Pablo Font Oporto.
Así como suena, este título podría ser el de una novela. Pero no lo es. Como Vd. recordará, recientemente ha sido devuelto a España el tesoro de la fragata española “Mercedes”, hundida por la flota inglesa en el golfo de Cádiz en 1804, tras el fallo del Tribunal Supremo de los Estados Unidos contra Odyssey Marine Exploration que obliga a esta compañía a devolver a España las cerca de 500.000 monedas extraídas del pecio en 2007. Se trata de un tesoro de gran valor, no sólo económico y numismático, sino también cultural.
Pero, Vd. dirá: ¿qué pintan aquí los piratas de Somalia? En todo caso—podría conjeturarse—tal vez podría hacerse referencia aquí a los piratas ingleses que (más o menos respaldados por la Corona inglesa) durante tres siglos hicieron su agosto en el Atlántico a costa de los navíos españoles. O, en todo caso, habría que aludir a los espabilados caza-tesoros de la Odyssey. Pero resulta que viene aquí al pelo tratar el tema de los piratas de Somalia, y no tanto por comparar el comportamiento de estos señores con el de los ingleses en el pasado[1] o los de la Odyssey en la actualidad.
En efecto, la Somalia actual, en el pasado colonia británica e italiana, es considerada un Estado fallido que colapsó a finales de la década de 1980. La situación en el país es de caos e inexistencia de las estructuras de un auténtico Estado. Esto ya de por sí ya daría mucho que hablar sobre el colonialismo, los procesos de descolonización y el nuevo colonialismo cultural impuesto a África, entre otros aspectos, en la organización política estatal. Evidentemente, la situación de anarquía y permanente guerra civil ha tenido efectos devastadores para la población del país. El último episodio se ha dado en la hambruna en la que aún se halla la región, cuando las circunstancias han imposibilitado la llegada de ayuda internacional. Pero ésta parece ser una cuestión de menor importancia para los gobiernos de las grandes potencias mundiales. Porque lo que realmente les preocupa en Somalia es la piratería que opera en sus costas desde principios de los años 90. Los piratas suponen una amenaza para el transporte marítimo internacional en una zona estratégica como es la salida del Mar Rojo hacia el Océano Índico: la conexión entre Europa y Asia a través del canal de Suez. Zona atravesada por buques mercantes y petroleros. Por no hablar de los fértiles caladeros de pesca de la zona. De tal modo que los dueños del mundo decidieron intervenir en la zona: algunos de manera unilateral; otros, como en el caso de España, unidos en coaliciones navales internacionales (en concreto, España participa en una operación conjunta de la Unión Europea denominada “Atalanta”, cuya misión es, según el Ministerio de Defensa, “contribuir a supervisar las actividades pesqueras frente a Somalia y cooperar con las organizaciones y Estados que luchan contra la piratería, en especial con la Combined Task Force 150”[2], fuerza coordinada por EEUU).
Es posible que desde el Derecho Internacional Público tanto la pesca como la intervención militar en la zona sea jurídicamente impecable. Dejo la labor de apreciarlo a mis compañeros en esa área. En todo caso, desde la perspectiva que nos incumbe, la de la Filosofía del Derecho, no deja de ser paradójico que los caladeros de pesca situados frente al litoral de unos de las áreas más empobrecidas del mundo nutran los frigoríficos de los países enriquecidos. Ni normas ni acuerdos internacionales pueden legitimar este expolio[3].
Las cuestiones de fondo en este tema, a nuestro juicio, son dos que se hallan interconectadas: de un lado, el sistema de poderes existente a nivel mundial, en el que las potencias ejercen su dominio a través no sólo del control del Derecho Internacional[4], sino también de la fuerza militar y el sostenimiento de un sistema económico liberal-capitalista en el que gozan de una posición hegemónica y operan en competencia desleal (debido a una actuación colonialista existente previamente y/o en la actualidad). Por otro lado, la segunda cuestión es el propio sistema económico liberal-capitalista, basado en la explotación sistemática de los recursos humanos y naturales en la búsqueda de un beneficio cada vez mayor. Una de las consecuencias de este sistema ha sido, por ejemplo, el agotamiento de los caladeros de pesca en Europa, lo que nos ha impulsado al saqueo de los situados en los países empobrecidos[5].
¿Qué tiene que ver esta cuestión con el tesoro de la fragata española? Los paralelismos con el otro caso son terribles. En efecto, ¿saben de dónde procedía el oro y la plata con los que se habían acuñado las monedas que la Mercedes transportaba desde Lima hasta España? En este caso, de Perú y de Bolivia.
Me excusarán que, de nuevo, en este segundo caso, obvie las cuestiones de Derecho positivo (que serían muchas y muy complejas, con problema de sucesión de Estados incluido) y vaya al fondo de la cuestión: el expolio que España alegaba haber sufrido ante la compañía Odyssey Marine Exploration, que es manifiesto, había sido, sin embargo, llevado a cabo anteriormente por los españoles en las tierras de Sudamérica donde se extrajeron los metales preciosos del tesoro. Por tanto, desde nuestro humilde punto de vista el tesoro debería corresponder a Perú y Bolivia (lo que supondría también, de alguna manera, un resarcimiento siquiera moral por nuestro pasado colonialista)[6]. Ahora bien, ¿Vds. creen que estos Estados, con sus problemas actuales, pueden afrontar el coste económico de un litigio en EEUU sobre un asunto de este tipo?
Una última palabra sobre las analogías entre los dos casos. Primero, en los dos supuestos el Gobierno de España (tanto con una como con otra de las cabezas del bipartidismo político actualmente reinante) ha actuado conforme a los valores de una potencia colonizadora y ha mirado única y descaradamente por sus intereses. Segundo, los medios de comunicación generalistas no sólo han sido incapaces de ofrecernos una mirada crítica sobre estos sucesos, sino que incluso han proporcionado la información de una manera tendenciosamente maniquea, con los papeles de buenos y malos claramente establecidos.
Este artículo llega a su fin, no sin antes dejarles con una apremiante pregunta: ¿quiénes son los piratas?
[1] El Profesor de la Universidad de Sevilla D. Juan Antonio SENENT DE FRUTOS, me comentó al respecto que sería interesante estudiar como el Reino Unido ha dado “continuidad histórica a su pillaje sobre el mundo por medio de los paraísos fiscales de la Commonwealth que sirven para sostener el enriquecimiento desmedido del sistema financiero con base en la City de Londres”. En palabras de él, esto vendría a constituir un “mecanismo de continuación de la piratería”.
[2] http://www.defensa.gob.es/areasTematicas/misiones/enCurso/misiones/mision_09.html (consultado el 7-3-2012).
[3] No vamos a entrar en las acusaciones de vertido de sustancias contaminantes y radiactivas por parte de los navíos internacionales en el litoral del Cuerno de África.
[4] Y de las Organizaciones internacionales como la ONU, cuyo Consejo de Seguridad posee una estructura claramente condicionada por la existencia de los cinco miembros permanentes con derecho a veto, (herencia de la Segunda Guerra Mundial), que resulta ya de todo punto insostenible.
[5] No entramos aquí en la crítica de los marineros o armadores que, acuciados por la situación, se dirigen hacia estos mares, sino más bien en el sistema que ha conducido a este estado de cosas y que les permite ahora esta salida en vez de articular otros medios para su supervivencia.
[6] Evidentemente, no valdría aquí que la compañía caza-tesoros alegara aquello de “quien roba a un ladrón…”.