Mario Ortega/ Porque, la velocidad es el báculo de la farola que se va tan veloz como la que llega, es un cementerio de automóviles al borde de un precipicio, es un rumor metálico de caimanes devorando el asfalto, es el estertor de los hijos de cronos en los dientes de saturno, es un dolor agudo en las hojas de los árboles.
La prisa del conductor es la angustia de llegar tarde al atasco; y el caos automovilístico en la ciudad herida emana vapores insalubres. Contrapuntos fatídicos a un niño que pudiera jugar con el tiempo en la acera. Además, no poder aparcar es el fracaso de la competencia por unos metros de negro y caliente alquitrán, es la dosis diaria de cárcel voluntaria. encerrados en el habitáculo -zulo adquirido-, se nos revela toda la verdad escondida tras la foto publicitaria del fascinante auto color metalizado. Somos su negativo, la radiografía de una lesión social, rehenes voluntarios.
Y es que, la cabina de un automóvil en el carril del asfalto urbano nos atrapa, junto con el aire que podría ser brisa en la cara de un ciclista, o sorbo placentero de un abuelo en el banco callejero, o transparencia en los ojos de los que ocupan terrazas de cafés.
A la imperfección actualísima y extendida de la ineficiente velocidad, del engendro consumista una persona/un motor, se contrapone el virtuoso pacifismo del sosegado pedaleo. Ser muy potente para asfixiar la ciudad en competencia feroz, o ser volátil para afilar el aire. Una cuestión que no es menor, pues de su resolución, que es puramente ideológica, depende la calidad de vida futura en nuestras conurbaciones.
Leonardo Da Vinci imaginó y dibujó la primera bicicleta. Puede decirse que la bicicleta fue concebida por un hombre en cuya trayectoria vital se conjugó ciencia, técnica y arte como en ningún otro. Leonardo, ese hombre que fue todo renacimiento, hizo confluir en su biciclo la técnica neolítica y antiquísima de la rueda, la ciencia de la polea y el polipasto, y la ingeniería de los engranajes. En la Francia de 1790, trescientos años más tarde, nace la primera bicicleta como vehículo de diversión, apenas un año después de la revolución francesa. De la concepción renacentista a la realización ilustrada la idea bicicleta no apresuró su nacimiento, supo esperar para nacer como un juego. La bicicleta es un vehículo pacífico. Cuando montamos una bicicleta y nos desplazamos con acompasada musicalidad confluyen en el conjunto persona/máquina la unión de lo espiritual con lo material.
No hay mayor expresión de felicidad que la de un niño pedaleando al viento, agarrado al manillar y con los pies en los pedales se prefigura un centauro. La insonora bicicleta no provoca accidentes graves, no consume combustible, no contamina, no pelea por el espacio urbano, no requiere grandes y costosas infraestructuras, los materiales con los que está fabricada pueden ser todos recuperables, reciclables y reutilizables. Tiene un precio al alcance de la inmensa mayoría de los bolsillos. Sobre ella hacemos deporte sin notarlo y mantenemos nuestra salud en forma. No hace falta ser un deportista con espléndida condición física, ni joven, para guiar una bicicleta.
Además para el que le guste el lujo, y pueda permitírselo, hay bicicletas de lujo. Si muchos nos animáramos a ir en bicicleta, nuestros pueblos y ciudades, ya con dintornos metropolitanos, revertirían el proceso de deterioro urbano en el que han entrado, casi irremisiblemente, como consecuencia del coche, y, claro, de la escasa clarividencia de buena parte de nuestras anteriores y actuales autoridades competentes, hayan tenido o tengan mando en plaza o influencia legislativa de ámbito autonómico o estatal.
Porque, ¿tendremos alguna vez cargos públicos, electos o no, montando en bicicleta oficial?, ¿o todos seguirán prefiriendo el cuero lujoso de la berlina? Y es que trazar un carril bici es tan sencillo como pintarlo en el suelo. Si no se hace es por que el humo de los escapes ciega la razón.
Magnífico. Presagio de una revolución. Gracias.
Estupendo artículo y ojalá -bueno, los hombres queramos- se extienda el uso de la bici y disminuya el del coche en las ciudades.