente para justificarse la camarilla de intelectuales de cámara, a sueldo de los potentados, atenderá a supuestas causas morales. Los súbditos nacieron para la servidumbre, deben vigilarse las posibles desviaciones. Ellos se encargarán con la pluma o el micrófono de proteger el orden de los amos. Por ello con celo inquisitorial perseguirán al que se aparte del «consenso» (término de origen clerical derivado de consentimiento), a pesar de que el pensamiento para que florezca debe partir del DISENSO, del derecho a discrepar.
Los guardianes del «pensamiento único» ya han previsto eso. Si queremos protestar deberemos hacerlo dentro de un cauce, según unas normas reglamentadas, ayudadas por la censura o el ostracismo. Saben que con ello se imposibilita toda dialéctica. Ellos nos dirán qué ideas no sólo debe ser pensadas, sino cuales pueden llevarse a la práctica. El omnímodo poder de los media no les hará detenerse ahí. Si se pueden organizar la granja orwelliana para satisfacción de los gerifaltes, impedirles discurrir o que cualquier manifestación artística se vuelva un bodrio, se convierte en algo muy sencillo.
Aparecen así en la escena social los OPNIs del bueno de Paco Garrido (Objetos Políticos No Identificados), pero en lo que a nosotros nos afecta por mucho que no puedan encuadrarse para fagocitarlos y se corra el riesgo de derivas monstruosas o imprevisibles, su efervescencia no consigue perturbar los caletres biempensantes y aburguesados. Lo que sí debiera preocuparles es cuando el Sistema ya no encuentra oposición real. La fosilización, el marasmo del ciudadano genera un aburrimiento mortal. No debemos olvidar que no hay OPNIs sin ALIENs (Asambleístas Liberales Instintivamente Nacionalistas Españoles). Llevan por equipaje el catecismo de Rosa Luxemburgo y cuatro inoperantes y anacrónicas recetas leninistas. Se travisten de «indignados» para desmovilizar toda protesta y convertirla en votitos de una «democracia» farandulera cada cuatro añitos, que engorde a vetustos camaradas del pesebre. Abducen colectivos ecologistas trocándolos scouts de la progresía semi-ilustrada, como si no supiésemos que los dos horrores mayores contra la Naturaleza en todo el S. XX se han perpetrado tras el Telón de Acero de esos mismos nostálgicos: Chernobyl y la Desertización del que fuera el cuarto lago de agua dulce más grande del mundo (66.000Kms cuadrados), el Mar del Aral. Sin desalentarse ni pudor alguno sacarán a relucir símbolos o banderas soviéticas dándoselas de «vanguardia del proletariado» y con el mismo cinismo que Stalin hizo un obsceno 69 con Hitler (Pacto Ribbentrop-Molotov), sus émulos cañis rojipardos se amancebarán con los pepero$ociata$ en Extremadura, Andalucía o donde haga falta.
No hay problema, la propaganda convertirá en «verdad» la realidad oficial y la república platónica reinará con el escapulario bajo el pañuelo rojo y la boina de requeté. Lo importante reside no en el desvergonzado ridículo carnavalero, sino en quien se reparte el taco a principio de mes sin torcer el gesto. Librado el ser humano del nefando pecado de anhelar la libertad, puede ya imponerse el arquetipo del «nuevo hombre» instrumentado por el poder. Conseguido esto ya no importa la moral o la ideología hasta la izquierda más radical, previamente telelobotomizada, habrá alcanzado al fin el paraíso del «consenso»…