Antonio Manuel
En una peña, hermandad o comunidad de vecinos, cuando el presidente cesa en sus funciones es sustituido provisionalmente por el vicepresidente y se convoca asamblea para elegir uno nuevo. Así funciona el principio de legitimidad en cualquier sociedad democrática. Menos en Andalucía. No porque en Andalucía no exista democracia. Es Andalucía la que ya no existe.
Cuando al pueblo andaluz le hervía la sangre por las venas, El Turronero cantaba: “Sentrañah míah, ay sentrañah míah, cómo me duelen en el alma las cosas de Andalucía”. Ahora a nadie le duele este enésimo atropello contra nuestra democracia. Porque Andalucía ha muerto. El crimen se cometió hace demasiado tiempo. Tanto que ni apesta. La gente se acostumbró al mal olor y a convivir con los gusanos. La noticia se hizo pública en Semana Santa. En vacaciones. Practicando las mismas maneras fascistas que cuando se hacían coincidir los Madrid-Barça en primero de mayo. El Judas se llama Chaves. Y el Cristo, Andalucía. Los andaluces salimos a procesionar por nosotros mismos. Pero sin pronósticos de resurrección.
Aunque me ha costado entenderlo, ya sé por qué celebramos conjuntamente las elecciones generales y autonómicas: los andaluces no votamos al Presidente de la Junta sino a un Ministro del Estado. Aquel señor sexagenario que veíamos por televisión no pedía su voto para ser Presidente. No. Esta vez quería ser Ministro. Hizo coincidir de nuevo ambas convocatorias para ayudar al partido que preside a ganar en España. Y lo consiguió gracias al voto inocente de muchos andaluces a los que ha utilizado como meros instrumentos al servicio del Partido. El único. El soberano. El que lo decide todo. Porque al verdadero Presidente de Andalucía no lo eligen los andaluces. No. Lo nombra el Partido. Democráticamente. Por unanimidad.
Manuel Chaves pasará a la historia como el Fernando VII andaluz que enterró la utopía democrática y popular del 4 de diciembre y del 28 de febrero. Asesinó políticamente a Andalucía convirtiéndola en un espacio invisible al sur de España. Utilizó al pueblo andaluz como granero de votos en las generales; nos asignó un estatuto bisagra para compensar la fuga competencial catalana y vasca; prostituyó el espíritu de la deuda histórica convirtiéndola en un pagaré; transformó la reforma agraria en el parasitismo del PER…
Pero como el Mesías o Franco, también hizo cosas buenas: nos trajo las aguas del Guadalquivir para que las pintemos de verde y blanco. Porque todo lo demás sigue igual que hace treinta años. Como escribe Francisco Rosell, “treinta años de nada”: Andalucía ocupa el penúltimo lugar del crecimiento en España, muy por debajo de la media; el último lugar en desempleo y educación…Y ahora se nos va a Madrid, donde ideológicamente siempre estuvo. Con el silencio cadavérico del pueblo andaluz. Yo iré al pleno del Parlamento. Y llevaré mi pancarta pidiendo elecciones propias para Andalucía. Y papel higiénico para que se limpien el culo con la deuda histórica. Porque sé que ganaré el juicio de la historia. Ese que perdió Chaves hace demasiado tiempo.
Cuando al pueblo andaluz le hervía la sangre por las venas, El Turronero cantaba: “Sentrañah míah, ay sentrañah míah, cómo me duelen en el alma las cosas de Andalucía”. Ahora a nadie le duele este enésimo atropello contra nuestra democracia. Porque Andalucía ha muerto. El crimen se cometió hace demasiado tiempo. Tanto que ni apesta. La gente se acostumbró al mal olor y a convivir con los gusanos. La noticia se hizo pública en Semana Santa. En vacaciones. Practicando las mismas maneras fascistas que cuando se hacían coincidir los Madrid-Barça en primero de mayo. El Judas se llama Chaves. Y el Cristo, Andalucía. Los andaluces salimos a procesionar por nosotros mismos. Pero sin pronósticos de resurrección.
Aunque me ha costado entenderlo, ya sé por qué celebramos conjuntamente las elecciones generales y autonómicas: los andaluces no votamos al Presidente de la Junta sino a un Ministro del Estado. Aquel señor sexagenario que veíamos por televisión no pedía su voto para ser Presidente. No. Esta vez quería ser Ministro. Hizo coincidir de nuevo ambas convocatorias para ayudar al partido que preside a ganar en España. Y lo consiguió gracias al voto inocente de muchos andaluces a los que ha utilizado como meros instrumentos al servicio del Partido. El único. El soberano. El que lo decide todo. Porque al verdadero Presidente de Andalucía no lo eligen los andaluces. No. Lo nombra el Partido. Democráticamente. Por unanimidad.
Manuel Chaves pasará a la historia como el Fernando VII andaluz que enterró la utopía democrática y popular del 4 de diciembre y del 28 de febrero. Asesinó políticamente a Andalucía convirtiéndola en un espacio invisible al sur de España. Utilizó al pueblo andaluz como granero de votos en las generales; nos asignó un estatuto bisagra para compensar la fuga competencial catalana y vasca; prostituyó el espíritu de la deuda histórica convirtiéndola en un pagaré; transformó la reforma agraria en el parasitismo del PER…
Pero como el Mesías o Franco, también hizo cosas buenas: nos trajo las aguas del Guadalquivir para que las pintemos de verde y blanco. Porque todo lo demás sigue igual que hace treinta años. Como escribe Francisco Rosell, “treinta años de nada”: Andalucía ocupa el penúltimo lugar del crecimiento en España, muy por debajo de la media; el último lugar en desempleo y educación…Y ahora se nos va a Madrid, donde ideológicamente siempre estuvo. Con el silencio cadavérico del pueblo andaluz. Yo iré al pleno del Parlamento. Y llevaré mi pancarta pidiendo elecciones propias para Andalucía. Y papel higiénico para que se limpien el culo con la deuda histórica. Porque sé que ganaré el juicio de la historia. Ese que perdió Chaves hace demasiado tiempo.
muy bueno lo escrito, sí, pero…en nuestras manos andaluzas está cambiar todo esto de raíz
ánimo!!