Muy pocas películas me dejaron clavado en el asiento varios minutos después de encenderse las luces de la sala. Una de ellas fue Principio y fin, de Arturo Ripstein. El director mexicano se lleva a su país la tragedia de una hermosa novela de Nahguib Mafhuz. Porque las tragedias no tienen patria. Un padre músico muere dejando en la indigencia a una familia que salía a comprar el pan vestida de etiqueta. La madre decide apostar por el futuro de uno de sus hijos, estudiante de Derecho, y sacrificar el de todos los demás. Al mayor lo echa a la calle y termina traficando con droga. A la niña la pone a coser y termina prostituyéndose y suicidándose. Y al último, futuro profesor, le obliga a abandonar su carrera y a su pareja para casarse con la novia embarazada de su hermano abogado. Todo con tal de salvar la apariencia de lo que fueron. Pero la realidad rezuma por las llagas de lo aparente. Al principio formaban una familia de clase media. Al final, la mitad de una familia sin clase.
El jueves escuché en la radio a un autónomo que ha cerrado su tienda por impago. No cobró nada de su primer deudor: un ayuntamiento. Aunque se ha separado de su mujer, sigue conviviendo con ella es una especie de matrivorcio para evitar que el banco se lleve la casa. No puede pasar la pensión de sus hijos. Así que les lleva alimento de lo que arrampla en un comedor social. Para entrar, dobla el traje y guarda la corbata en el bolsillo de la chaqueta. No encuentra trabajo. Es uno más del millón de andaluces que pertenece a esta nueva clase social de empobrecidos que guarda las apariencias con el estómago vacío. Uno de cada cuatro andaluces está parado. Y la tasa femenina es aún peor. Sólo nos ganan por unas décimas en Canarias, con la salvedad de que su representación parlamentaria (de la que parece carecer Andalucía) ha conseguido un plan especial de empleo a cambio de sacar adelante las cuentas del Estado. Los que menos paro tienen son navarros y vascos. Curioso. También ellos desbloquearon los presupuestos por el módico precio de mantener intactos sus privilegios.
Reconozco que la realidad es muy compleja y su lectura debe pasar necesariamente por un análisis más allá de la frialdad matemática. Para comenzar, exijamos a nuestros gobernantes que no manipulen ni frivolicen con los números: detrás de cada uno de ellos vive una familia desesperada. O no. Y ahí radica una de las claves de la desactivación social. El gobierno vende una “caída del paro” trimestral de casi 4.000 empleos en Andalucía. Y a la vez, admite la destrucción de 47.000. Las cuentas sólo pueden salir admitiendo que 51.000 andaluces perdieron definitivamente la esperanza de encontrar trabajo o lo buscan al margen de las litas oficiales. Muchos de ellos se han acostumbrado a sobrevivir en el umbral de la pobreza. Andalucía ocupa el penúltimo escalón en esa terrible lista. En ella se dan la mano los nuevos empobrecidos y los que nunca dejaron de serlo. Pero no la levantan. No pueden. Y los que tienen la responsabilidad de hacerlo, tampoco. No quieren. Principio y fin de Andalucía.
Artículo publicado en El Día de Córdoba.
Me parece vergonzoso que el régimen socialista encubra en las cifras estatales nuestra situación de paro y miseria mucho más altas que en cualquier parte del estado, no existiendo voces de medios de comunicación, de políticos que se llaman de izquierdas y de la sociedad civil en general que no levanta cabeza opara defender nuestra dignidad. Antonio Manuel, comparto totalmente tus reflexiones.Se debe ya de hacer algo.