Ha muerto, después de una larga y cruel enfermedad, Adolfo Suarez. Este hecho personal, radical e íntimo está siendo usado por los albaceas políticos de la transición para intentar relegitimar un sistemas político nacido del franquismo y con déficit democráticos y sociales que han lastrado el pasado, el presente y posiblemente, si no lo remediamos, el futuro del Estado español. El monarca que le hizo la vida imposible a Suarez al final de su mandato; se aferra ahora al cadáver de este para limpiar su ensuciada imagen. Rajoy organiza funerales de Estado para tapar la indigencia moral y política de su gobierno. Rubalcaba elogia desmesuradamente la figura del abulense como pretendiendo arrancarle el féretro a la derecha. Hasta Florentino Pérez, capo de los capos y antiguo concejal de UCD en Madrid, rinde homenaje a quién fue su jefe. TVE, al más puro estilo de la televisión de la dictadura que dirigiera con mano de hierro el “demócrata“ Suarez; dedica programaciones completas a glosar la vida de santo de este “tahúr del Missisipi” como lo llamara en su momento un Alfonso Guerra cuyo acierto en el insulto no vamos a poner en cuestión.
Suarez había desaparecido hace ya mucho tiempo de la escena política, la enfermedad le había protegido de la autopsia moral y política que la crisis está realizando sobre los protagonistas de la transición. Este fatal y casual ha ha provocado que en su muerto definitiva todos hayan visto en Suarez el reservorio impoluto de legitimidad que le quedaba a la transición. Por eso todos acuden ahora procelosos a devorar su imagen y a portar su féretro. Pero lo cierto es que si Suarez hubieses sido sometido a la misma lupa que el resto, su figura no hubiese salido menos deteriorada que la del resto de líderes de la transición.
Si Clausewitz dijo que la política no era sino la continuidad de la guerra pero por otros medios; aquí podríamos decir que la transición no ha sido sino la continuidad del dominio de las elites económicas y políticas del franquismo pero por otros medio. Desde la monarquía hasta el IBEX35, pasando por la cúpula militar o por la concentración centralista de poder en Madrid, la continuidad en el poder de la oligarquía ha estado asegurada. La forma política que ha garantizado esta continuidad ha sido el bipartidismo. El tan elogiado consenso de la transición que fue sino la aceptación acrítica de la izquierda del programa básico de continuidad, pero por otros medios, del dominio de la oligarquía franquista. El consenso se torno bipartidismo y hoy pretende adoptar la forma de gran coalición a la alemana. La imagen asociada al consenso de Adolfo Suarez va a ser abusivamente utilizada para fortalecer las presiones favorables a un futuro gobierno de coalición entre PSOE y PP. Se trata de repetir la jugada de la transición pero esta vez ante la crisis, la consigan lampedusiana: “Cambiar algo para que nada cambie”.
La casualidad ha hecho de que el cortejo fúnebre de Suarez transcurra, muy pocas horas después, por las mismas calles en que centenares de miles de personas ha exigido el entierro definitivo de la transición. Pero aunque pueda parecer una ironía del destino es esta azarosa coincidencia histórica la que marca el dilema actual la izquierda: ir portando féretros del pasado o sostener la pancarta del futuro, la muerte o la vida, la tiranía o la libertad, la dignidad de la igualdad o el sumiso agradecimiento de los vasallos hacia un señor que no fue tan cruel como los anteriores. ¿Con quién estás tú?