Cuando me he enterado de la muerte de J. María Delgado “El Cabeza” he sentido una profunda tristeza, un dolor hondo y el remordimiento de haber perdido momentos que ya no podré recuperar. No le dediqué mucho tiempo en estas dos últimas décadas. Los dos sabíamos que estábamos ahí y con eso nos bastaba. De mis amigos de “la política” él ocupaba un lugar muy especial.
Al enterarme de su muerte, me he sentido un poco mas sólo: ya no podré comentar con el, al coincidir en cualquier manifestación, esta nueva derrota que estamos viviendo; éramos conscientes de ser herederos de una gran derrota, a la que le sumamos a lo largo de nuestras vidas otras: la modélica transición política de la dictadura a la democracia; la autonomía andaluza; la OTAN…, y a pesar de tanta y tanta derrota, sabíamos que debíamos y teníamos que seguir luchando.
Nos conocíamos de vista en la dictadura –cuando lo mejor era conocerse sólo de vista- del Sindicato del Metal, de la calle Morería y, nos volvimos a encontrar, en la otra orilla de la izquierda, esa donde la pluralidad se vive como una patología necesaria; desde dos ideologías muy distintas, la marxista y la libertaria, (aunque al decir verdad, en el fondo el no era tan marxista como presumía ni yo tan libertario), debatimos hasta la extenuación, intervinimos socialmente, pasamos miedo, nos reímos, vivimos en suma, como nos sentíamos realmente felices: luchando contra las injusticias.
“El Cabeza” y yo teníamos muchas coincidencias: los dos siendo sevillanos de pura cepa, detestábamos el pan de oro de los palios. Nunca podré olvidar su carcajada abierta al reconocerle mis contradicciones, me sentía orgulloso de haber sido bautizado por tradición familiar en Triana en Santa Ana, en la pila de los gitanos, con el mismo orgullo o más de haber echo apostasía de fe con veinte años cuando todavía vivía el dictador. Cuando terminé, con su característico vozarrón, pidió otra dos cervezas.
Los dos nos reconocíamos y reivindicábamos formar parte de la clase obrera sevillana, esa que ahora parece haber desaparecido o que esta en vía de extinción, de aquellos tiempos, de los 25 años de paz, teníamos marcado a fuego en nuestras conciencias nuestros propios niños yunteros: los aprendices de los talleres de la Macarena, de Triana, de la Enramadilla…, con horarios interminables, salarios de miseria, con condiciones de trabajo propias de una novela C. Dickens, y pusimos nuestro granito arena, trabajando desde la base, para impulsar un sindicalismo como movimiento sociopolítico transformador que cambiara esa situación.
Sólo puedo decir que la vida de J. María Delgado “El Cabeza” forma parte de la historia de la clase obrera y de la izquierda transformadora sevillana en este último medio siglo. Ni mas ni menos. Tus compañeros seguro que no lo olvidaremos.