Rafa Rodríguez
El próximo 11 de agosto se cumplen 86 años del asesinato de Blas Infante. La mejor forma de honrar su memoria es continuar con lo que constituyó la labor de su vida, crear un proyecto para transformar Andalucía, desplegando todas sus potencialidades a través del reconocimiento de nuestra identidad política, para dejar atrás la pobreza y la injusticia social.
Las élites del poder económico, y sus correas de transmisión políticas, habían negado la propia existencia de Andalucía como una realidad histórica, cultural y política diferencial, en una estrategia de largo recorrido para desvertebrar la resistencia frente a nuestra posición periférica, dependiente y subalterna.
La conquista de la democracia, del autogobierno por la vía del artículo 151 de la Constitución y el ingreso en la ahora Unión Europea han sido los grandes avances que logramos en el último tercio del siglo XX, avances que en parte son deudores de la obra y la labor política de Infante y, como tales, han sido reconocido en el Estatuto de Andalucía.
Sin embargo, el periodo que va desde la conquista popular de nuestra Autonomía, mediante las grandes movilizaciones de los 4 de diciembres de 1977 y 1979 y el referéndum del 28F de 1980, hasta nuestros días ha estado condicionado por el despliegue y el auge de la globalización durante la que hemos seguido siendo un territorio periférico, dependiente y subalterno.
Ahora, la profunda crisis de la globalización, que comenzó en 2008 y que, tras una breve recuperación, se ha acentuado por la pandemia y por la invasión de Ucrania, nos sitúa ante una disyuntiva tan crucial como la que aconteció a finales de los años setenta y comienzo de los ochenta del pasado siglo. La aceleración de la emergencia climática, la remilitarización de las relaciones internacionales, la desestructuración de las cadenas globales de valor, la inflación generalizada, la crisis alimentaria y de deuda de los Estados más vulnerables o la apuesta por una salida autoritaria de determinadas élites económicas, configuran un contexto crucial para transitar ya sea hacia una transición ecológica y justa, ya sea hacia la distopía.
Además, en Andalucía vivimos una coyuntura especialmente complicada. A todos los problemas globales se suma que la crisis ecológica se está manifestando con especial dureza en nuestra tierra, con un calor sofocante, escasez de agua o en el aumento y la gravedad de los incendios forestales.
Tenemos un paro estructural que, sea cual sea el ciclo, se mantiene con un diferencial de seis o más puntos porcentuales en relación a la media del Estado. Hay 753.200 personas en paro y el 32,3% de la población andaluza está en riesgo de pobreza (la media española es del 21,7%), según el INE.
Nuestro grado de autoabastecimiento energético es de un escaso 19,3%, frente al 27,8% de España o el 42,2% de la UE; la cifra de ventas de servicios industriales en Andalucía representa un escaso 6,1% del total español y el gasto total en actividades innovadoras de las empresas andaluzas solo alcanza el 7,7% (tanto nuestra población como nuestro territorio representa en torno al 18% de España).
Las recientes elecciones le han dado la mayoría absoluta al PP con más de un millón y medios de votos y a Vox la han votado cerca de medio millón. En la izquierda, el PSOEA ha obtenido 17 puntos menos que el PP, perdiendo el liderazgo que ha tenido desde el inicio del autogobierno, y la sentencia del tribunal Supremo, confirmando la de la Audiencia Provincial de Sevilla para la mayoría de los condenados por los ERES, agrava su situación. También la izquierda del cambio ha obtenido unos malos resultados y tiene un horizonte complicado en su proceso de reconfiguración.
En esta encrucijada honrar la memoria de Blas Infante es construir, como él hizo, una expectativa de cambio para transformar Andalucía, lo que hoy implica trazar un camino para transitar, desde la dependencia y la subalternidad económica que seguimos padeciendo en esta crisis de la globalización, hacia una transición verde con justicia social, a través de acrecentar nuestra autonomía estratégica especialmente en energía, innovación, industria y alimentos, del desarrollo integral de nuestro Estatuto (Andalucía por sí) y del federalismo cooperativo (para España y la humanidad), impulsando mecanismos de participación y decisión de Andalucía tanto en el Estado como en la Unión Europea, para hacer frente a los grandes problemas globales.
Nuestro andalucismo es democrático, federalista y transformador en las antípodas, tanto de cualquier nacionalismo que predique la bunquerización y el enfrentamiento territorial en un delirio sectario y, en la práctica, niegue el pluralismo, como de quienes utilizan el andalucismo como un mantra para ocultar sus políticas conservadoras, amputándole su compromiso social. Por el contrario, el andalucismo es un marco, como proyecto hegemónico popular, tanto para sumar a las fuerzas progresistas, como para cohesionar solidariamente a la sociedad en general.
Nuestros objetivos son de sentido común: crear empleo, adaptarnos y combatir el cambio climático, eliminar la pobreza, disfrutar de unos servicios públicos de calidad, conquistar la plena igualdad de género, potenciar la creación y los derechos culturales y la participación política.
Para ello necesitamos que Andalucía comience una transición ecológica y económica que implique el autoabastecimiento energético con el 100% de energías renovables, el impulso a la industria verde, cerrar la brecha tecnológica, desarrollar una red ferroviaria que sea alternativa a la carretera, facilitar el acceso a la vivienda, adaptar los edificios, los barrios, los pueblos y las ciudades al cambio climático, servicios públicos suficientes y de calidad, incrementar y mejorar las políticas para la igualdad plena de la mujer andaluza y del colectivo LGTBI+, promover la cultura como medio para la calidad de vida y la modernización de la economía y dotarnos de mecanismos para una mayor participación ciudadana.
Para esta transformación disruptiva no son suficiente los mecanismos de mercado. Solo el sector público tiene capacidad para planificar un cambio estructural antes la crisis del sistema. Necesitamos que las instituciones democráticas, lideradas por los parlamentos, el ejecutivo, los municipios y las diputaciones, apoyados por todas las instituciones públicas, en particular con las universidades, liderando la transformación del sector privado, en la perspectiva de un cambio estructural para adaptarse y mitigar a las consecuencias de la crisis ecológica.
La planificación democrática y el impulso político puede hacer que Andalucía pase de la actual situación de dependencia y subalternidad a liderar el cambio adaptativo a la crisis ecológica y sus consecuencias en esta nueva época, pero sabemos que la Junta está en manos del PP que, además de gobernar para las grandes empresas y los más ricos, no entiende que las instituciones democráticas son solo quienes pueden lograr la enorme transformación adaptativa que necesitamos en Andalucía.
Por eso adquiere especial importancia las próximas elecciones municipales. Andalucía tiene entre sus potencialidades una buena estructura de ciudades y pueblos que articulan el territorio. Los municipios pueden constituirse en el sujeto de cambio tal como ocurrió con la conquista de la Autonomía. Para ello necesitamos mayorías sociales suficientes que apoyen gobiernos de progreso que puedan llevar a cabo la transformación verde y justa en sus ámbitos y que también articulen alianzas para asumir el liderazgo que Andalucía necesita, porque no podemos esperar cuatro años más. En esta cita histórica los partidos y las organizaciones progresistas andaluzas tienen que asumir su responsabilidad y, dejando atrás sus legítimos intereses particulares, sumar por Andalucía.